domingo, 29 de mayo de 2016

El miedo.

Y a ti, ¿a qué te huele el miedo?

La inseguridad quiere doler un poco menos que el miedo, bien porque es el paso previo bien porque es nuestro tabú frente a nuestra realidad.
No solo son películas macabras sin sentido, el miedo también es sentirte preso de un sentimiento que no puedes expresar. El miedo también es negación de una realidad que se muda, de vacaciones, desde tu cabeza a tu corazón.
El miedo es saber que estás perdido y aún así no buscar ayuda; simplemente quedarte quieto con (o sin) la esperanza de ser encontrado.
El miedo es acordarte de alguien en una canción, en un poema y en cualquier tema de conversación con cualquier persona.
El miedo te convierte en su mascota y te exige pasear por un valle abrupto y con una pendiente brutal, en la que o saltas libre o te aferras a sufrir.
El miedo vive entre nosotros a diario, te hace la comida, te arropa por las noches, te alcanza el jabón en la ducha, te abre la puerta de la calle y te pone la zancadilla vilmente hasta que recuerdas lo que es vivir atado.
El miedo es la cuerda, la soga que amenaza cada noche cuando ya no se tienen fuerzas necesarias para resistir.
El miedo es el amigo que decide traicionarte el día de tu cumpleaños.
El miedo te roba hasta la certeza de que estás respirando, te hace hiper ventilar o sufrir una hipoxia aparente en la que sencillamente, te mueres.
El miedo te pisa los talones cuando caminas, te empuja en la salida del metro y te arranca hasta la última gota de sudor por no perder el bus.

Y, sin embargo, el miedo dilata tus pupilas, acelera el pulso del corazón, segrega la dopamina que alimenta tu espíritu y guía todos tus pasos.

El miedo es tan diferente como lo son las personas, y en mi caso, se ha personificado con tu figura y desde que me persigue, he parado de correr, por lo que es cuestión de segundos que me alcance.
No sé ser valiente pero quizá este sea de los miedos buenos.
Al final resulta que no eres tan terrible como imaginé.

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