lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuando bajan las mareas

Cómo te atreves a volver, me hiciste daño pero sigo vivo; contigo yo me acostumbré a perder: mi corazón funciona sin latidos.

Quizá lo que acaba resultando doloroso es la forma en que dijiste adiós. Cuando yo quise pedir perdón, me tropecé con tu desgana y me precipité al abismo de tu olvido.
Parpadeé repetidamente pero no volviste a aparecer. Te busqué en conversaciones que no te conocían y acabé gritando, loca de rabia y de nostalgia, tu nombre en la sombra. En susurros antes de dormir. Entre suspiros que se llevaban lenta, pero inexorablemente, los últimos recodos de mi alma.
Mi playlist sonaba más triste de lo habitual y paradójicamente, también rehuía los lugares soleados por temor a que volvieras a cegarme.
Porque me quemaría los ojos con tal de verte volver y sonreír. Ícaro volvió a volar demasiado cerca del Sol y Luna se enfadó, muerta de celos.
Ya no sé qué excusa ponerme para dejar de pensarte a gritos entre las cuatro paredes de mi cortex cerebral; ya no sé qué decir para volver al momento en el que la rabia pudo más y las palabras salieron a borbotones de rabia y despecho contenido. Ya no sé qué hacer para que pienses en mí y cierres los ojos muy fuerte pensado que así mi reflejo no se evaporará.
Ni todo el frío del mundo puede presentar batalla a un invierno contigo en la distancia, que se pudre roto imaginando que vuelves para qudarte.

A veces solo echamos de menos lo que sabemos que no volverá. Ni siquiera Ecdl, Andrés Suárez o cualquier soñador, poeta y cantante ilustre conseguiría arrancarle un segundo al cronómetro de tu corazón.

Ya no puedo resistirme a las mareas y no puedo esperarte anclada a un mástil de un barco que sigue la trayectoria de Titanic. Voy a saltar, voy a quemarme y tú no vas a arder. La triste realidad se impone a una rutina vacía, ciega, absurda e inverosímil.
Te estoy confundiendo con las flores que adornan los defectos de las casas donde aún hablo de ti.
Si me canso de hacerlo un día, cierra los ojos y piénsame en bajito hasta que me estallen los oídos y me olvide del día en el que vivo y solo quiera, o pueda, esperar para abrir los ojos e imaginarte al otro lado del teléfono, con tu timbre tímido y mis ganas de comerme tu mundo.

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