viernes, 23 de septiembre de 2016

Fecha de caducidad.

Desde hace tres noches pienso que cuando nos volvamos a cruzar vas a olvidarme de repente y eso me va a doler más que cualquier bofetada. Yo no quiero tres días que me hagan cambiar a mí más que a esta etiqueta que compartimos, como las latas en conservas (con fecha de caducidad).
Y sin embargo, sin preveerlo, estás en la salida de la boca de metro esperándome, porque llego tarde. No puedo ni quiero mirarte directamente a los ojos por si me pierdo y me ahogo. Yo solo quiero que pase algo determinante hacia alguno de los abismos y grietas entre los dos precipicios. Odiarte o quererte pero no las dos, y desde luego no a la vez.
Llevas más corto el pelo y más perfilada la barba, sigues riéndote como si fueras la persona más feliz de la faz de la tierra y sigues hablando como si la vida fuera un chiste, tu fueras el monologuista y yo todo tu público. No me importaría serlo.
Pero solo mantienes una distancia de seguridad que quiebra la mía y toda la confianza que he puesto para superarte. Y es tu indiferencia la que me invisibiliza hasta volverme loca. De atar.
No hay manera de que deje de buscarte entre la gente como si me importara un ápice saber algo ajeno a ti, a tu verano, a tu vida. Supongo que estoy fuera y que no tengo derecho, no ahora, a pedirte un vale de entrada directa con ruta guiada.
Ojalá supiera si tú solo estás jugando, y aún más, si quieres ganar o perder, con el pronombre de primera persona de singular que le sigue.
Yo sé que el problema es el tiempo y las ganas, y también sé que la solución de lo segundo es lo primero. Ayudaría no coincidir en este microuniverso paralelo que formamos un día y que no quiere autodestruirse sin hacerlo conmigo. Ojalá no vernos en ninguna de sus tres dimensiones para así no romper cada absurdo intento que hace mi mundo interior por olvidarte.
Ya no sé qué es esto para ti, una conversación un lunes, un partido un miércoles, un adiós con sabor amargo de despedida precoz o dos besos que acarician con cuchillo una sensibilidad que pende de un hilo.
No creo que haya un clavo que consiga cerrar tu agujero igual que tampoco espero que se cierre del todo. Hay heridas que no sangran y que solo duelen cuando tratas de cerrarlas.
Quizá la solución sea acostumbrarme a este vacío tonto que sonríe ante la expectativa de que puedas estar ahí, en línea, en el edifico de al lado, pensando en mí.
Porque sí, de repente tú, todo tú.

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