El cuerpo cansado un domingo, de resaca emocional. Pijama todo el día, una película romántica pero no empalagosa que se te queda pegada a las costillas, sacar los apuntes, comer algo, distraerte, leer, escuchar música triste, dormir.
La rutina cíclica de la soledad cada día es más y más fuerte.
La luz del día calentando las calles, la gente llenando terrazas y la profunda sensación de estar haciendo algo mal cuando no disfrutas como debieras.
No sé dónde se consiguen las ganas de vivir de forma más intensa, o si solo se recuperan las ganas al lado de alguien (quiero pensar con todas mis fuerzas que no). Definitivamente, la juventud no se mide en cifras, se siente por dentro. Puedes tener dieciocho años y sentirte vacío y triste, y puedes tener sesenta y arrastrar arrugas de reirte y agujetas de moverte.
Como todo, no se puede etiquetar una emoción que se siente dentro; y no se puede poner edad a la madurez. Tanto emocional como social.
Lo único que no te enseña nadie (nunca) es a ser feliz. Resulta primordial escoger el camino, los zapatos y la compañía. Aún así, el camino no es el medio, en sí es un fin.
Y al final va a resultar que no sé atarme los zapatos y que ya no quiero andar un camino, quiero salir corriendo hasta que me quede sin aliento, hasta que el corazón lata por tres y hasta que, por fin, sepa coger el rumbo y tomar las riendas de mi vida.
O no, yo que sé.
lunes, 16 de mayo de 2016
Breakeven
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