Te cuelas despacio, bombeando en mi intersticio cada vez que me obligo a no pensarte. Pero como al mar, hay pensamientos a los que no se les puede poner diques porque no hay forma humanamente posible de contenerlos.
La mera idea de que tu tiempo pase a ser "nuestro" me parece la curva más empinada de una montaña rusa y el choque más violento de los coches eléctricos de las ferias.
Así debe de estar mi punto de mira, desviado como las escopetas que nunca apuntan al blanco.
No me valía con verte, tenía que perseguirte hasta tenerte. Hasta que mis límites se rozaran fugazmente con los tuyos en un deseo imparable y irrevocado por hacerme vibrar. De todas las formas físicas y mentales que hubiesen sido posibles.
Si la improbabilidad duele menos que la imposibilidad, mi causa quizá no está tan perdida y aún puedo encontrar la forma de disolver mis pensamientos en ácido. Hasta que todo se pudra y se desvanezca.
Estoy segura de que el olvido duele menos. En cuestiones de pragmatismo sentimental, lo recomendado por 1 de cada 2 expertos en la materia es clavar otra espina con forma de clavo que permita empujar dicho recuerdo hasta el fondo de nuestra materia gris.
Y una vez ahí, nuestro "yo protector" debería encargarse de empaquetar ese recuerdo y mandarlo fuera, a un vertedero de puertas azules al que no tuvieramos tan fácil acceso.
A veces solo unos acordes de canción, un nombre de oídas en la sobremesa, un lugar, un perfume, una sonrisa... Incluso cualquier objeto mundano puede poner patas arriba todo el progreso que se realiza hasta darse cuenta de que los expertos no lo eran tanto y había que escuchar a la otra mitad.
La otra mitad afirma, con pleno desconocimiento y tirándose a la piscina con los ojos cerrados y con zapatos, que la forma más digna de superar los suspiros y los guiones de películas nominadas al razzie es con la ayuda de una dama de cabello cano y figura esbelta llamada "tiempo".
A veces se le oye decir que si te das cuenta, siempre te lo ponen fácil. La actitud del interlocutor te invita al abandono total y al cierre del abismo, pero nosotros, como animales heridos e innegablemente dramáticos que somos, insistimos en llevar la pena de pareja y bailar con un último baile con el drama.
Esta bandada de inexpertos ha curado más de un corazón declarado en riesgo de exclusión visceral y de momento sostienen el mío para que ningún trozo declare otro estatuto de independencia y se exilie sin permiso.
Soy mía hasta la última de las válvulas que siguen haciendo latir este músculo, recién declarado funcionalmente impasivo.