Nos imaginaba corriendo por las calles del centro de la mano. Parabas en Plaza España para coger aliento, pero no podías dejar de reírte. Ni siquiera sabías de qué, pero te reías. Yo me reía contigo. El tráfico estaba loco ese día, y los coches pasaban en un segundo. Aparecían y se iban.
Te di un estirón para seguir corriendo, y sin aliento, empezamos a esquivar a la gente, otra vez. Se giraban para gritarnos algo incomprensible, pero ya estábamos muy lejos. Volábamos por Madrid con alas de algodón. No temíamos caer. Nadie nos habría hecho caer, solo tú, solo yo.
El asombro recorrió tu cara frente al templo de Debod. Te paraste en seco y sacasta la Nikon de la mochila. Tomaste alguna foto, desde varios perfiles. A mí me gustaba ver el tuyo cuando te concentrabas. Mirabas por el objetivo y tu flash nos hacia inmortales. Tú no dejabas de sonreír y yo no dejaba de mirarte y sonreirte , por si alguna vez pensabas en irte. Y ojalá no te fueras nunca.
Sentados en el banco, viendo a la gente pasar, me di cuenta de que, si parabas el mundo por un momento y mirabas a la gente a los ojos, podrías interpretar los brevísimos instantes de felicidad que cada célula de sus cuerpos experimentaba.
Me atreví a mirar en los tuyos, de acercarme al precipicio de tu mirada perdida. Tus llamaradas me abrasaban, pero no tenía el valor suficiente para apartarme. Ni siquiera quería. Veía en tu pupila reflejada la mía, y yo sí era feliz. Tú también, pero de una forma distinta. Eras feliz de una forma abstracta y difusa. Pero eras feliz. Tu felicidad dependía de muchos factores que ni siquiera yo podía entender, tu sonrisa era parte de mi felicidad.
En el Retiro, no sabías a dónde mirar. Abrías mucho los ojos y te asombrabas de lo que veías. Veías con los oídos y escuchabas con la mirada. Podías oler las sonrisas de la gente que pasaba por tu lado; la indecisión de los que pasaban con el skate y los patines, oías, a lo lejos, la velocidad con la que las bicicletas cortaban el aire, como el filo de un cuchillo. Tu mente no paraba de captar detalles inmortales. Tu cámara tampoco. Echabas la cabeza hacia atrás y mirabas al cielo, señalabas los pájaros como si no los hubieras visto nunca. Verte asombrarte era mejor que ver el paisaje.
Te acercaste a para alquilar una barquita, para mecernos con la corriente y hacerle compañía a los patos. Aún llevabas la cámara colgada en el pecho cuando la barca amenazaba con hundirse. Tenía miedo de hundirme lenta pero inexorablemente en ti, que me ahogara en tu corazón, que me absorbieras de una manera en la que ya no hubiera marcha atrás. Esperaba encontrar el camino de vuelta, el camino para ser mi antiguo yo, pero cuando tu Nikon volvió a hacer click, supe que me había perdido, supe que te habías quedado con una parte de mi corazón que ahora tendrías tú, y era tu tarea moldearlo; te había dado lo más importante de mí. Solo esperaba que te dieras cuenta y pudieras apreciarlo. Tanto como yo lo hacía contigo.
Bajamos de las barcas con el estómago mareado, las mariposas se agitaban y chocaban entre sí. Necesitaba un segundo para recuperarme de las vistas... tenías el pelo alborotado y precioso, la barba ligeramente mojada y los ojos muy abiertos, como los de un niño. Esas vistas me dejaban sin aliento.
Me miraste un segundo y saliste corriendo, buscando el próximo destino. Tan ávido por conocer lugares nuevos... Con cada sitio descubría la parte de ti que se asombraba, y era fantástico. Acabamos en los barrios céntricos de Madrid, calles estrechas y pequeñas, tiendas "vintage" por todos lados, edificios de colores; calles empedradas que terminan en plazas pequeñas, con mercadillos de discos de vinilo y artesanía manual, con bares con gente que no usa el móvil, bares llenos de gente con miles de historias que compartir, gente que no se preocupa por la última tendencia o lo último, se preocupan de cosas un poco más cotidianas.
Lo cotidiano de ti se me estaba perdiendo y sentí que allí lo recuperaría, recuperaríamos todo. Cogiste mi mano y el corazón me latió acelerado, en la garganta. Entrelazaste los dedos y me hiciste una foto con la otra mano, a ojo. Me pillaste por sorpresa y el flash me hizo parpadear deprisa, repetidamente. Pero insistías en hacerme una y otra, sin avisar y sin un por qué. Todo lo hacías de forma tan espontánea... Ojalá me avisaras si alguna vez decidías marcharte, o bueno no, ya ni siquiera sé si prefería tus razones, en realidad yo era más de tus medias sonrisas y tus "¡vamos, corre!" O tus, "¿has visto eso? ¡Es impresionante!"
Yo era más de verte conmigo que de imaginarme sin ti, y créeme, la vida es mucho más bonita desde que me despieta tu flash por las mañanas.
Por tus medias sonrisas, y por las mías; porque siempre se completen y se hagan compañía.
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