Miraba a su alrededor, oscuro, y no encontraba nada. Tampoco buscaba, y sin remedio se perdía, porque tampoco nadie la buscaba a ella.
Ni siquiera una luz al fondo de un túnel, pues tampoco veía el camino que hacían sus pies. Una niebla muy espesa cubría el horizonte más próximo que sus ojos podían vislumbrar. Levantar la vista del suelo era una tonta pérdida de tiempo, pues ya no esperaba encontrar nada.
No, no estaba en ningún pozo oscuro de sentimientos rotos. Para estarlo, debía haber conocido antes algo de luz, algo con lo que comparar aquella sensación de vacío tan solemne que ocupaba su corazón, en obras desde hacía mucho tiempo.
Hacía tanto tiempo desde que ningún obrero se había atrevido a volver... Sus escombros no prendían en aquella negrura.
Tan solo se encontraba perdida, sola en lugar demasiado grande para alguien tan pequeño como ella. El mundo se le quedaba demasiado profundo.
Sentía el cuerpo pesado, entumecido de tanto andar. Caminaba sin norte, sin brújula en el bolsillo. Apenas veía las piedras en el camino, y a cada tropiezo era más complicado levantarse. Como una autómata, se movía sin gracia por el camino, ladeándose a cada paso.
No pudo ver el barranco. Nadie la avisó. No quería caer, pero no entendió otra forma de salir de aquella espesa noche. ¿Cuánto hacía ya que no veía salir el Sol? Esperaba que por fin, después de aquel barranco, pudiera hacerlo. Esperaba, sin más, que su corazón no se desmoronara completamente con la caída.
No sintió el golpe cuando despertó, sintió algo peor. Se sintió cayendo eternamente, sin ningún saliente al que agarrarse; sin voz en la garganta para pedir ayuda... ¿Quién iba a hacerlo, si nadie la buscaba?
Perdió la cordura en el tercer piso del sótano de los sueños. No entendió que vivía en una pesadilla constante de la que no podía despertar, ya no.
No se resignó, solo desistió. No luchó por agarrarse más, no esperó con miedo el golpe, solo esperó caer al fin.
Y sí, la caída fue horriblemente dolorosa. Mucho más que el sentimiento anterior, mucho más que la soledad oscura que había teñido su marchito corazón. El golpe resquebrajó por dentro su alma.
No podía abrir los ojos, y dejó de sentir.
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