jueves, 16 de junio de 2016

En línea (directa al corazón)

Entonces llegas tú, pisando fuerte y yo me echo a temblar.
Yo, que soy un flan con esencia de gelatina, que pido perdón y por favor a cada instante y siempre soy excesivamente correcta, tengo miedo.
Porque tú preguntas sin esconder intenciones y sin vueltas de hoja, y verlo tan claro me da miedo. Detrás de esa fachada de amabilidad te encuentro las ganas, y las mías ya están con las botas puestas subiendo una montaña infinita. "¿Y si sale bien?"
Vienes con las manos vacías y la sonrisa puesta y parece que todo alrededor es más fácil.
Me hablas de cine, de la cerveza que te gusta, de la poesía moderna en la que me incluyes (entre piropos) y de los sitios que visitas de vacaciones. Me hablas del metro, de cosas banales que nunca pensé que darían que hablar. Me preguntas mis horarios y revoloteas con los tuyos, en un intento taquicárdico por hacerlos cuadrar.
Y yo me siento inusualmente absurda y pequeña en tus conversaciones, analizando cada sílaba por si, sin querer, te doy motivos para que retires tu interés.
Pero lejos de esto, que sería lo más lógico para mí, te interesas hasta por las combinaciones que se pueden hacer con el sabor limón en la comida. Me hablas de caramelos, de helados, y hasta de las gambas de una de las que intuyo es tu película favorita (Forrest Gump).
Y yo sufro arritmias cada vez que te veo en línea y escribiendo, pensando que esta vez será en la que me dejes en visto.
Visto lo visto, solo quiero verte.
Por eso tengo miedo, porque lo haces todo fácil y peligrosamente atractivo.
No sé, creo que hoy me voy a dejar seducir, por lo que pueda pasar.
Dame dos semanas y hacemos de esa sonrisa fugaz un estado permanente de felicidad.

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