El tacto suave y tembloroso de su piel la hizo temblar. El miedo pasó rozando su nuca y erizo su cabello, tensando hasta la última vértebra de su columna.
Aquel contacto, se dijo para sí, era exquisito. Apenas un leve roce de sus dedos sobre la palma de su mano fue suficiente para conectar un suspiro entre sus bocas, que palpitaban crépitas a la luz de la vela.
La cera se consumía con la misma rapidez que las ganas por habitarse. Se miraron largamente hasta transportarse a otra dimensión. Cerró los ojos de pronto y apretó las cuencas tanto como pudo. Siguió viendo su contorno, el filo de su mandíbula, sus pómulos y la apertura de su boca curvada en sonrisa.
Un escalofrío que duró lo mismo que su enpanamiento la devolvió al mundo de los astros de sombras y la invitó a acortar la distancia y entregarse por fin.
Su remitente no se movió un ápice, ni siquiera cuando ella levantó la mano hacia su tez, inquebrantable. Siguió sin prisa la línea simétrica de su cara mientras cerraba los ojos. Se había aprendido de memoria ese camino y esas neuronas no podrían ahogarse nunca, ni siquiera en una botella de alcohol.
Continuó un tanto más impaciente que antes en su descenso infinito hasta que se dio cuenta de que ya no podría haber paso atrás.
Sus manos no le pertenecían y su mente había quedado en el blanco más impoluto que hubiera podido imaginar. Se movía como una marioneta con hilos, presa de su propio destino.
Estaba aterrada ante lo que habría de ser la consecución más nítida de lo que tanto ansiaba, pero era precisamente esa cercanía peligrosa hacia la felicidad lo que ralentizaba su camino.
Su acompañante decidió por ella y volvió a acariciarte la palma con una destreza que terminó por desarmarla. La mayor de las caricias tomó parte en el sendero de descenso.
La mirada más larga que había enfrentado hasta entonces la envolvió de una manera única, que la hizo hiperventilar y notar su corazón aparentando loco contra su caja torácica.
Ni siquiera había comenzado la taquicardia.
Por fin, antes de cortar sus cuerdas con cualquier recodo de cordura que pudiera quedarle, saboreó el momento despacio y supo entonces que aquel sería el instante más cercano del que estaría de la felicidad: a medio camino entre la valentía y el miedo.
martes, 27 de diciembre de 2016
Caricia sin fín
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