martes, 14 de junio de 2016

Y tú, ¿bailas al compás?

Al fin y al cabo, todos buscamos las mismas cosas. O bueno, en realidad mi delirio va más allá de cualquier convención social absurda.
Recorrer de noche la ciudad que amas y en la que vives, solo o acompañado, pasando por calles desiertas y por bares abarrotados, con gente que ríe sentada en el suelo, grita eufórica por el alcohol o se besa en un portal es una sensación indescriptible.
Caminar en vez de coger el metro, fijarte en el balcón en el que nunca te fijas y ser la sombra grácil a la que alumbran las farolas; doblar la esquina del colegio y sentir que ha pasado tanto tiempo que ni siquiera reconoces qué ha sido de ti. Sin que sea necesariamente una visión triste o pesimista, más bien de sorpresa. Andar las calles de siempre nunca supo tan diferente, al fin y al cabo hay huellas que perduran siempre.
Pensar en las cosas que te gustaría decirle a la persona que quieres, acordarte de un amigo al que hace tiempo que no ves, planificar la tarde del día siguiente y pensar en el ratito de relajación que estás teniendo en este instante.
Volcar tu respiración al compás de la canción que suena en tus cascos. Sonreír como si te hubiera tocado la lotería o te hubieran dado la mejor noticia posible.
Vivir, sentir despacio, empapándote de cada momento.
Que corra una suave brisa mientras te mueves de un sitio a otro, la calma del semáforo en rojo, la quietud del reloj y el minutero, la vida por delante.
A veces la música te transporta a un mundo paralelo en el que imaginas como sería tu vida si pudieras verte desde fuera. Y el balance es positivo, lo estás haciendo bien.
Y ahí estás tú, bailando tu canción favorita en la calle que llevas pisando cinco años seguidos con gente a la que no conoces pero que te mira cómplice, sabiendo que estás viviendo uno de los mejores momentos de tu vida y sobre todo, que estás siendo consciente de que está pasando.
¿Acaso hay algo más bonito que sentirse bien y feliz sin necesidad de alguien ajeno?
La música es la melodía que acompasa mi corazón a diario.
Por eso, si me enamoro algún día, espero que sea de alguien que sepa tocar el instrumento más difícil del mundo, mi corazón. Si consigue acompasarlo y crear una melodía con él, lo daré entero, sin murallas ni trucos.
Mientras tanto, la vida me regala el inmenso don de sentirme feliz.

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