martes, 23 de diciembre de 2014

No puedo, ni quiero

Hoy no puedo, no quiero. No quiero poder, no puedo sin querer.
Estoy al borde de un precipicio del que no consigo vislumbrar el suelo. Quizá si me acerco... La gravilla cae y escucho, en la distancia, el golpe con la negrura. Tu mano me empuja, pierdo el equilibrio y resbalo. Solo consigo agarrarme con tres  dedos al borde. Me pesa el cuerpo sobre los dedos. Estoy decidiendo cuanto merece la pena seguir colgada. Pero tú decides antes, decides por mí. No la merece. Sueltas cada dedo suavemente. Con cada uno susurras un secreto en mi oído. No lucho. Tú tampoco. En el tercero te detienes, me miras un segundo y veo en el fondo de tus pozos negros, la inmensa oscuridad del precipicio. Ahora no sé a cual tirarme. Me miras tentadoramente mientras me desvivo por mantenerme agarrada al borde. Al límite, en la curvatura de tu sonrisa.
Yo ya no soporto más, pero tú decides cargar conmigo. Con un peso muerto. Piensas que lo estoy, pero no me subes. Aún sigo colgando, colgada.
Ya no me llega la sangre a los pies. El corazón ha parado de bombear. Necesita vacaciones y está en huelga, justo ahora. Ahora que lo necesito, se quiere congelar.
Aprovechas esa décima de segundo para estrujarlo contra el suelo. Ya no me miras a la cara. Me has roto el corazón. Destrozado. Hundido.
Decides soltarme. Veo como te das la vuelta, sin inmutarte.
Tengo miedo, y frío. Mucho frío.
El golpe es inminente. Cierro los ojos y en el último momento, te veo. Sin verte. Sin querer, ni poder verte. Tu luz deja de verse en el fondo. El dolor no me deja ver nada. Me abandono en las sombras. Tengo frío, mucho frío.

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