lunes, 4 de abril de 2016

La noche siempre fue musa.

Vivir despacio o vivir deprisa. La calma de un lunes a las 4:16, la calma del mar con la luz de la luna e imaginar el vaivén de las olas sobre la orilla, hipnótico movimiento que acompasa tu respiración y tu pecho. Imaginarlo posible sin poder ver el mar de cerca.
La calma de la noche. La expectación de la oportunidad de un rato a solas contigo.  Hacer planes que mueren al terminar de soñarlos. Soñar con tocar un instrumento y componer la banda sonora de tu vida. Bailar con la imaginación de la mano de personas reales. Dolientes.

Respirar entre las notas de una canción que te llena todos los vacíos por dentro y que te comprende como nadie podría hacerlo. Sonreír pensando en la increíble sensación de pensar en cómo se sintió la persona que la escribió. La increíble sensación de entender qué pasaba por su corazón. O quién.

La caída de la noche y la caída del peso del día sobre los ojos. Ojeras y bolsas donde guardar más pensamientos tóxicos. Moratones emocionales que reflejan la inquietud del corazón.

La sensación de control, de pausa, de poder concederte una tregua por algo conseguido. La sonrisa cómplice con uno mismo, la que mejor sienta.

La euforia del triunfo y el desazón de la derrota. Sentir el corazón en el pecho, sin prisa.

"No hay pausa, solo el coraje."

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