jueves, 29 de diciembre de 2016

Viscera latente

Te cuelas despacio, bombeando en mi intersticio cada vez que me obligo a no pensarte. Pero como al mar, hay pensamientos a los que no se les puede poner diques porque no hay forma humanamente posible de contenerlos.

La mera idea de que tu tiempo pase a ser "nuestro" me parece la curva más empinada de una montaña rusa y el choque más violento de los coches eléctricos de las ferias.
Así debe de estar mi punto de mira, desviado como las escopetas que nunca apuntan al blanco.
No me valía con verte, tenía que perseguirte hasta tenerte. Hasta que mis límites se rozaran fugazmente con los tuyos en un deseo imparable y irrevocado por hacerme vibrar. De todas las formas físicas y mentales que hubiesen sido posibles.
Si la improbabilidad duele menos que la imposibilidad, mi causa quizá no está tan perdida y aún puedo encontrar la forma de disolver mis pensamientos en ácido. Hasta que todo se pudra y se desvanezca.
Estoy segura de que el olvido duele menos. En cuestiones de pragmatismo sentimental, lo recomendado por 1 de cada 2 expertos en la materia es clavar otra espina con forma de clavo que permita empujar dicho recuerdo hasta el fondo de nuestra materia gris.
Y una vez ahí, nuestro "yo protector" debería encargarse de empaquetar ese recuerdo y mandarlo fuera, a un vertedero de puertas azules al que no tuvieramos tan fácil acceso.
A veces solo unos acordes de canción, un nombre de oídas en la sobremesa, un lugar, un perfume, una sonrisa... Incluso cualquier objeto mundano puede poner patas arriba todo el progreso que se realiza hasta darse cuenta de que los expertos no lo eran tanto y había que escuchar a la otra mitad.
La otra mitad afirma, con pleno desconocimiento y tirándose a la piscina con los ojos cerrados y con zapatos, que la forma más digna de superar los suspiros y los guiones de películas nominadas al razzie es con la ayuda de una dama de cabello cano y figura esbelta llamada "tiempo".
A veces se le oye decir que si te das cuenta, siempre te lo ponen fácil. La actitud del interlocutor te invita al abandono total y al cierre del abismo, pero nosotros, como animales heridos e innegablemente dramáticos que somos, insistimos en llevar la pena de pareja y bailar con un último baile con el drama.
Esta bandada de inexpertos ha curado más de un corazón declarado en riesgo de exclusión visceral y de momento sostienen el mío para que ningún trozo declare otro estatuto de independencia y se exilie sin permiso.

Soy mía hasta la última de las válvulas que siguen haciendo latir este músculo, recién declarado funcionalmente impasivo.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

No hay por qué.

Qué es exactamente lo que nos mueve.

Yo me he preguntado más veces de las que me gustaría admitir el por qué de levantarme, desayunar, comer, quizá establecer ciertas relaciones sociales y luego dormir.
Muchos días los cuento como el tiempo que pasa entre que salgo de la cama y vuelvo a entrar, y en innumerables ocasiones ni siquiera da tiempo a airear las sábanas.
Hay días en los que tu existencia parece no tener sentido alguno y todo se tambalea. Y todo es absolutamente todo: tu núcleo familiar parece dar por obvia tu presencia, tu mejor amigo se olvida de preguntar, tus conocidos ni siquiera saludan y los extraños parecen marcianos. El universo conspira contra tu persona y ni siquiera eres capaz de dar una buena razón por la cual decir "tengo un mal día".
Si lo piensas unos minutos, contestar "bien" a un "qué tal" es la cosa más normal del mundo; pero al menos yo, en un 80% de las veces o así lo siento en este momento, diría "no sé". Así, sin un por qué y sin ninguna necesidad de argumentarlo. No sé cómo estoy ni siento que tenga que saberlo. Estoy, respiro y vivo como acción general.
No es algo por lo que estar triste o algo por lo que pensar más de la cuenta. Simplemente creo que deberíamos permitirnos ser mundanos un par de veces a la semana para poder sentirnos increíbles en los "días buenos".
En serio, existe la tonalidad gris en cuanto a estado de ánimo se refiere, y no es un drama o algo que necesite una solución.
Mi vida, tal como la entiendo yo, es a veces puro trámite y mera burocracia con lo que sea que mueve el mundo. Días de relleno, para tacharlos en el calendario o para hacer una cuenta atrás.
No todo tiene un 'por qué' y no pasa nada. Ese es el asunto la mayoría de veces. Se empeña en suceder, mover las agujas del reloj sin pedirte que disfrutes cada momento como si fuera el último. No lo hace, sabe que conlleva un esfuerzo físico y mental que requiere un tiempo de reposo.
Todo lo que importa de verdad cuando volvemos a abrir los ojos requiere una pausa y un respiro. Los "domingos de la vida" son los momentos que te autoconcedes para recapitular tu día a día.
No todos los días cuentan.
A veces hay que decir "no" para no romper la expectativa del "sí".

Y esto es simplemente la mejor metáfora que encuentro para referirse a las relaciones con la gente. Es todo un eufemismo: hay personas que te dan pereza un día y al otro no; y a hay personas de las que necesitas un descanso porque crees que merece la pena mantenerlas.
Estoy en un descanso maravilloso y en este momento no quiero que nadie lo interrumpa.
Creo locamente que también el resto del mundo merece un descanso. Hay que existir flojito para poder pisar fuerte mañana, pasado y al otro.
Existir necesita de cerrar los ojos y descnasar pero sobre todo, de la soledad.
No te preguntes por qué.

martes, 27 de diciembre de 2016

Caricia sin fín

El tacto suave y tembloroso de su piel la hizo temblar. El miedo pasó rozando su nuca y erizo su cabello, tensando hasta la última vértebra de su columna.
Aquel contacto, se dijo para sí, era exquisito. Apenas un leve roce de sus dedos sobre la palma de su mano fue suficiente para conectar un suspiro entre sus bocas, que palpitaban crépitas a la luz de la vela.
La cera se consumía con la misma rapidez que las ganas por habitarse. Se miraron largamente hasta transportarse a otra dimensión. Cerró los ojos de pronto y apretó las cuencas tanto como pudo. Siguió viendo su contorno, el filo de su mandíbula, sus pómulos y la apertura de su boca curvada en sonrisa.
Un escalofrío que duró lo mismo que su enpanamiento la devolvió al mundo de los astros de sombras y la invitó a acortar la distancia y entregarse por fin.
Su remitente no se movió un ápice, ni siquiera cuando ella levantó la mano hacia su tez, inquebrantable. Siguió sin prisa la línea simétrica de su cara mientras cerraba los ojos. Se había aprendido de memoria ese camino y esas neuronas no podrían ahogarse nunca, ni siquiera en una botella de alcohol.
Continuó un tanto más impaciente que antes en su descenso infinito hasta que se dio cuenta de que ya no podría haber paso atrás.
Sus manos no le pertenecían y su mente había quedado en el blanco más impoluto que hubiera podido imaginar. Se movía como una marioneta con hilos, presa de su propio destino.
Estaba aterrada ante lo que habría de ser la consecución más nítida de lo que tanto ansiaba, pero era precisamente esa cercanía peligrosa hacia la felicidad lo que ralentizaba su camino.
Su acompañante decidió por ella y volvió a acariciarte la palma con una destreza que terminó por desarmarla. La mayor de las caricias tomó parte en el sendero de descenso.
La mirada más larga que había enfrentado hasta entonces la envolvió de una manera única, que la hizo hiperventilar y notar su corazón aparentando loco contra su caja torácica.
Ni siquiera había comenzado la taquicardia.
Por fin, antes de cortar sus cuerdas con cualquier recodo de cordura que pudiera quedarle, saboreó el momento despacio y supo entonces que aquel sería el instante más cercano del que estaría de la felicidad: a medio camino entre la valentía y el miedo.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuando bajan las mareas

Cómo te atreves a volver, me hiciste daño pero sigo vivo; contigo yo me acostumbré a perder: mi corazón funciona sin latidos.

Quizá lo que acaba resultando doloroso es la forma en que dijiste adiós. Cuando yo quise pedir perdón, me tropecé con tu desgana y me precipité al abismo de tu olvido.
Parpadeé repetidamente pero no volviste a aparecer. Te busqué en conversaciones que no te conocían y acabé gritando, loca de rabia y de nostalgia, tu nombre en la sombra. En susurros antes de dormir. Entre suspiros que se llevaban lenta, pero inexorablemente, los últimos recodos de mi alma.
Mi playlist sonaba más triste de lo habitual y paradójicamente, también rehuía los lugares soleados por temor a que volvieras a cegarme.
Porque me quemaría los ojos con tal de verte volver y sonreír. Ícaro volvió a volar demasiado cerca del Sol y Luna se enfadó, muerta de celos.
Ya no sé qué excusa ponerme para dejar de pensarte a gritos entre las cuatro paredes de mi cortex cerebral; ya no sé qué decir para volver al momento en el que la rabia pudo más y las palabras salieron a borbotones de rabia y despecho contenido. Ya no sé qué hacer para que pienses en mí y cierres los ojos muy fuerte pensado que así mi reflejo no se evaporará.
Ni todo el frío del mundo puede presentar batalla a un invierno contigo en la distancia, que se pudre roto imaginando que vuelves para qudarte.

A veces solo echamos de menos lo que sabemos que no volverá. Ni siquiera Ecdl, Andrés Suárez o cualquier soñador, poeta y cantante ilustre conseguiría arrancarle un segundo al cronómetro de tu corazón.

Ya no puedo resistirme a las mareas y no puedo esperarte anclada a un mástil de un barco que sigue la trayectoria de Titanic. Voy a saltar, voy a quemarme y tú no vas a arder. La triste realidad se impone a una rutina vacía, ciega, absurda e inverosímil.
Te estoy confundiendo con las flores que adornan los defectos de las casas donde aún hablo de ti.
Si me canso de hacerlo un día, cierra los ojos y piénsame en bajito hasta que me estallen los oídos y me olvide del día en el que vivo y solo quiera, o pueda, esperar para abrir los ojos e imaginarte al otro lado del teléfono, con tu timbre tímido y mis ganas de comerme tu mundo.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Ya no necesito más tu tiempo.

Avanzamos de la mano de lo que nos vuelve frágiles.

Despacio y suave siento la oleada de frío abriéndose paso hacia mis costillas, mirando de reojo la infinita oscuridad que me rodea.
La sensación gélida me rodea el talle de la cintura y aprieta hasta el punto de recolocarme los huesos de la cadera como se le haría a una miuñeca rota. El alarido de dolor se ha quedado a medio camino entre mi garganta y mis ganas de alertar.
El espejo está sucio y roto sobre la repisa del baño, que desprende un hedor dulce y húmedo que fuerza las lágrimas correr por mis mejillas.
Me observo en silencio al trasluz de una bombilla pelada que pende del techo. Todo está a punto de desprenderse, incluso yo.
La imagen me abofetea repetidamente hasta hacerme caer exhausta sobre el suelo. Siento el peso de un cuerpo que no reconozco y el reflejo de unas carnes que no habían aparecido en toda mi lucidez prematura.
Las pellizco como si fueran a volatilizarse y desaparecer en la negrura de la estancia; como si pudieran pudrirse emponzoñadas por el odio. Pero no pueden, las he traído para que se queden y muy a mi pesar ya han reservado la suite principal del Palace para acomodarse y disfrutar las vistas.
No es mi caso.
No puedo articular siquiera una palabra que no supure vergüenza en cada uno de los poros de mi piel, corroida por el paso del tiempo.
No consigo ponerme en pie y me abandono a la paz negra de la soledad, fiel tormento que sabia llevar.
La costumbre de los últimos días rozaba lo dolorso y solo aquel frasco y su líquido podia sumirme en un sopor del que siempre despertaba.
Siempre la misma visión en aquel espejo. Siempre las ganas de abandonar. La persona fuerte que había crecido con esos huesos habia quedado, literalmente, aplastada por la inmensidad mórbida de su reflejo.
La rutina solo era un mero recordatorio de que aquello era real, tanto como el dolor sordo que aullaba al alba en sus caderas. Aquel armazón óseo se terminaría por desintegrar una madrugada de Noviembre con la única compañía del reflejo de la Luna y su humillante silencio.
Todo aquello podría acabar por fin.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Vívido presente.

A veces creo que la vida está sutilmente preparada para que al instante la ames y al instante la odies.
Y eso pasa en un segundo. En un parpadeo sientes la soledad sobre tus hombros como un peso que aunque ciego, es eterno. Y suspiras.
En ese suspiro da tiempo a que dos personas se besen, a sonreirle a un extraño y a terminar de leer un libro que te ha cautivado.
Y la vida, por toda paradoja posible, es el libro más especial que existe. El futuro está encriptado y escrito en un idioma del que aún no se tiene constancia; y el pasado está encuadernado en un tomo viejo y rasgado de tinta corrida y en el que a duras penas es posible juntar tres palabras con sentido.
Para el presente, la vida y su escritor tiene algo reservado. Algo llamado destino. Hay quienes se empeñan en ir tras su pista y correr al son de la pluma. Por contra, están los que esperan.
Los que esperan a que el semáforo cambie de ámbar a rojo y después a verde, los que esperan a que llegue el próximo tren, los que esperan en la cola más larga de un supermercado, los que esperan a que la tormenta pase...
Y la vida sólo quiere que esperes. Que pares. Que llegues tarde, que respires. Sólo quiere que en el momento en el que tengas que correr, te pares y entiendas que la esencia de la vida no es ser el primero o el último, el secreto está en ser, simplemente. Uno más, uno menos. Pero ser. No irte cuando acabe, no correr al siguiente reto. Permanecer. Durar. Resistir.
La vida te ofrece la oportunidad de correr, caerte y rasparte las rodillas; pero eres tú quien tiene que aprender a esquivar las prisas y, más que aprender a levantarte, aprender a no caerte.

viernes, 25 de noviembre de 2016

De refilón.

¿Sabes eso de que de pronto ves a esa persona que llevabas tiempo evitando pero que se te habia olvidado últimamente hacer, y se te cruza y te mueres?
Y no puedes huir o irte porque ha significado algo, está ahí y te está mirando con la ternura de antaño. Y de repente se gira y ves una mancha en su cuello y te acuerdas. Te acuerdas de por qué ya no le quieres ver a menudo o por qué te estás muriendo ahora. De pena, de rabia, de ganas... o de todo un poco.
Eliges no elegir(le) y que no esté en tu diana de puntería porque en caso de que lo esté el tiro al blanco puede ser devastador.
Y en el segundo que dura una mirada te montas cinco peliculas nominadas a premio por efectos especiales que acaban contigo entre sus brazos. No hay otro fin que sea posible para tu cabeza porque aún no te lo has sacado de ahí.
Puedes ignorarlo o puedes hacer como si no pasara nada o no existiera, pero sí que pasa. Pasa mucho. Y aún pasa más por lo que no ha pasado. Por lo que hubieras querido que pasara.
Y entonces piensas que tú estás bien ahora tal cual estás, sin agobiarte por nadie y sin sacrificios. Hasta que estás sola un instante y el mundo grita en silencio contra tu sien. Absolutamente todo se te derrumba y el derrame es frenético, como poco.
Pero estoy bien, viendote de refilón las marcas de otras y las sonrisas vacías que un día yo llené. Estoy bien porque ahora quizá trato de asumirte, pensandote a gritos mientras lees en la cafetería, y no esperando a que tu recuerdo se volatilice y deje de supurar.
Mi autocontrol está en el límite con pie y medio en el abismo. Este miedo a las alturas me viene grande y por si no estoy mañana, que sepas que el miedo pudo a las ganas y que el tiempo pondrá la tirita.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Primer persona del singular.

Dejé de tener esperanzas en el mundo cuando dejé de creer en mí poco a poco y empecé a creer en los pilares de la gente a la que siempre he considerado mentalmente inferior. Y sí, digo esto sin intenciones peyorativas o ególatras, digo esto desde mi verdad.
Perdí la esperanza en el momento en el que me creí que para estar en sintonía y paz con el mundo tenía que hacer lo que ellos decían hacer, y pasé a exigirme por dejabo de mis límites y muy por debajo de mi listón; solo porque era lo que ellos hacían.
Y a mí lo único que me llena es siempre dar más, mucho más de lo que a priori se espera que de. Llevar mi cuerpo y mi mente al límite de lo explorado y experimentar cosas con las que nunca me atrevería.
Alejarme de este camino solo puedo achacarlo al miedo, la desgana y al exceso de empatía. Y no hay nada que me pueda herir más que eso.
Me toca recoger vientos de una tormenta que no quise sembrar y me toca mirar un tiempo a un cielo nublado y gris. Sólo queda trabajar y ordenar las nubes para recolocar mi vida por trocitos y no dejar que absolutamente nadie me diga lo que tengo, no tengo, puedo, no puedo, debo y no debo de hacer. 
Yo escribo mis límites y nadie más puede atreverse a llenar de tinta las páginas más importantes de mi vida. Sobre todo si lo hacen por saciar su mediocridad mellando tus expectativas.
Quien se quede, que lo haga para acompañar y no dirigirme. A quien venga, que se quite los zapatos y tome asiento porque esto no es como empieza, lo importante es ver como acaba. Con quién es algo que me toca decidir hoy.
Más que nunca: yo, me, mí, conmigo.

sábado, 5 de noviembre de 2016

La canción que no termina

Esta cara de felicidad debería ser por tu culpa, pero no.
Suena contra mis costillas y mis cosquillas esa canción a capella, en acústico con el teatro abarrotado y las luces apagadas, miles de estrellas encendidas en una noche en la que Madrid tiene más escalofrios que frío.
Suena y la escucho reteniendo lo que creo que son lágrimas en los ojos y te miro con el deseo incontrolable de decirte que lo olvides todo y mientras él canta podamos ser otra vez, de nuevo.
Pero tú no me miras, no has sentido la conexión, no estás ahí y no quieres estarlo. Ya no.
Duele porque entre todos los momentos entre los que podría haber elegido para merecernos otra vez, no podría haber imaginado otro mejor ni más bonito. Y duele porque creo que solo me duele a mí, que todo lo que dicen las letras que tanto hormigueo me causan y que algún día compartimos en el asiento de tu coche no son más que los acordes en los que recuerdas otros ojos.
Ya no sé cómo mirarte, cómo hacerte sentir que no me he ido y que no quiero hacerlo ni que tú lo hagas. Solo quería bailar, cantar y llorar al son de una melodía que hicimos nuestra en otro tiempo más feliz.
El invierno llegó y se llevó el calor del verano, las risas y las vendas. Ahora la herida está abierta y nada en el mundo va a conseguir cerrarla.
Autoconvencimiento, eras para tanto.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Fecha de caducidad.

Desde hace tres noches pienso que cuando nos volvamos a cruzar vas a olvidarme de repente y eso me va a doler más que cualquier bofetada. Yo no quiero tres días que me hagan cambiar a mí más que a esta etiqueta que compartimos, como las latas en conservas (con fecha de caducidad).
Y sin embargo, sin preveerlo, estás en la salida de la boca de metro esperándome, porque llego tarde. No puedo ni quiero mirarte directamente a los ojos por si me pierdo y me ahogo. Yo solo quiero que pase algo determinante hacia alguno de los abismos y grietas entre los dos precipicios. Odiarte o quererte pero no las dos, y desde luego no a la vez.
Llevas más corto el pelo y más perfilada la barba, sigues riéndote como si fueras la persona más feliz de la faz de la tierra y sigues hablando como si la vida fuera un chiste, tu fueras el monologuista y yo todo tu público. No me importaría serlo.
Pero solo mantienes una distancia de seguridad que quiebra la mía y toda la confianza que he puesto para superarte. Y es tu indiferencia la que me invisibiliza hasta volverme loca. De atar.
No hay manera de que deje de buscarte entre la gente como si me importara un ápice saber algo ajeno a ti, a tu verano, a tu vida. Supongo que estoy fuera y que no tengo derecho, no ahora, a pedirte un vale de entrada directa con ruta guiada.
Ojalá supiera si tú solo estás jugando, y aún más, si quieres ganar o perder, con el pronombre de primera persona de singular que le sigue.
Yo sé que el problema es el tiempo y las ganas, y también sé que la solución de lo segundo es lo primero. Ayudaría no coincidir en este microuniverso paralelo que formamos un día y que no quiere autodestruirse sin hacerlo conmigo. Ojalá no vernos en ninguna de sus tres dimensiones para así no romper cada absurdo intento que hace mi mundo interior por olvidarte.
Ya no sé qué es esto para ti, una conversación un lunes, un partido un miércoles, un adiós con sabor amargo de despedida precoz o dos besos que acarician con cuchillo una sensibilidad que pende de un hilo.
No creo que haya un clavo que consiga cerrar tu agujero igual que tampoco espero que se cierre del todo. Hay heridas que no sangran y que solo duelen cuando tratas de cerrarlas.
Quizá la solución sea acostumbrarme a este vacío tonto que sonríe ante la expectativa de que puedas estar ahí, en línea, en el edifico de al lado, pensando en mí.
Porque sí, de repente tú, todo tú.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Otra de esas noches.

Quizá me equivoque mañana pero hoy tengo razón.
Quiero llegar constantemente más alto de lo que me da la vista al mirar hacia arriba, sin darme cuenta de que las tortas llegan por no saber esquivar los baches del suelo. El suelo del techo es de cristal y no quieras pisarlo descalzo.
Escuchar música nueva que me mueva por dentro y que me queme todos los resquicios de auto realidad que me quedan.
Beber con la calma de la madrugada bajo la luz de la luna y con la compañía que me exige el corazón y no la cabeza. Perder la cabeza y la vergüenza pero no la cordura y saber en qué momento inhibir y desinhibir.
Gritar a una ciudad dormida las penas y las realidades y esperar un eco de valor que me deje actuar de una vez por todas.
Romper con las cadenas del mundo y de su estúpida forma de pensar.
Hacerlo todo mal y que al final del día, vuelva a estar bien o al menos, a no importar.
Comerme mis miedos sin vomitarlos, domesticarlos para que me den la mano y no me la echen al cuello.
Volar con la mente cada noche al mundo en el que soy valiente y libre para actuar por impulsos. Despertar para hacerlos reales en el mundo de los mortales.
Vivir el drama de madrugar y la cortesía de dormir en paz y sin nada más que mi paz en la cabeza.
Echar a todo el mundo de mi corazón y acotar la zona para clientes vip que paguen su entrada por adelantado.
Bombardear mi zona de confort cada noche y prometerme al acostarme que mañana sera un día combativo.
Esperar a que todo salga bien y dejar los planes al destino y al futuro.
Sacar a pasear mis ganas de desfasar y hacerles compañía al despertar.
Vivir la compañía de la soledad sin esfuerzo.
Cambiarme la mirada y que dejen de estar en obras todas las sonrisas que quedan por construirse.
Escribir a todos mis demonios y mandarles una postal desde la quietud de mi tempestad. Otra noche de tormenta.
Otra noche en la que me propongo cambiar el mundo y diseñarlo a mi medida en cinco minutos y sin más opinión que la del cantante que ha sonado por última vez.

sábado, 27 de agosto de 2016

Paranoia.

Me siento increíblemente culpable hoy.
Culpable por admitir por fin una única y certera realidad. No hay reciprocidad en palabras amables, son una falsa careta para esconder la verdadera intención y al verdadero asesino.

Ni siquiera sé si ha sido desinteresado alguna vez o si en realidad todo ha sido un medio para un único fin: anteponerte incluso en el ámbito más absurdo y patético de la verdad.
Y yo he permanecido impasible ante la traición y ante la siempre breve esperanza de hacer duradero algo que probablemente nunca existió.

Nunca he pretendido tener la razón y tú siempre has decidido optar por esa opción, tu verdad era la única y así había de ser.
Probablemente pienses que aún tienes razón, que me estabas haciendo un favor, que todo esto era por mí. Pues bien, púdrete en ese mundo paralelo que tu cerebro ha creado. No has sabido si no coger lo mejor de mí y aprovecharlo hasta la saciedad.

Siempre ha sido un sentimiento que ralla la esclavitud mental y la sumisión completa. No entiendo que puedas vivir con esa actitud elitista ni un segundo más. No eres más que la escoria con la que te juntas.
Sin más, no arriesgaré ni un minuto de mi tiempo en tratar de comprender tus ataques de pánico a las tres de la mañana, no más.

Debería saber elegir quien, entre toda la basura colindante, merece un sitio a mi lado, pero resulta que en este baile de máscaras todos somos carne podrida que no puede salvarse.
Culpable por haber pretendido traspasar las reglas de lo establecido cuando la única ley era la no escrita.
Es definitivo, no tengo ni puta idea acerca de ti pese a tus infinitos intentos de mantenerme al día.
Pues bien, el día ha llegado. Ciega, sorda y muda ante todo lo que se te ocurra decir. No-soy-para-ti.

Veredicto, culpable.

viernes, 26 de agosto de 2016

Y a ti, ¿a qué te huele la lluvia?

Huele a lluvia en Madrid y hace tanto calor que resulta inverosímil que el cielo haya decidido conceder una tregua y premiar con un poco más de gris el skyline de mi ciudad favorita.
Huele a lluvia y hoy me siento más sinestésica que nunca. Quizá no consiga anclar un olor a una persona ni a un recuerdo pero sí, e irremediablemente sí, a una posibilidad de futuro ambigua que se cierne ante mí con tantas posibilidades como las hay de que se acabe el mundo mañana. Y si no puedo anclarlo, sólo queda que la brújula señale en la dirección correcta, y si es el sur, que sea porque has perdido mi norte. Allí no deja de llover y no sirven ni paraguas, ni chubasqueros ni chalecos impermeables que te libren de que el aguacero te cale hasta el corazón. Y si esquivas las pulmonías y las arritmias que causan las lluvias, quizás puedas llenar un mar donde quiera bañarme.
Huele a lluvia y a humedad y a todos esos días de verano en los que la quietud, la calma y la madrugada te envalentonan más que el alcohol y la fiesta en invierno.
Y si como Rozalén, tengo que gritarte lo que siento, que sea después de un diluvio, no vaya a ser que se te quede el corazón ciego en el ojo de la tormenta.
Huele a lluvia y la humedad se mete en cada poro de mi piel e invade cada centímetro de mis pulmones reemplazando la frustración diaria que supone vivir expirándote todo el tiempo. Y nunca consigo llegar a aspirarte por completo porque te esfumas, te vas sin ni siquiera darte la vuelta y echar un vistazo para ver cómo estoy o con la esperanza de que pueda detenerte. Y sí, vuelves, vuelves cuando creo no necesitarte y lo haces como si Andrés Suárez estuviera pidiéndotelo, y yo vuelvo a echarte de menos en las conversaciones cuando aún no han acabado, siempre temiendo el momento en el que decidas irte.
Huele a lluvia, a geosmina, a petrichor y en esencia huele a ti. Este fluido etéreo, sutil y vaporoso que me embriaga es casi como un veneno en manos de un loco que inestable y jodidamente sensible, no tiene más remedio que suicidarse y acabar con la agonía. Quizá eres el arma y yo no tengo balas, ni puntería ni ganas de fallar.
Huele a lluvia pero ya no se si parece que va a llover.

lunes, 15 de agosto de 2016

Que le jodan.

Es de esas noches.
Lo he vuelto a hacer, pensar.
En ti como idea abstracta y en ti como todos los planes que mi mente reserva para los dos.
En faltar a una promesa, hablarte y mandar la poca salud mental que me queda a la mierda. Y si me pierdo por quererte, me da igual. Total, me estoy perdiendo absurdamente por no hablarte y no decirte las ganas que tengo de volver a una rutina contigo. Es verte en foto y echarme a temblar. No vale la pena mentirme sobre el daño que me puedes hacer. Está hecho.
En lo vivido y en lo efímero que resulta cuando ves el ojo de la tormenta a quinientos kilómetros y no desde el epicentro. Últimamente, mis terremotos arrasan con todo.
En lo que me da miedo a vivir, y esto sí que me quita el sueño. O me lo da, según se mire. Soñar prohibiendo una realidad que se expande por cada poro de mi piel y que duele como mil cristales que penetran sin dudar. Y mi piel no resiste las embestidas, en algún momento la pared va a ceder y va a salir la verdadera realidad, la única. Ningún tabú y ninguna persona va a poder retenerme las ideas con las manos y al final me voy a escapar y me voy a perder entre las olas.
En la necesidad imperante de ver, tocar, sentir y vivir lo que hace poco empecé. Es mi momento, esta vez sí, no quiero ni puedo perderlo.
En mandar a la mierda a todas las personas comodín que se empeñan en llenar un vacío que no puede saciarse.
Sólo yo puedo.
En liberarme de todas las emociones que he estado reteniendo, esforzándome porque no salieran para que a mi alrededor, la vida siguiera igual para todo el mundo.
Pero nada es igual, o quizá soy yo, que estoy sumida en un permanente y perpetuo cambio y no puedo anclarme a un sitio, una persona, un recuerdo o una emoción.
Necesito vivirlo todo y que el tren de altibajos no pare de subir y bajar, que no frene, que no se vuelva constante y aburrido, que no termine nunca, que no me prive de hacer todas las locuras que me faltan.
En dejar de soñar despierta todas las cosas que no pueden conseguirse, para así aliviar mis demonios y suspirar en paz que soy todo lo que tengo y lo que quiero, y que nada ni nadie va a conseguir convencerme de lo contrario.
Lo mismo de siempre, no voy a esperar a que aparezca la persona indicada en el momento justo para protegerme de la hostia contra el suelo, y desde luego, si ha de ser así, que me pille en bragas, con coleta y sin vestir, porque estoy hasta los ovarios de esperar como la vida tiene que tomar parte a mi alrededor.
Que le jodan.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Tu ancla.

Estás por el aire, en todos sitios.
Tus palabras entrecortadas entre las comisuras de mis labios y en las arrugas de mis ojos al sonreír; tus manos despacio, pero nerviosas, como una barrera táctil entre nosotros; tus ojos, firmes pero inseguros en una mirada tímida y llena de todo lo que callas.
Barres mis miedos con conversaciones banales en las que descubro tu inseguridad vestida de movimiento.
Necesitas moverte a mi alrededor porque asumo que a ti también te da miedo quedarte cerca y dejar que me acerque.
Pero detrás de esas ganas de caminar por todo Madrid se esconde el silencio con el que me dejas terminar mis fases de indignación con el mundo y sus catastróficas desgracias. Me dejas ser la feminista que quiero ser, la defensora de los animales que estoy descubriendo, y me dejas explicarte los sentimientos más simples a los que nos sometemos por amor.
Admites tu versión retrógrada y anticuada en la forma de ver las cosas y se enciende una vela dentro de mí sobre todas las cosas que podría enseñarte, y, desde luego, que tú podrías enseñarme.
Atravesamos Madrid buscando un sitio decente en el que seguir hablando mientas me hablas de las excentricidades de tus amigos y mientras yo te imagino hablándoles a ellos de mí. Y descubro en tu sonrisa un atisbo de sinceridad y relajación diferente que me transmite la calma previa de la tormenta.
Y creeme, hoy quiero ser el viento de tu vela, el timón de tu vida y hasta el ancla más grande de cualquier barco para decirte que no tienes que buscar más, que no hay más náufragos que resistan la marea y que aquí nos podemos perder porque hoy sólo quiero que tú me encuentres.
Y me salves.

jueves, 16 de junio de 2016

En línea (directa al corazón)

Entonces llegas tú, pisando fuerte y yo me echo a temblar.
Yo, que soy un flan con esencia de gelatina, que pido perdón y por favor a cada instante y siempre soy excesivamente correcta, tengo miedo.
Porque tú preguntas sin esconder intenciones y sin vueltas de hoja, y verlo tan claro me da miedo. Detrás de esa fachada de amabilidad te encuentro las ganas, y las mías ya están con las botas puestas subiendo una montaña infinita. "¿Y si sale bien?"
Vienes con las manos vacías y la sonrisa puesta y parece que todo alrededor es más fácil.
Me hablas de cine, de la cerveza que te gusta, de la poesía moderna en la que me incluyes (entre piropos) y de los sitios que visitas de vacaciones. Me hablas del metro, de cosas banales que nunca pensé que darían que hablar. Me preguntas mis horarios y revoloteas con los tuyos, en un intento taquicárdico por hacerlos cuadrar.
Y yo me siento inusualmente absurda y pequeña en tus conversaciones, analizando cada sílaba por si, sin querer, te doy motivos para que retires tu interés.
Pero lejos de esto, que sería lo más lógico para mí, te interesas hasta por las combinaciones que se pueden hacer con el sabor limón en la comida. Me hablas de caramelos, de helados, y hasta de las gambas de una de las que intuyo es tu película favorita (Forrest Gump).
Y yo sufro arritmias cada vez que te veo en línea y escribiendo, pensando que esta vez será en la que me dejes en visto.
Visto lo visto, solo quiero verte.
Por eso tengo miedo, porque lo haces todo fácil y peligrosamente atractivo.
No sé, creo que hoy me voy a dejar seducir, por lo que pueda pasar.
Dame dos semanas y hacemos de esa sonrisa fugaz un estado permanente de felicidad.

martes, 14 de junio de 2016

Y tú, ¿bailas al compás?

Al fin y al cabo, todos buscamos las mismas cosas. O bueno, en realidad mi delirio va más allá de cualquier convención social absurda.
Recorrer de noche la ciudad que amas y en la que vives, solo o acompañado, pasando por calles desiertas y por bares abarrotados, con gente que ríe sentada en el suelo, grita eufórica por el alcohol o se besa en un portal es una sensación indescriptible.
Caminar en vez de coger el metro, fijarte en el balcón en el que nunca te fijas y ser la sombra grácil a la que alumbran las farolas; doblar la esquina del colegio y sentir que ha pasado tanto tiempo que ni siquiera reconoces qué ha sido de ti. Sin que sea necesariamente una visión triste o pesimista, más bien de sorpresa. Andar las calles de siempre nunca supo tan diferente, al fin y al cabo hay huellas que perduran siempre.
Pensar en las cosas que te gustaría decirle a la persona que quieres, acordarte de un amigo al que hace tiempo que no ves, planificar la tarde del día siguiente y pensar en el ratito de relajación que estás teniendo en este instante.
Volcar tu respiración al compás de la canción que suena en tus cascos. Sonreír como si te hubiera tocado la lotería o te hubieran dado la mejor noticia posible.
Vivir, sentir despacio, empapándote de cada momento.
Que corra una suave brisa mientras te mueves de un sitio a otro, la calma del semáforo en rojo, la quietud del reloj y el minutero, la vida por delante.
A veces la música te transporta a un mundo paralelo en el que imaginas como sería tu vida si pudieras verte desde fuera. Y el balance es positivo, lo estás haciendo bien.
Y ahí estás tú, bailando tu canción favorita en la calle que llevas pisando cinco años seguidos con gente a la que no conoces pero que te mira cómplice, sabiendo que estás viviendo uno de los mejores momentos de tu vida y sobre todo, que estás siendo consciente de que está pasando.
¿Acaso hay algo más bonito que sentirse bien y feliz sin necesidad de alguien ajeno?
La música es la melodía que acompasa mi corazón a diario.
Por eso, si me enamoro algún día, espero que sea de alguien que sepa tocar el instrumento más difícil del mundo, mi corazón. Si consigue acompasarlo y crear una melodía con él, lo daré entero, sin murallas ni trucos.
Mientras tanto, la vida me regala el inmenso don de sentirme feliz.

martes, 7 de junio de 2016

Quiero liberarme

Estamos mal, muy mal.
A estas alturas de la vida, seguimos sin entender que quien mucho aprieta, ahoga. Que a veces, para hacer que alguien esté a tu lado, no la tienes que forzar ni obligar. La tienes que dejar ser libre. Tiene que vivir, tener su espacio y su intimidad. Solo tienes que esperar a que vuelva a tu lado cuando la vida le pida demasiado. Y lo hará cada día.
Pero si tratas de encarcelar a la libertad, de ponerle un límite y barrotes, echará a correr y no la volverás a ver más.
Se desvanecerá como el humo. Y solo quedarán las cenizas de lo que decidiste quemar.
Si tienes miedo, no aprietes, no marques. Deja vivir y vivirás.
Si tienes miedo, hablale cara a cara y dale cinco mil doscientas razones por las que todo va a salir bien.
Si tienes miedo, grita, pero por favor, por favor te lo pido, deja ser libre.
Deja volar y caer si tiene que ser así.
Da un respiro aunque cueste, aunque te oprima el pecho la ansiedad. Si retienes, no estará realmente a tu lado. Si cierras con llave la puerta, saldrá por la ventana. Si tapas las ventanas, morirá.
Si lo fuerzas, se romperá. Y no se podrá pegar más.
A veces necesitamos estar bien con nosotros solos, estar agusto en soledad para podernos permitir socializar.
Es un terrible error volcar en otra persona nuestra necesidad de compañía. No hay mejor compañía que la calma y la quietud del alma.
Solo cuando sepamos abrazarnos podremos abrir los brazos para sujetar a alguien más. Para darle la mano.
Si nos lanzamos desesperados a su encuentro lo asustaremos y no querrá venir más.

Si quieres, quiere bien. Quiere libre. Quiere sin cadenas, horarios, compromisos, preguntas. Quiere con confianza. Quiere desde la sensatez. Quiere con la cabeza y no solo con el corazón. Quiere por los dos y quiere con empatía.
Lo que tú quieres no es siempre lo que tiene que ser.

Sobre todo, quiere sin temor a perder porque entonces el juego solo habrá acabado.

Nunca, nunca, nunca ganarás si no me quieres libre.

jueves, 2 de junio de 2016

Una canción

A veces pienso en escribir la canción que alguien en alguna parte del mundo tarareará y escuchará hasta la saciedad.
A veces pienso en que sé tocar la guitarra y que mis dedos bailan sobre las cuerdas, que todo está en perfecta armonía; y el silencio entre acorde y acorde llena la habitación.
A veces pienso que la letra la escribiría pensando en algún desamor al que echarle en cara mis inseguridades, mis dudas y mis miedos. Que se iría todo por el desagüe en el momento en el que me atreviera a confiar, pensando que justo ahí te irías y me dejarías.
Pero no hay nadie a quien me atreva a escribirle algo que se quede ahí para siempre.
Y de hecho, el miedo no va exclusivamente en esa dirección. Si tengo que pensar en entregarle mi corazón a alguien, ya no quiero hacerlo.
Es lo que me pasa siempre, que salgo corriendo cada vez que alguien se acerca lo suficiente como para permitirle saltar la coraza. Y en ese momento quiero correr hasta quedarme sin aliento, esperando que no hayas decidido seguirme. Ese momento cumbre en el que literalmente quiero vomitar el corazón y todo lo que se ha mudado desde este al estómago.
Miedo irracional a querer y que me quieran.
Por eso me encantaría escribir sobre mí y sobre como siento la vida de mi alrededor.
Sería la verdad que siempre he querido contar, mi verdad. No puedo entregarle mis alas a alguien incluso aunque no me las quiera cortar, incluso aunque me quiera enseñar a volar.
Quiero aprender sola.
Por eso, a veces pienso en rimar todos mis delirios nocturnos y ponerles una melodía lenta, cruzarme de piernas sobre la cama y escribir en una libreta todo lo que me da miedo.
Pero nunca nada de ti, de nadie.
Yo, me, mí, conmigo.

martes, 31 de mayo de 2016

Espejos.

Y entonces me encuentro ante mí.
Dejo de respirar y me concentro en la imagen que devuelve el espejo.
-Sólo soy yo, pienso.
Y mi mirada se torna tirana, cruel. Víctima culpable.
-Sólo soy yo, como cualquier otro día.
Y la verdad aparece justo detrás de mí. El fantasma del miedo se personifica y me abraza la espalda, se retuerce contra ella como una serpiente que asfixia a su presa.
-Sólo soy yo, nada ha cambiado.
Levanto el dedo índice y mi reflejo lo imita con cautela y justo cuando estamos a punto de tocarnos se desvanece y ya nadie sigue mis pasos.
-Sólo soy yo, no tengas miedo.
Examino cada centímetro de mi cuerpo con cautela y respeto, como si no fuera mío, como si no lo conociera. Como si estuviera descubriendo un nuevo continente y cada lunar fuera una isla.
No hay contacto físico pero siento la electricidad emanar de cada poro. Todo son chispas y todo es luz en un túnel oscuro.
-Sólo soy yo, ¿por qué sigues mirando?
Mi imagen se vuelve difusa y borrosa. No sé hacia donde mirar y de repente me encuentro en una sala de espejos y en ninguno me veo reflejada. No me conozco, no puedo ser yo.
Grito asustada, loca, histérica.
Me pellizco un brazo y el espacio cambia y vuelvo a estar frente a alguien que conozco.
Eres tú.
No sé si sueño, no sé si es real pero me lanzo a por ti. Sólo sonríes, ladino. Y sé que es mi perdición, que entregarme es perderme, que mi sur y tu norte nunca serán nuestros. Que solo te daré mi mejor parte y que tú no la compartirás.
Sé que en el momento del choque te desvanecerás y me dejarás un vacío en el pecho.
Ya no querré llenarlo.

Volveré a la habitación del espejo y me miraré. Es algo que ya he vivido, sé reconocer esa cara.
Sí, es la mía por fin. Y no, ya no sonríe.

domingo, 29 de mayo de 2016

El miedo.

Y a ti, ¿a qué te huele el miedo?

La inseguridad quiere doler un poco menos que el miedo, bien porque es el paso previo bien porque es nuestro tabú frente a nuestra realidad.
No solo son películas macabras sin sentido, el miedo también es sentirte preso de un sentimiento que no puedes expresar. El miedo también es negación de una realidad que se muda, de vacaciones, desde tu cabeza a tu corazón.
El miedo es saber que estás perdido y aún así no buscar ayuda; simplemente quedarte quieto con (o sin) la esperanza de ser encontrado.
El miedo es acordarte de alguien en una canción, en un poema y en cualquier tema de conversación con cualquier persona.
El miedo te convierte en su mascota y te exige pasear por un valle abrupto y con una pendiente brutal, en la que o saltas libre o te aferras a sufrir.
El miedo vive entre nosotros a diario, te hace la comida, te arropa por las noches, te alcanza el jabón en la ducha, te abre la puerta de la calle y te pone la zancadilla vilmente hasta que recuerdas lo que es vivir atado.
El miedo es la cuerda, la soga que amenaza cada noche cuando ya no se tienen fuerzas necesarias para resistir.
El miedo es el amigo que decide traicionarte el día de tu cumpleaños.
El miedo te roba hasta la certeza de que estás respirando, te hace hiper ventilar o sufrir una hipoxia aparente en la que sencillamente, te mueres.
El miedo te pisa los talones cuando caminas, te empuja en la salida del metro y te arranca hasta la última gota de sudor por no perder el bus.

Y, sin embargo, el miedo dilata tus pupilas, acelera el pulso del corazón, segrega la dopamina que alimenta tu espíritu y guía todos tus pasos.

El miedo es tan diferente como lo son las personas, y en mi caso, se ha personificado con tu figura y desde que me persigue, he parado de correr, por lo que es cuestión de segundos que me alcance.
No sé ser valiente pero quizá este sea de los miedos buenos.
Al final resulta que no eres tan terrible como imaginé.

Mar M.

Tú, navegante incauto.
A ti a quién imaginé surcando mis mares, recorriendo mis islas. A ti a quien preparé mi tierra para acogerte como a un náufrago perdido, y al final, fui yo quien terminó naufragando.
Tú, que vuelves como las mareas cada vez que baja mi nivel y me siento más pequeña, te diviso en el horizonte  ondeando tu bandera de pirata y reclamando lo que crees que por derecho te pertenece.
Tú, que nunca quisiste anclarte en mi orilla y preferías ir y venir, mientras yo esperaba a que volviera a bajar la marea para poder divisarte.
Tú, que te embarcaste con tantas sirenas que acabé por no contar sus colas, mientras yo nunca aprendí a nadar. Y así me ahogué entre los mares que una vez fueron míos y que acabaste por surcar de uno a otro confín.
Ya no tengo ni puertos, ni provisiones, ni luz en el faro para decirte que vuelvas dando bandazos con tu barco porque ya no tengo suficiente fuerza de voluntad como para resistirme a las mareas. Esta vez no hay bote salvavidas al que subirme cada vez que te vas.
Así que, ¿cómo te atreves a volver?

jueves, 19 de mayo de 2016

Permíteme.

Permitíos estar tristes y seréis felices.
Permitíos llorar.
Permitíos una equivocación.
Permitíos engordar.
Permitíos dormir diez horas.
Permitíos romper una promesa.
Permitíos confiar en alguien aún sabiendo que os va a fallar.
Permitíos soñar.
Permitíos amar.
Permitíos un momento al día de soledad.
Permitíos mandar el mundo a la mierda.
Permitíos que vuestro "yo" del mañana se encargue.
Permitíos gritar.
Permitíos sentir, y seréis felices.
Porque si no os permitís vosotros, se tomarán ellos vuestros permisos.

lunes, 16 de mayo de 2016

Breakeven

El cuerpo cansado un domingo, de resaca emocional. Pijama todo el día, una película romántica pero no empalagosa que se te queda pegada a las costillas, sacar los apuntes, comer algo, distraerte, leer, escuchar música triste, dormir.
La rutina cíclica de la soledad cada día es más y más fuerte. 
La luz del día calentando las calles, la gente llenando terrazas y la profunda sensación de estar haciendo algo mal cuando no disfrutas como debieras.
No sé dónde se consiguen las ganas de vivir de forma más intensa, o si solo se recuperan las ganas al lado de alguien (quiero pensar con todas mis fuerzas que no). Definitivamente, la juventud no se mide en cifras, se siente por dentro. Puedes tener dieciocho años y sentirte vacío y triste, y puedes tener sesenta y arrastrar arrugas de reirte y agujetas de moverte.
Como todo, no se puede etiquetar una emoción que se siente dentro; y no se puede poner edad a la madurez. Tanto emocional como social.
Lo único que no te enseña nadie (nunca) es a ser feliz. Resulta primordial escoger el camino, los zapatos y la compañía. Aún así, el camino no es el medio, en sí es un fin.
Y al final va a resultar que no sé atarme los zapatos y que ya no quiero andar un camino, quiero salir corriendo hasta que me quede sin aliento, hasta que el corazón lata por tres y hasta que, por fin, sepa coger el rumbo y tomar las riendas de mi vida.
O no, yo que sé.

martes, 10 de mayo de 2016

Tres errores.

Quizá mañana comprendamos que la <dependencia> es el primero de los errores. Que la naranja tiene suficiente zumo para uno mismo y que te puedes subir a una escalera solo, doblar el edredón sin ayuda, subir las bolsas de la compra, hacerte una foto, y preparar una comida sin que sobre para toda la semana. Que todo lo demás es una invención absurda y poética del "amor romántico".
No entendemos nada. El segundo de los errores es autoconvencerse de que la <soledad> es el camino unidireccional a la tristeza. Ojo, los estados de ánimo, no son, ni de lejos, hogar del alma y por tanto, distan de comportarse como tal. Sin más, son elecciones del corazón para tener la mente tranquila.
El hecho de necesitar compañía para no estar a solas con uno mismo es una enfermedad social grave, sin lugar a dudas. La soledad es la fiel acompañante que baila sobre una tarima de cristal, y que te pisa los pies porque nunca va al compás. La vida consiste en sacarla a bailar y saber convivir con ella. Pues bien, "querer estar solo no es querer sentirse solo."
Y el tercero de los errores, el más grave, consiste en la enfermiza necesidad de creer que la <felicidad> está más allá de tu caja torácica. La felicidad no está al lado de alguien, está en aceptarse a uno mismo. Pequeños detalles, tan banales como:
no perder un tren;
que suene tu canción favorita en la radio; encontrarte cinco euros en el bolsillo del pantalón;
que tu equipo de fútbol gane un domingo;
la risa de tu madre por las mañanas;
clavar un examen;
sonreírle a un extraño;
saltar en un concierto;
que el mar se lleve tus pisadas por la noche;
dormirte escuchando el sonido de la lluvia;
romper la rutina;
viajar;
robar un beso;
comer;
reír;
soñar.
La persona con la que caminas, al fin y al cabo, solo te ayuda a encontrar tu camino. Pero, "caminante, no hay camino; se hace camino al andar".

lunes, 9 de mayo de 2016

Debería.


La sensación de saber todo lo que tienes por mejorar, sin necesidad aparente de que alguien te abra los ojos o deje caer la venda. Al fin y al cabo, es una venda voluntaria únicamente impuesta por la incapacidad de no mover ficha y tomar decisiones.
La sensación de actuar de psicólogo social de prácticamente todas las personas que te rodean y no tener ni idea sobre qué sudadera ponerte hoy. La sensación de estar desaprovechando tiempo de tu vida en exclusivamente hacer todo más fácil para alguien que, tomando esto como precedente, acudirá a ti en busca de solventar sus problemas, aunque sean solo por desahogo, y usarte como pañuelo de mocos cuando el corazón sufra de alergia. Y ni siquiera se han parado a pensar en que el tuyo acaba de colgar el "cerrado por vacaciones" en un momento extrañísimo de tu vida, que, desgraciadamente, ni tú entiendes, ni ellos tienen intención de complicarse por entenderte. Y cierran así el fantástico círculo de darte por culo día si, día también; sin tomarse festivo como día libre.

En otro orden de cosas, la brevedad de la vida consiste, definitivamente, en arriesgarse por acertar y eludir al fracaso emocional y físico.
Y ahí estoy yo, en punto muerto, en una fase intermedia entre mi zona de confort y mi zona de riesgo. Y cada vez que me aventuro a las lindezas de la vida, aparece alguien que me da la mano corriendo y me hace tropezar demasiadas veces en el aparente y utópico camino hacia la prometida felicidad.
Y vuelvo corriendo a mi rutina cómoda y aburrida, cargando con los errores de las aventuras y con las advertencias de los que están en la zona de confort, que aseguran conocerlo todo de las otras zonas, desaprobando firmemente vivir de esa manera.
Y yo, incauta e inocente, vuelvo a mecerme entre los brazos de la comodidad y no del placer, la sencillez, la espontaneidad o la misma libertad, y caigo en un letargo profundo de inseguridad, tristeza y cansancio.
Sin embargo, no es una zona buena y la otra mala; pero si resulta ser absolutamente necesario para mantener el equilibrio y la salud mental los viajes entre ambas de forma continua.
O lo que es lo mismo, hacer lo que te salga de los ovarios, cuándo, cómo y con quien quieras.
Ahora voy y le digo a toda esa gente que tira y afloja entre las dos zonas, que voy a echarme una siesta profunda y que voy a tomar de todo menos decisiones. Que estoy harta de perder tanto tiempo en planificar para que luego llegue alguien que coja tus planes, se seque la nariz con ellos, y te pregunte que qué estás haciendo ahí parado.
Para que luego llegue alguien que se aproveche de tu buen hacer, de tus debilidades y de tu sincera amabilidad y rompa con todo lo que has construido tú. Sin pedir perdón. Sin dar las gracias.
Sinceramente, si lo sé hago también psicología a distancia, porque ya que estoy, por lo menos cobro por los consejos tan de gratis que regalo a diario. En absoluto es vanidad o algo que diría un ególatra, pero si alguien que está peligrosamente cerca de derrumbarse sobre el abismo de mandarlo todo a mierda.
Quizá solo necesitemos un poco de reciprocidad para mantener la llama de la paciencia; o eso, o lo más inteligente resulta ser la reclusión mental absoluta durante cierto periodo de tiempo, necesario para perdonarse a uno mismo las heridas del alma, más profundas que cualquiera causada por alguien más.
El confort por el que abogo es el amor propio y la comodidad de hacer las cosas bien. Por el momento no necesito nada más, ya ves, al fin y al cabo soy una persona conformista que nunca está conforme.


"Ya me he cansado de ser el tipo que no quiero ser. Me acostumbraré a volver al mar cuando no quede nada que hacer; me acostumbraré a disimular y a olvidar que te dejé marchar."

miércoles, 20 de abril de 2016

La eternidad del corazón.

En el momento de la muerte, el corazón se contrae por última vez y expulsa la sangre que contiene, por lo que las arterias acaban por drenarse y vaciarse.
Hay clases de biología celular que podrían considerarse poesía moderna (aunque al fin y al cabo, la muerte y el amor siempre serán temas recurrentes y universales), y es el hecho de pensar que el corazón se queda en sístole, actina y miosina contraídas (tanto tiempo como aguanten sin desnaturalizarse), lo que a día de hoy me da esperanzas cada vez que diástole llega con el bombeo necesario como para hacerlo latir.
La mecánica del corazón es un símil de lo complejo que llega a resultar la mecánica del amor, si es que se le puede encerrar en tal etiqueta.
Ojalá pudiéramos ponerle válvulas y construir puentes y diques al amor y esperar a que bombeara para irrigarnos por dentro, que se bifurcara en cada red de capilares y llegara hasta el último recoveco de nuestro cuerpo. Ojalá pudieramos controlar el caudal para que no se desbordara y causara ahogamientos internos. Ojalá pudiéramos donarlo con la  certeza de que alguien lo recibiera, alguien que lo necesitara tanto como una transfusión a corazón abierto.
Ojalá siempre lo sintiéramos fuerte y sano, de flujo continuo y laminar durante el resto de nuestras vidas (al menos hasta que el amor durara); y no tuviéramos arritmias e infartos que provocaran la muerte por amor.

Al fin y al cabo todo se reduce a lo mismo, a ese movimiento involuntario que agita el pecho cada segundo, quizá no lleve siempre sangre, pero con certeza sé que siempre lleva amor. Por eso se pintan corazones rojos, por la sangre que los hincha y los desborda.

viernes, 8 de abril de 2016

Tic, tac.

La necesidad de sentir más fuerte, más rápido. Más intenso. Más duradero. Más. Mucho más.
Tener una "hermosa taquicardia" y que el corazón lata más rápido, bombee más sangre de lo normal. Arritmias que creen canciones. Canciones que bailen al compás. Compás que sepa dibujar la línea exacta de mis pasos hacia tus brazos. Brazos que rodeen y escalen murallas. Murallas que caigan frente a una mirada. Y es que si me miras... Un minuto más de lo necesario para saber que, sí, las paralelas infinitas han encontrado el camino perfecto para converger por fin. Y no saber si el camino era el destino, o el destino era coger ese camino.
Y que no importe la hora, el día o cualquier sucesión espacio-temporal que no sea el instante presente y contigo. Forma verbal del presente plural.
Notar un cosquilleo en los dedos, un escalofrío en la columna. Cerrar los ojos y sonreír.
Reír. Sentir. Vivir.
Llenar los pulmones de aire puro. Expirar suave y guardar la esencia de la vida en un suspiro. Encontrarnos tan cerca como para respirar aire común.
Salivar más de la cuenta. No poder parpadear para no perder ni un segundo, ni un detalle. No dejar de mirar hasta que los ojos duelan.
Tu propio cuerpo lo reconoce. No puedes salir. Has entrado para siempre en el bucle infinito. Ya no podrás escuchar esa canción sin acordarte, leer esas palabras sin pensar en, entrar a un sitio sin seguir los pasos caminados, y sobre todo, ya no será la primera vez que lata por primera vez. La maquinaria se ha puesto en marcha y solo queda la cuenta atrás. Tic tac, o corres o te pilla. Y si te pilla, corre.

lunes, 4 de abril de 2016

La noche siempre fue musa.

Vivir despacio o vivir deprisa. La calma de un lunes a las 4:16, la calma del mar con la luz de la luna e imaginar el vaivén de las olas sobre la orilla, hipnótico movimiento que acompasa tu respiración y tu pecho. Imaginarlo posible sin poder ver el mar de cerca.
La calma de la noche. La expectación de la oportunidad de un rato a solas contigo.  Hacer planes que mueren al terminar de soñarlos. Soñar con tocar un instrumento y componer la banda sonora de tu vida. Bailar con la imaginación de la mano de personas reales. Dolientes.

Respirar entre las notas de una canción que te llena todos los vacíos por dentro y que te comprende como nadie podría hacerlo. Sonreír pensando en la increíble sensación de pensar en cómo se sintió la persona que la escribió. La increíble sensación de entender qué pasaba por su corazón. O quién.

La caída de la noche y la caída del peso del día sobre los ojos. Ojeras y bolsas donde guardar más pensamientos tóxicos. Moratones emocionales que reflejan la inquietud del corazón.

La sensación de control, de pausa, de poder concederte una tregua por algo conseguido. La sonrisa cómplice con uno mismo, la que mejor sienta.

La euforia del triunfo y el desazón de la derrota. Sentir el corazón en el pecho, sin prisa.

"No hay pausa, solo el coraje."

viernes, 1 de abril de 2016

Utopía sentimental.

La confusión de siempre.

La sensación de que te están cortando las alas. El aire que no se siente libre. El reloj que marca el ritmo, tic tac. Llegas tarde, tic tac. Qué horas son estas, tic tac.
Necesito el espacio suficiente como para poner tierra y mar de por medio y poder ahogarme sola en mis problemas sin tener tres orejas escuchando y cuatro bocas manipulando.
No aguanto tras los barrotes de tener que explicar cada paso de mi vida, cada paso, cuando no hay una necesidad real de conocer. A veces las cosas necesitan cierto misterio para poder tener magia, y solo cuando se lo damos, llegamos a descubrirlas.
Que ya está bien de querer encerrar el saber de una persona, rodear con una camisa de fuerza las ideas y hacer que vomite hasta la última de sus confesiones.
Y mientras, podemos relatar con pelos y señales lo maravilloso que es el voleteo de las mariposas oxitocínicas.
Total, la otra persona no tiene corazón, no siente, no tiene derecho a sentir. Pero por si acaso, le recordamos diariamente lo desgraciada que es su vida vacía, incluso aunque sepamos que no lo esté.
Cucarachas que van de dos en dos y no se resisten a ser pisadas.
Sólo espero que un día el amor os produzca un cólico y mate todas las mariposas para que podáis sentir el estómago y el corazón vacío. Y ojalá que en ese momento seáis víctimas silenciosas de manifestaciones innecesarias.
Y ojalá que sintáis la necesidad de contar vuestra miseria y llegue alguien que tenga en apariencia peores problemas y maquille los vuestros de inseguridades.
No es desear mal ajeno, es desear verdadera madurez mental.

En mi mismo vuelco al corazón, de madrugada y a escondidas, denunciando mi ansia de libertad y lo frustrada que llego a estar por no poder hacer lo que me apetece cuando me apetece.
Necesidad imperante de salir corriendo en dirección opuesta a la marea de gente que sigue la corriente. De sentir la brisa en la cara, de que me sobre la prisa. De recordar una canción y cantarla en voz alta. De tantas cosas que últimamente solo los viajes me permiten.

No salgo de esta utopía sentimental y la única salida, la de emergencia, empieza por perdonarme y mandar a la mierda todo lo que usurpa mi calma. Y como querer estar solo no es querer sentirse sólo, hoy solo necesito un último minuto servir la última y brindar por mi.

Siempre: yo, me, mí, conmigo.

"Me quedo la risa, me sobra la prisa, me he vuelto a manchar la camisa y voy a celebrarlo. La libertad no se enamora."

jueves, 24 de marzo de 2016

A escondidas.

Tengo dieciocho, la suficiente experiencia frente a la pantalla e inspiración necesaria como para saber cuándo necesito liberarme. Es una de esas noches.
Duermo más horas de las que debería, más que por gusto, por vicio.

El hecho de llevar al límite cada fracción de mi cuerpo no es sino un mero recordatorio de que siempre puedo dar más, y esa utopía de perfección me ha hecho hundirme en más de un disgusto, pero también me ha ayudado a aprender rápidamente. También llamada "inteligencia ambiental".

Vivo de la música y de la 'serendipia', de encontrar un cantante que me remueva por dentro y cause el maremoto que sigue a todos mis terremotos emocionales.

Leo menos de lo que me gustaría pero empatizo con cada personaje de una manera tan especial que hace que merezca la pena cada palabra leída.

Soy insaciable en cuanto a la búsqueda de la relación perfecta y cuando creo que la he encontrado, caigo en el terrible error de sentir por los dos. Creo que es lo único de lo que no aprenderé en esta vida.

O me amo o me odio, sin término medio, sin virtud. En una escala que resulta dolorosa según el momento del día.

Siempre he encontrado terriblemente atractiva la inteligencia (sin excluir la emocional) de la gente, y es, sin lugar a dudas, mi mayor debilidad.

Nunca pensé que el aspecto físico (no el mío) fuera a significar tanto a la hora de acercarme a x persona, pero es tan determinante como tópico pueda parecer.
La mirada, la forma curva de una sonrisa, los gestos de las manos al hablar, la caída del pelo, el aroma... El "boom" de querer conocer.
Y tras ello, la esperanza de que sea recíproco. Primer error. El estallido de la bomba, o del corazón.
El deseo de ser el centro del universo y la horrible sensación de estar en un agujero negro y opaco donde no le importas a nadie.

La sensación de que te estás equivocando y el regusto amargo de cometer el error igualmente.

La noche siempre fue musa y nunca supe ni sabré ser su mejor artista. Me falta imaginación, experiencia, sentido crítico y lo más importante, don para crear.

Me gusta que todo salga según lo planeado, seguir una rutina, conseguir lo que me propongo en el tiempo acordado.
Pero a veces, y solo muy de vez en cuando, rompo con lo establecido y viajo, me río, bebo, canto, y vivo. Y sé que estoy perdiendo vida por no hacerlo así siempre, pero no sé no permanecer impasible ante el paso del tiempo. No sé bailar al son de la música y esta arritmia hace que nunca lleve el corazón al compás.

Mi más sincera virtud es la lealtad, y en parte, mi mayor estupidez. Más que grande, me gusta pensar que tengo el corazón ancho y que entran muchas más cosas de las cotidianas y propias.

Me siento más cómoda cuando escucho por placer que cuando hablo de lo propio, por ese incasable temor de pensar en el esfuerzo que hace la otra persona para que le importe lo que digo. Es más, para que no utilice tus palabras, y más cuando están envenenadas de miedo y dolor, como un arma de doble filo.
Por eso escucho mucho más de lo que debiera, y callo todo lo que, por temor a suscitar tensión, necesito decir.

Estoy acojonada frente a la idea de quedarme tal cual estoy durante el resto de mis días, y aún busco el coraje suficiente para levantarme y salir de mi zona de confort y poner mi vida patas arriba. Porque entonces puede que llegue ese alguien al que pueda contarle todo lo que aquí escribo y me escuche tal como siempre hago yo, con un brillo de ojos en la mirada.

De madrugada y escribiendo a escondidas, con la cabeza a mil por hora, un libro sobre la mesa, la cama sin hacer, nadie al otro lado y la terrible sensación de estar madurando otra vez.

Y otra vez Maldita Nerea pone el broche final, pese a que aún queda mucho por andar.

Última línea juntos, verso acabado, punto.

lunes, 21 de marzo de 2016

Príncipe de Vergara

Apareces detrás, justo detrás, cuando me doy la vuelta. No sonríes pero me miras con unos ojos azul cielo que por un momento me hacen ver las estrellas.
Mantienes la distancia pese a que el metro va prácticamente vacío, y subimos tres tramos de escaleras mecánicas infinitas, mientras yo leo "la chica del tren" con las gafas de sol aún en la cabeza. Tu metro ochenta hace que vislumbre una sombra cuando camino que se alarga un poquito más allá de la mía. Camino despacio sin saber a dónde te diriges y pensando que, paradójicamente, podríamos esperar juntos para coger el mismo tren.
Decides tomar el mismo rumbo que yo y mantienes firme tu paso. Yo camino hacia la mitad del andén con la esperanza de que decidas seguir mis pasos. No paras hasta que estamos a un metro de distancia. Empieza a llegar la gente y se coloca alrededor. Tres largos minutos de miradas tímidas y a destiempo que me hacen preguntarme por qué te gusta mirar en mi dirección.
Noto el azul del mar de tus ojos en la nuca y cuando me doy la vuelta, la desvías con torpeza como si yo no me diera cuenta. Si supieras lo que me gustaría ahogarme en ellos...
Entro al vagón dubitativa por si decides entrar por otra puerta y nuestros caminos se separan. Me cedes el paso con los ojos y yo me quedo cerca de la puerta. Te agarras a una barra a medio metro de mí y por primera vez estamos tan cerca como para chocar las cabezas. Me doy cuenta de que llevas cascos y me entran muchísimas ganas de pedirte uno. Metes la mano en la riñonera cuando se acerca alguien a pedir y acto seguido veo a donde se dirige tu mirada.
Te juro que no la puedo levantar del suelo por si se encuentra con la tuya y no puedo desviarla. Miro a una señora de pie en frente, que me guiña un ojo y sonríe a tu espalda. Dejo de leer y me concentro en observar cada centímetro de tu pelo y de tus manos cuando no te fijas.
El metro anuncia cada parada con pesadez y el trayecto se me hace increíblemente largo. A cada minuto te miro y me doy cuenta de que tú lo haces cada treinta segundos.
Entra más gente al abrirse las puertas y en una décima de segundo tu mano toca la mía, justo cuando varias personas pasan por mi lado para sentarse.
Coges el móvil ausente pero te queman las manos y lo vuelves a guardar.
Respiro con dificultad cada vez que el vagón se sacude y trato de agarrarme para no caerme encima.
Llega mi parada y me coloco cerca de la puerta. A través del reflejo del cristal veo, por primera vez, un atisbo de tu sonrisa y ya solo quiero apoyarme sobre tu hombro y cerrar los ojos.
La gente me roza al intentar salir y cojo la primera salida para el cambio de tren. Camino unos metros hasta alejarme de la multitud, pero no puedo evitar echar la vista atrás.
Me paro y busco tu mirada entre la gente, y te veo. Mueves la cabeza y frunces el ceño. No me ves.
Me doy la vuelta con el pecho latiendo a mil por hora mientras me pregunto por qué no te he dicho nada, por qué no te he gritado que estoy aquí y que yo solo quiero a alguien que me mire como lo habías estado haciendo la última media hora.
Y ya solo pido que todos los jueves a las 10:30 te pases por mi estación y me busques con la mirada, porque a mi me resultará imposible no buscarte entre la multitud.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Pequeños momentos.

Despertarse antes de que salga el sol, ver amanecer.
Escuchar el vaivén del mar y que la espuma roce tus pies. Que solo el mar borre tus huellas cuando caminas por la arena, porque cuando lo haces por el corazón de la gente, dejas huellas imborrables.
Perderte en una playa del norte y comer a las seis. Sentirte libre entre el olor a salitre.
Poner música, beber, hablar, reír, callar, tumbarte, mirar las estrellas. Saltar, un beso, dos, tres, cuatro. Reír. Rodearte de personas que te hacen sentir vivo. Reír. Sonreír.
Ponerte la equipación de un equipo de barrio, jugar una liga municipal. Sentirte como si jugaras la Champions. Hacer un pase de gol. Cortar un contragolpe. Los gritos de la grada de ánimo. Escuchar tu nombre entre piropos. La alegría de correr con el balón. El abrazo del gol. La risa cómplice cuando han salido tres paredes y el tiro se ha ido al palo. Una falta que esquivas y un silbido de gusto que se le escapa, otra vez, a la grada.
Llegar después de haber corrido como si no hubiera un mañana y que en la mesa esté preparada la cena de los campeones. Una madre que se preocupa. Un padre que "te lleva al fútbol cada domingo."
Saltar en un concierto y que la música sustituya al aire de tus pulmones y sea quien les haga vibrar. Conocer a tu grupo favorito y que recuerden tu nombre. Que sonrían ellos más que tú en la foto. Gritar hasta quedarte, literalmente, sin voz.
Que te acaricien como si te quisieran para toda la vida, que te quieran como si fueran a quedarse toda la vida.
Una ducha caliente un sábado por la tarde.
Un helado a las dos de la mañana mientras ves el capítulo semanal de tu serie favorita.
Pizza en el salón con una peli bonita y una persona por la que darías todo.
Levantarte, poner la radio y que suene tu canción favorita.
Aprobar sin estudiar.
Comer sin engordar.
Un "te echo de menos", "¿nos vemos hoy?" y tantos mensajes que pueden hacerte la mañana más feliz.
Dormir hasta que te duela el cuerpo. Que la almohada esté fresquita cuando pases la mano por debajo.
Un gol del Madrid.
Un cubata que te libera por un rato de una preocupación.
Llegar a la estación del metro y subirte al andén justo antes de que se vaya de la estación.
No tener que hacer cola en el supermercado.
Que te toque un sorteo absurdo que te saque una sonrisa.
Que suene por la calle música que te arranque las ganas de bailar.
Bailar en una discoteca hasta que te pesen las piernas, y disfrutar cada segundo.
Una mirada que dure mucho más tiempo del que se necesita para ver a alguien.
Sorprender a alguien que te estaba mirando antes de hacerlo tú.
Una sonrisa en la que te querrías bañar.
Una mano que te salve de un día gris.
Sentirte bien contigo mismo.
Encontrar a alguien a quien le puedas decir lo que temes decir en voz alta y que calle tus inseguridades con un "todo va a salir bien".
Un beso en la frente.
Un abrazo largo en el que sientas cada centímetro del cuerpo de la otra persona.

Pequeños detalles que hacen que a veces, la vida sí que pueda ser maravillosa.

miércoles, 27 de enero de 2016

Lo que sea, pero ya.

Y la sensación de soledad que te atrapa y te asfixia hasta comprimirte el estómago y tener ganas hasta de vomitar.
Solo suena The Fray de fondo.
Y la incansable sensación de no sentirte suficiente para alguien que en apariencia tiene tantísimo. Y tú no puedes entender qué has hecho mal, o peor, te arrepientes de tomar decisiones absurdas en busca de más. O por miedo de tener más y no ser capaz de manejar tanto. Y el verdadero miedo viene de quedarte con tan poco.
Que quien no arriesga no gana y no pierde, y que quizá el que arriesga es el que se da cuenta precisamente de que perder es morir lentamente. Y que de los errores y de fracasar se aprende más que de ganar.
Pero joder cómo duele equivocarte y que la persona espejo te devuelva el error. Y pensar que te estás muriendo por dentro porque a veces querer da mucho de sí. Querer es ese abismo que no tiene punto al que volver y solo hay un camino hacia delante. Y la sensación de arrepentirte de haber querido es tan triste como pueda llegar a pensarse.
Pero quizá es aún peor pensar que la otra persona que recíprocamente ha demostrado tanto como tú se está arrepintiendo de lo vivido. Está pasando la página a una velocidad tan vertiginosa que ni siquiera le da tiempo a enterarse de lo que lee. Y eso pienso que haces tú conmigo, leerme sin verme. Qué mal que después de tanto...
Sentirlo de corazón tantas veces como puedas llegar a poder pensar en un día. Y al día siguiente y al siguiente.
Cómo duele equivocarse tan tan tan tontamente. Las personas somos mucho más simple que eso.
Bendita ignorancia.
Bendita música.

Y es que al final, al final buscas ayuda en la gente que, aunque suene súper tópico, siempre ha estado. O que ha estado durante tanto tiempo que sientes una sensación de bienestar que casi es como estar bien. Y cuando te sientes bien... Esas son las personas hogar. Y ojalá pudiera volver a casa con más frecuencia de la que me gustaría.
Porque a veces te involucras tanto con alguien que cuando ese alguien falta, el vacío que te deja en el pecho es directamente proporcional a la sensación de soledad y muerte lenta que te produce querer. Y aunque querer merece la pena, porque joder, te hace sentir vivo; no sentirte querido por alguien por el que estás dando mucho te come por dentro.
Llegar tarde empieza a ser una constante, llegar tarde a conocer bien a alguien, doble constante.

Ojalá sea la última vez que el orgullo valga más que el amor, o en su defecto, que el desamor.

Ojalá todo duela un poquito menos mañana y te piense un poquito menos. Y te vayas saliendo de mi, aunque despacio, porque como siempre, como me pasa siempre, has entrado tan rápido que no me ha dado tiempo a asimilarte. Y es que parece que a ti ese tiempo te ha servido para verme por dentro y lo que has visto te ha sido suficiente.
Por lo que más quieras, si vuelves quedate siempre, y si te vas, cierra despacito y espera a que duela mucho menos antes de volver a asomarte.
Me está matando preguntarme el por qué porque en verdad sé la respuesta. Negarme lo más obvio siempre dolió más de lo que debería haber dolido.
Me dueles en el pecho de una manera subreal.
Vete, vente. Lo que sea pero ya, por favor.

martes, 12 de enero de 2016

Feeling like a stranger in the rain.

Como cuando llueve mucho fuera y tienes que salir corriendo para no acabar empapado pero tienes los pies tan fríos que apenas puedes caminar. Y tienes que aguantar el mal tiempo con buena cara.
Como cuando el chaparrón es interno y te cala los huesos y sientes que necesitas desprenderte de todo lo que literalmente, te moja. Pero no puedes.
Y solo el silencio entre canciones calma una tormenta que amenaza con quedarse  más tiempo del necesario y soportable.
Como ahogarte en un vaso de agua sin poder nadar. Y que te falte el aire en los pulmones, se te cargue la espalda, abras mucho los ojos y te quedes inmóvil aguantando la respiración porque temes expirarlo todo.
No saber a qué agarrarte ni dónde estar, porque prefieres irte que quedarte a ver cómo se pudre alguien a quien quieres. Y como inevitablemente te pudre a ti. Ver cómo le nace el veneno en el pecho y no poder hacer otra cosa que alejarte. Porque solo a veces, cuando pones distancia, te das cuenta de todo lo que pasa.
Y lo que pasa es que me estoy haciendo mayor muy deprisa y me viene mucha madurez de golpe. Y el golpe inestabiliza.
Y yo no sé dónde meterme pero ojalá no sea aquí. Ojalá pudiera llevar mi habitación a un lugar recóndito del mundo y esconderme hasta que deje de llover y no se escuchen más truenos.
El hecho de no poder admitir frente a alguien lo que pasa es el síntoma inequívoco de que algo en ti se muere.
Y este vacío temo que no vuelva a llenarse, o peor, que se llene de algo que termine de pudrirme.