Apareces detrás, justo detrás, cuando me doy la vuelta. No sonríes pero me miras con unos ojos azul cielo que por un momento me hacen ver las estrellas.
Mantienes la distancia pese a que el metro va prácticamente vacío, y subimos tres tramos de escaleras mecánicas infinitas, mientras yo leo "la chica del tren" con las gafas de sol aún en la cabeza. Tu metro ochenta hace que vislumbre una sombra cuando camino que se alarga un poquito más allá de la mía. Camino despacio sin saber a dónde te diriges y pensando que, paradójicamente, podríamos esperar juntos para coger el mismo tren.
Decides tomar el mismo rumbo que yo y mantienes firme tu paso. Yo camino hacia la mitad del andén con la esperanza de que decidas seguir mis pasos. No paras hasta que estamos a un metro de distancia. Empieza a llegar la gente y se coloca alrededor. Tres largos minutos de miradas tímidas y a destiempo que me hacen preguntarme por qué te gusta mirar en mi dirección.
Noto el azul del mar de tus ojos en la nuca y cuando me doy la vuelta, la desvías con torpeza como si yo no me diera cuenta. Si supieras lo que me gustaría ahogarme en ellos...
Entro al vagón dubitativa por si decides entrar por otra puerta y nuestros caminos se separan. Me cedes el paso con los ojos y yo me quedo cerca de la puerta. Te agarras a una barra a medio metro de mí y por primera vez estamos tan cerca como para chocar las cabezas. Me doy cuenta de que llevas cascos y me entran muchísimas ganas de pedirte uno. Metes la mano en la riñonera cuando se acerca alguien a pedir y acto seguido veo a donde se dirige tu mirada.
Te juro que no la puedo levantar del suelo por si se encuentra con la tuya y no puedo desviarla. Miro a una señora de pie en frente, que me guiña un ojo y sonríe a tu espalda. Dejo de leer y me concentro en observar cada centímetro de tu pelo y de tus manos cuando no te fijas.
El metro anuncia cada parada con pesadez y el trayecto se me hace increíblemente largo. A cada minuto te miro y me doy cuenta de que tú lo haces cada treinta segundos.
Entra más gente al abrirse las puertas y en una décima de segundo tu mano toca la mía, justo cuando varias personas pasan por mi lado para sentarse.
Coges el móvil ausente pero te queman las manos y lo vuelves a guardar.
Respiro con dificultad cada vez que el vagón se sacude y trato de agarrarme para no caerme encima.
Llega mi parada y me coloco cerca de la puerta. A través del reflejo del cristal veo, por primera vez, un atisbo de tu sonrisa y ya solo quiero apoyarme sobre tu hombro y cerrar los ojos.
La gente me roza al intentar salir y cojo la primera salida para el cambio de tren. Camino unos metros hasta alejarme de la multitud, pero no puedo evitar echar la vista atrás.
Me paro y busco tu mirada entre la gente, y te veo. Mueves la cabeza y frunces el ceño. No me ves.
Me doy la vuelta con el pecho latiendo a mil por hora mientras me pregunto por qué no te he dicho nada, por qué no te he gritado que estoy aquí y que yo solo quiero a alguien que me mire como lo habías estado haciendo la última media hora.
Y ya solo pido que todos los jueves a las 10:30 te pases por mi estación y me busques con la mirada, porque a mi me resultará imposible no buscarte entre la multitud.
lunes, 21 de marzo de 2016
Príncipe de Vergara
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