El olor de tu camiseta rasgando mi nariz, penetrando mis fosas nasales. Jabón, el olor de la plancha y un tenue efluvio me envuelven. Te abrazo sobre la camiseta y apoyo la mitad de mi cara entre tus omoplatos, en la espalda. Tengo un hueco definido allí, entre tus brazos.
A veces la mano sobre tu pecho, arriba y abajo, cerca del corazón; y tu ritmo cardíaco, constante, es la nana más bonita que me han cantado. Cierro los ojos sin querer, sin quererte, no lo puedo evitar. Respiro fuerte.
Te mueves y me preguntas si me estoy durmiendo. Creo que podría acostumbrarme a eso. Podría, querría, dormir contigo. Y abrazarte cuando tengo frío. Cuando los monstruos vienen a por mí; cuando los bichos quieren echarme. Y respirarte en el cuello, en el hueco puesto para que repose allí mi cabeza. Como el hueco que ocupas en mi corazón. Tienes un compartimento con nombre y apellidos, uno VIP y reservado para ti. Reservado constante, y ya nadie puede ocupar ese trozo de mí. Tienes ese trocito que me envuelve. Te abrazo y somos uno; solo recuerdo cerrar los ojos contra tu espalda.
Y vienes, te tumbas, y me acoplo en ti. Mi silueta borra las líneas que forman la tuya y nos fundimos en una sola. Apoyo la cabeza sobre tu pecho, que asciende y desciende regularmente; y tu pasas el brazo bajo mi cuello. Sin luz, sin nada que moleste. Irradias el calor del Sol y me siento en casa contigo.
Te mueves buscando el móvil, pero yo sigo buscandote a ti. Y te encuentro porque me dejas encontrarte. Me despiertan mis inquietudes pero tú sigues allí, llenando mis brazos con tu cuerpo. No marcas los abdominales pero puedo sentir tu fortaleza. Tu corazón es el músculo más fuerte, el más desarrollado que existe; junto con el mío, encajan como las piezas de un puzzle, bombean dos cuerpos fundidos.
No sé que hora es, no quiero saberlo. No me importa. No quiero que esto se pierda. Quiero tenerte, para siempre. Acariciar tu barba una milésima de segundo mientras te distrae el móvil, enredarme en ella hasta que te des cuenta, sonrías, suspires y revuelvas mi flequillo, que sigue descansando en ti.
Me despierto con pesadillas y con un sudor frío. No estás. No quiero buscarte, quiero encontrarte. La almohada sigue oliendo a ti, y me sumerjo en ella hasta que caigo en brazos de Morfeo; tú estas allí, esperando con tu camiseta roja, tu barba que ya no pica, tu bici aparcada y tu sentido del humor.
'Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.'
Vuelves sin que te llame, vuelves cuando todo pesa y me ayudas a sujetarlo. Vuelves y ya no quieres que te abrace, quieres rodearme tú. Tu mano recorre de lado a lado mis caderas y sube ligeramente hasta colocarse bajo mis costillas. Respiras entre mi pelo, cierro los ojos y puedo sentir como tú también lo haces. Respiramos al compás y no imagino otra clase de felicidad que contigo. Ninguna mejor.
Vuelves a darte la vuelta porque estás a punto de dormirte. Te has olvidado la camiseta en algún punto de mi cama. Rodeo tu pierna con la mía, mis brazos con tu pecho; y siento cada célula ligada a la tuya. Tengo un hueco perfecto entre tus articulaciones, tus músculos y tus huesos.
Definitivamente, podría acostumbrarme a verte cada mañana al despertarme.
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