Esta cara de felicidad debería ser por tu culpa, pero no.
Suena contra mis costillas y mis cosquillas esa canción a capella, en acústico con el teatro abarrotado y las luces apagadas, miles de estrellas encendidas en una noche en la que Madrid tiene más escalofrios que frío.
Suena y la escucho reteniendo lo que creo que son lágrimas en los ojos y te miro con el deseo incontrolable de decirte que lo olvides todo y mientras él canta podamos ser otra vez, de nuevo.
Pero tú no me miras, no has sentido la conexión, no estás ahí y no quieres estarlo. Ya no.
Duele porque entre todos los momentos entre los que podría haber elegido para merecernos otra vez, no podría haber imaginado otro mejor ni más bonito. Y duele porque creo que solo me duele a mí, que todo lo que dicen las letras que tanto hormigueo me causan y que algún día compartimos en el asiento de tu coche no son más que los acordes en los que recuerdas otros ojos.
Ya no sé cómo mirarte, cómo hacerte sentir que no me he ido y que no quiero hacerlo ni que tú lo hagas. Solo quería bailar, cantar y llorar al son de una melodía que hicimos nuestra en otro tiempo más feliz.
El invierno llegó y se llevó el calor del verano, las risas y las vendas. Ahora la herida está abierta y nada en el mundo va a conseguir cerrarla.
Autoconvencimiento, eras para tanto.
sábado, 5 de noviembre de 2016
La canción que no termina
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario