martes, 23 de diciembre de 2014

Calor personal.

El calor personal no entiende de temperaturas. Ni del roce piel con piel. Ni de suspiros a medianoche. Ni de la complicidad de la no distancia. Y no me extraña, porque yo tampoco.
Sentirme en casa con besos en el cuello, que tu omóplato izquierdo sea la pieza del puzzle que mi cabeza siempre ha buscado, que mis dedos recorran sin esfuerzo tu pecho y desemboquen en tu barba, como cualquier río lo haría en el mar.
Perdida en el mar de mis ojos, no quise dejarte porque sabía que haciéndolo también me perdía a mí misma. No quería perderte, ni perderme. Pero sí perderme en ti todo el tiempo.
Tú siempre has tenido el hombro preparado para mis inseguridades, la sonrisa a punto para mis problemas. El corazón dispuesto a calentar el mío, que se muere de frío.
La espera se hace interminable hasta que vuelves. Pero menos mal que tú sí vuelves. Sigo teniendo miedo por si una noche no lo haces, y te pierdes por otros caminos. Tú siempre dices que todos ellos acaban en mí, y yo no puedo, ni quiero, tratar de no creerte. Creo en tu mirada y la seguridad acompasada de tu respiración. Cuento las veces que sube y baja tu pecho en un minuto. Apenas llegas a rellenar el cupo mínimo. No lo entiendo, yo no tengo pulso, nadie lo encuentra.
Y sí, vuelves cada noche y te quedas conmigo, casi siempre sin hablar. Nunca has sido de muchas palabras, y a mí eso nunca me ha importado.
Has tenido el abrazo que resume cualquier lo siento cuando lo he necesitado, el empujón cuando me lo he merecido y la calma en mis noches de nervios.
Tú siempre has sido el motivo de que mi pecho se hinche, y no por los latidos, si no por el amor. Llámalo orgullo, llámalo x.
Por si acaso, por si con las prisas se me ha pasado decírtelo, te quiero.

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