Encontrar una razón que no te permita olvidarme y encontrar un motivo que me recuerde que tú aún no has podido. Yo tampoco. Ojalá tú sí me hubieras felicitado las fiestas y me hubieras dicho todo lo que a mi se me atragantó en Noviembre. Ojalá hubieras querido encontrar las palabras adecuadas para mandarme a la mierda, o yo que sé. No lo hiciste entonces y no lo harías ahora. No sabes que ya da igual porque el fango está empezando a cubrirme sin ni siquiera tú haberlo pedido. No pasa nada, de verdad. Eso fue lo peor, que no pasó nada por lo que arrepentirse.
Tú sí quisiste, pero quisiste rápido y mal. No me dejaste querer lento, querer despacio y sin prisas. No sabías que cuando el tiempo te persigue es mejor pararse a que te encuentre. Tú querías seguir corriendo, huyendo de él. Yo me paré en medio de la calle y esperé paciente a verlo pasar. Decidiste que ya no querías seguir mis huellas y soltaste mi mano para coger la de otra. Otra que sí supiese seguirte el ritmo.
Ojalá me hubieras mentido al desearme feliz navidad, porque las personas cuando mienten sienten miedo. Si te hubiera dado miedo perderme antes incluso de tenerme, habrías ganado todo conmigo, antes de empezar. Pero nunca tuviste ese miedo que te encoge el estómago y dilata las pupilas y te hace sentir poderoso. Nunca tuviste ese miedo, que cuando se libera, el grito de libertad se escucha en Plutón.
Nunca quisiste llevarme a Plutón, solo a tu cama y yo para ese camino no tengo zapatos. Ni quiero pisarlo.
Las prisas mataron lo que nunca fue y pudo haber sido. Si encuentras en otra cama lo que estabas buscando en la mía entonces sé que no hubieras merecido la pena. Yo aún sigo buscando en otras miradas tu forma de verme.
sábado, 27 de diciembre de 2014
El miedo.
viernes, 26 de diciembre de 2014
Sobre masoquismos...
Sobre el masoquismo... Sobre ser kamikaze contra tu piel, tan delicada y suave... Sin rumbo, sin un por qué.
Sigo viéndote en la sombra que dejaste cuando cerraste los ojos y te diste la vuelta. Naufragué en tus pupilas y ningún barco ha parado a recogerme. Ninguna isla me ha aceptado entre sus palmeras.
Sobre el masoquismo y seguir pudriéndome en tu felicidad de cuento de hadas. Sobre dolencias cardíacas cada vez que la miras. "¿Doctor, es grave?" "Ha perdido mucha sangre. " De toda ella se formó un río, que busca desesperadamente sucumbir en tu mar. Pero tú lo retiras y preparas un tsunami que lo llena todo, que lo destruye todo.
Sobre escuchar tu risa en bocas ajenas y suspirar. Sobre verte en los ojos azules de todos, sin fijarme en ninguno. Sobre no sacarte de mi cabeza, y resbalarte en mi corazón. Sobre echarte de menos, sin tenerte. Sobre beberme la última, a tu salud; siempre consciente de que es la penúltima, y de que a ti salud no te falta. De saber que tú, al final de año, tienes con quién hacer un brindis y una razón para hacerlo. Tienes quien te regala calcetines y corbatas y camisas y todos los regalos que empiezan con c y acaban en s.
Sobre que me peses en el corazón. Sobre perderme por no perderte. Sobre saber que no tengo nada que perder cuando hablo de ti, porque nunca tuve algo que pudiera ser tuyo. Tú te llevaste lo mejor que me quedaba. Te llevaste mi norte. Ahora miro siempre al sur y nunca a la brújula, porque sé que si he conseguido salir de ti ha sido gracias al par de huevos que yo le eché y a ti te faltaron. Sobre no volver a quererte y sobre mentirme absurdamente todos los días.
Sobre masoquismos...
martes, 23 de diciembre de 2014
Sálvame.
No te hundas, no lo hagas, no dejes que pase. No te hundas porque no hay nadie que te tire del brazo y te salve. No te hundas porque está muy oscuro allí abajo y no se si voy a poder ver tu luz desde tanta distancia. No te hundas por si acaso no sabes nadar, por si tus brazos no quieren ayudarte.
Y cuando más necesitas que alguien te salve, más se alejan. Sálvame hoy porque quizá mañana el agua me llegue tan arriba que me impida respirar. Sálvame ahora por si cuando vuelvas a por mí, ya no estoy. Sálvame con un suspiro y no con un adiós. Sálvame con una mirada muda, pero una mirada. Fugaz, pero que te llegue a la boca. No me mires como si no me vieras, por favor. No me mires como si quisieras ver a otra persona. No me mires y no me veas, porque entonces nuestras miradas coincidirán y sabré que miras, sin verme. Sabré que me miras y será peor.
Porque sé que en realidad no lo haces como con ella, y eso me duele más que nada.
Intentaría gritar y gritarte que me veas, pero sería absurdo. No te has fijado, nunca tendrás ojos para mí. Solo para ella.
Para darle la mano y abrazarla mientras yo sigo viéndote. Y sigo jodiéndome.
Llevas tu camiseta de Batman pero no quieres salvarme, hoy no haces de súper héroe, sino de villano. Tu súper poder me ciega y ni siquiera te veo como antes. Ni siquiera veo tu halo de luz, te haces invisible; nada más lejos de lo que soy yo para ti. Para mí, para todos.
No sé si has cambiado tú, o si lo he hecho yo. Cambiaría por ti cada célula de mi cuerpo si me lo pidieras. Si tú me lo pidieras. Pero se lo pides a ella, siempre ella.
Me estoy hundiendo y a ti te da igual. Si cierro los ojos mi cabeza te dibuja (cada traza desdibuja mis pensamientos y se sumerge en tus curvas) y te sigo viendo, estás en mi memoria, pero nunca solo. Nunca tu mano coge la mía, porque siempre están ocupadas dejando que mi vacío me coma por dentro.
Tengo un nudo en el pecho que me ahoga, que me corta. No se si podré seguir así, ni quiero, ni puedo.
Lloro y ya no puedo respirar, pero ni siquiera me agobio. Ni siquiera te importo. Ni siquiera dedicas un minuto a mi como lo hago yo en ti. Ni siquiera un minuto para importarte. Ni siquiera me necesitas ahí. Sigues sin verme.
Preferiría mil veces que me mintieses, preferiría mil veces tus mentiras de jarabe a esta mierda. No puedo dejar de escuchar esto porque no puedo dejar de pensar en ti. Sal de ahí, por favor. Sal de mí.
'Siento que el corazón del uso me ha dado de sí, desatado y dilatado, de tanto latir por ti.
Que te vaya bien, que te vaya bien, que te vaya bien....
¡Nada más puedo decir!
Que te he dejado, pero no de quererte,
que te he olvidado, pero no de mi mente, que siempre te tendré presente,
desde la hora del primer beso hasta la hora de mi muerte.'
Mi corazón salta del precipicio y ya no ve nada, ni una luz, nada. Solo vacío. El impacto contra el suelo lo hace añicos. Me hundo anclada al vacío más absoluto de mi alma.
Nos imaginaba por Madrid.
Nos imaginaba corriendo por las calles del centro de la mano. Parabas en Plaza España para coger aliento, pero no podías dejar de reírte. Ni siquiera sabías de qué, pero te reías. Yo me reía contigo. El tráfico estaba loco ese día, y los coches pasaban en un segundo. Aparecían y se iban.
Te di un estirón para seguir corriendo, y sin aliento, empezamos a esquivar a la gente, otra vez. Se giraban para gritarnos algo incomprensible, pero ya estábamos muy lejos. Volábamos por Madrid con alas de algodón. No temíamos caer. Nadie nos habría hecho caer, solo tú, solo yo.
El asombro recorrió tu cara frente al templo de Debod. Te paraste en seco y sacasta la Nikon de la mochila. Tomaste alguna foto, desde varios perfiles. A mí me gustaba ver el tuyo cuando te concentrabas. Mirabas por el objetivo y tu flash nos hacia inmortales. Tú no dejabas de sonreír y yo no dejaba de mirarte y sonreirte , por si alguna vez pensabas en irte. Y ojalá no te fueras nunca.
Sentados en el banco, viendo a la gente pasar, me di cuenta de que, si parabas el mundo por un momento y mirabas a la gente a los ojos, podrías interpretar los brevísimos instantes de felicidad que cada célula de sus cuerpos experimentaba.
Me atreví a mirar en los tuyos, de acercarme al precipicio de tu mirada perdida. Tus llamaradas me abrasaban, pero no tenía el valor suficiente para apartarme. Ni siquiera quería. Veía en tu pupila reflejada la mía, y yo sí era feliz. Tú también, pero de una forma distinta. Eras feliz de una forma abstracta y difusa. Pero eras feliz. Tu felicidad dependía de muchos factores que ni siquiera yo podía entender, tu sonrisa era parte de mi felicidad.
En el Retiro, no sabías a dónde mirar. Abrías mucho los ojos y te asombrabas de lo que veías. Veías con los oídos y escuchabas con la mirada. Podías oler las sonrisas de la gente que pasaba por tu lado; la indecisión de los que pasaban con el skate y los patines, oías, a lo lejos, la velocidad con la que las bicicletas cortaban el aire, como el filo de un cuchillo. Tu mente no paraba de captar detalles inmortales. Tu cámara tampoco. Echabas la cabeza hacia atrás y mirabas al cielo, señalabas los pájaros como si no los hubieras visto nunca. Verte asombrarte era mejor que ver el paisaje.
Te acercaste a para alquilar una barquita, para mecernos con la corriente y hacerle compañía a los patos. Aún llevabas la cámara colgada en el pecho cuando la barca amenazaba con hundirse. Tenía miedo de hundirme lenta pero inexorablemente en ti, que me ahogara en tu corazón, que me absorbieras de una manera en la que ya no hubiera marcha atrás. Esperaba encontrar el camino de vuelta, el camino para ser mi antiguo yo, pero cuando tu Nikon volvió a hacer click, supe que me había perdido, supe que te habías quedado con una parte de mi corazón que ahora tendrías tú, y era tu tarea moldearlo; te había dado lo más importante de mí. Solo esperaba que te dieras cuenta y pudieras apreciarlo. Tanto como yo lo hacía contigo.
Bajamos de las barcas con el estómago mareado, las mariposas se agitaban y chocaban entre sí. Necesitaba un segundo para recuperarme de las vistas... tenías el pelo alborotado y precioso, la barba ligeramente mojada y los ojos muy abiertos, como los de un niño. Esas vistas me dejaban sin aliento.
Me miraste un segundo y saliste corriendo, buscando el próximo destino. Tan ávido por conocer lugares nuevos... Con cada sitio descubría la parte de ti que se asombraba, y era fantástico. Acabamos en los barrios céntricos de Madrid, calles estrechas y pequeñas, tiendas "vintage" por todos lados, edificios de colores; calles empedradas que terminan en plazas pequeñas, con mercadillos de discos de vinilo y artesanía manual, con bares con gente que no usa el móvil, bares llenos de gente con miles de historias que compartir, gente que no se preocupa por la última tendencia o lo último, se preocupan de cosas un poco más cotidianas.
Lo cotidiano de ti se me estaba perdiendo y sentí que allí lo recuperaría, recuperaríamos todo. Cogiste mi mano y el corazón me latió acelerado, en la garganta. Entrelazaste los dedos y me hiciste una foto con la otra mano, a ojo. Me pillaste por sorpresa y el flash me hizo parpadear deprisa, repetidamente. Pero insistías en hacerme una y otra, sin avisar y sin un por qué. Todo lo hacías de forma tan espontánea... Ojalá me avisaras si alguna vez decidías marcharte, o bueno no, ya ni siquiera sé si prefería tus razones, en realidad yo era más de tus medias sonrisas y tus "¡vamos, corre!" O tus, "¿has visto eso? ¡Es impresionante!"
Yo era más de verte conmigo que de imaginarme sin ti, y créeme, la vida es mucho más bonita desde que me despieta tu flash por las mañanas.
Por tus medias sonrisas, y por las mías; porque siempre se completen y se hagan compañía.
Solo mira dentro.
He acabado por hundirme en lo más profundo de mi alma. Te has llevado para siempre la parte de mi corazón que en realidad nunca me perteneció. Pero no tenías derecho, no tenías por qué haberlo hecho. He visto como la tirabas en la basura y no perdías la sonrisa. Solo un lastre, una piedra en el camino que ni siquiera te hace tropezar.
Yo quería ser, al menos, uno de tus deslices. Prometo que me habría bastado tu atención un segundo, tus ojos puestos en los míos, pero esta vez, queriendo verme por dentro. Créeme, a ti también te habría gustado verme por dentro hoy. Hoy podría haber rendido el mundo a tus pies si me lo hubieses pedido. Hoy, solo hoy, podría haber ensanchado tu sonrisa sin apenas proponérmelo, haber abrillantado tus dientes de marfil y haber aclarado el azul de tus ojos. Podría haberte hecho sentir infinito, pero sigues prefiriendo ser el palito de su lista. No eres más que el candidato número n de su interminable lista.
Te prometo que en la mía solo hay tinta para ti, solo es del color añil con el que miras a tu alrededor. Pero ni siquiera estando a tu alrededor eres capaz de verme. Ni siquiera estando a menos de un metro te inmuta mi presencia. Y tú, ingenuo de ti, alteras la mía con cada movimiento, tú llenas mis oídos con el sonido que emanan tus cuerdas vocales cuando te ríes. Tú, siempre tú.
Hoy podrías haberme abrazado a mí por la espalda y haberme susurrado al oído como lo has hecho con ella. Ni siquiera habrías tenido que agacharte, y mucho menos rebajarte a su nivel. Ni siquiera te ha escuchado cuando rozabas un segundo su oreja con tus dientes, tu nariz con su pelo; ni siquiera sabía cuándo ibas a llegar.
Yo, por supuesto, me he fijado en la camiseta verde que llevabas hoy, en los vaqueros gastados que no sabes combinar y en las zapatillas de fútbol que siempre calzas. Me he fijado en que cuando levantas las manos, se te ve el hueso de la pelvis bajo la camiseta; que debajo de los pelos rubios de la sien te está sanando el arañazo que te atraviesa la espalda -imaginando recorrerla con la yema de los dedos, mientras contienes la respiración y respiras al compás. -
Me he fijado en los calcetines que sobresalen cuando te sientas y estiras las piernas. Me he fijado en el lunar que tienes en el cuello y en que nunca llevas reloj; porque te da igual la hora. Tus agujas nunca señalan mi norte.
Y ahora dime que se fija en ti como lo hago yo. Pero eso en realidad no duele, lo que me rompe por dentro es que tú si lo haces con ella. Tú, todas las mañanas, buscas un cambio que te sorprenda y te guste; pero déjame que te diga algo, no lo vas a encontrar si sigues mirando en esa dirección. Por mucho que acaricies su piel con tu mano no va a volverse más suave, ni más fina. Por mucho que hables de la última jornada de liga no va a interesarse en ti por eso. Y ni siquiera bromees, porque no tiene el suficiente sentido del humor como para entenderte. Si sigues buscando, por favor, levanta la cabeza, te lo juro que no estoy tan lejos, siempre a tu alrededor por si decides quitarte la venda.
Si decides mirar, si decides verlo del tono azul de tus ojos, encuéntrame pronto, el agua me está llegando a las rodillas. Por favor, solo mira dentro.
Respiero y me siento en casa.
El olor de tu camiseta rasgando mi nariz, penetrando mis fosas nasales. Jabón, el olor de la plancha y un tenue efluvio me envuelven. Te abrazo sobre la camiseta y apoyo la mitad de mi cara entre tus omoplatos, en la espalda. Tengo un hueco definido allí, entre tus brazos.
A veces la mano sobre tu pecho, arriba y abajo, cerca del corazón; y tu ritmo cardíaco, constante, es la nana más bonita que me han cantado. Cierro los ojos sin querer, sin quererte, no lo puedo evitar. Respiro fuerte.
Te mueves y me preguntas si me estoy durmiendo. Creo que podría acostumbrarme a eso. Podría, querría, dormir contigo. Y abrazarte cuando tengo frío. Cuando los monstruos vienen a por mí; cuando los bichos quieren echarme. Y respirarte en el cuello, en el hueco puesto para que repose allí mi cabeza. Como el hueco que ocupas en mi corazón. Tienes un compartimento con nombre y apellidos, uno VIP y reservado para ti. Reservado constante, y ya nadie puede ocupar ese trozo de mí. Tienes ese trocito que me envuelve. Te abrazo y somos uno; solo recuerdo cerrar los ojos contra tu espalda.
Y vienes, te tumbas, y me acoplo en ti. Mi silueta borra las líneas que forman la tuya y nos fundimos en una sola. Apoyo la cabeza sobre tu pecho, que asciende y desciende regularmente; y tu pasas el brazo bajo mi cuello. Sin luz, sin nada que moleste. Irradias el calor del Sol y me siento en casa contigo.
Te mueves buscando el móvil, pero yo sigo buscandote a ti. Y te encuentro porque me dejas encontrarte. Me despiertan mis inquietudes pero tú sigues allí, llenando mis brazos con tu cuerpo. No marcas los abdominales pero puedo sentir tu fortaleza. Tu corazón es el músculo más fuerte, el más desarrollado que existe; junto con el mío, encajan como las piezas de un puzzle, bombean dos cuerpos fundidos.
No sé que hora es, no quiero saberlo. No me importa. No quiero que esto se pierda. Quiero tenerte, para siempre. Acariciar tu barba una milésima de segundo mientras te distrae el móvil, enredarme en ella hasta que te des cuenta, sonrías, suspires y revuelvas mi flequillo, que sigue descansando en ti.
Me despierto con pesadillas y con un sudor frío. No estás. No quiero buscarte, quiero encontrarte. La almohada sigue oliendo a ti, y me sumerjo en ella hasta que caigo en brazos de Morfeo; tú estas allí, esperando con tu camiseta roja, tu barba que ya no pica, tu bici aparcada y tu sentido del humor.
'Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.'
Vuelves sin que te llame, vuelves cuando todo pesa y me ayudas a sujetarlo. Vuelves y ya no quieres que te abrace, quieres rodearme tú. Tu mano recorre de lado a lado mis caderas y sube ligeramente hasta colocarse bajo mis costillas. Respiras entre mi pelo, cierro los ojos y puedo sentir como tú también lo haces. Respiramos al compás y no imagino otra clase de felicidad que contigo. Ninguna mejor.
Vuelves a darte la vuelta porque estás a punto de dormirte. Te has olvidado la camiseta en algún punto de mi cama. Rodeo tu pierna con la mía, mis brazos con tu pecho; y siento cada célula ligada a la tuya. Tengo un hueco perfecto entre tus articulaciones, tus músculos y tus huesos.
Definitivamente, podría acostumbrarme a verte cada mañana al despertarme.
Sal.
Quizá tu también te merezcas esto, y te merezcas sentir un vacío enorme en el pecho. Un agujero negro que arrase con todo. Quizá tu también has de sentir algo así, porque entonces tu rutina podrá empezar a ser un poquito diferente. Necesito que cambies de una vez sin que cambies lo bueno de mí. Lo estás arrasando todo y necesito que dejes de hacerlo, por favor.
Si vuelvo a leer tu nombre en un cuaderno, si vuelvo a escuchar tu nombre en otros labios, si vuelvo a verte reír ajeno a mí, me voy a volver loca. Deja de estar tan cerca, porque te siento demasiado lejos. Deja de correr detrás de todas, de seguir un ritmo de vida que no es el tuyo. Déjame seguirte, pisando tu sombra y tus pies al bailar. Llévame a un baile. No te alejes tanto, porque me duele otra vez el pecho.
Segundos platos nunca fueron buenos. Segundas oportunidades que amenazaron con ser peores. Platos que parecen postres y postres que son cafés, la copita de más de los sábados por la noche. Noches muy usadas...
Y es que yo también estoy harta de ser siempre el segundo, no soy ni el pan, ni el postre ni el agua, joder. Soy tu puto primer plato, o eso, o te juro que no quiero ser nada. No es justo que solo me necesites unos minutos cuando yo lo hago todo el tiempo. ¿Ves? Tienes esa costumbre de coger lo que quieres y cuando quieres de mí, pero eso era antes, porque has arruinado lo bueno que tenía. Y ni siquiera lo has aprovechado. Te llevas la mierda de otro y la camuflas con mis flores, pero lo siento, no van a crecer más. Nunca más. Nunca nadie que las riegue, que las cuide.
El anhelo de un te quiero a las tres de la mañana; no quiero excusas ni por qués, solo te quiero ahí incondicionalmente. Sin preguntas. Sin explicaciones. Sin mentiras, por favor.
No entiendo por qué aún no te has ido, por qué aún vuelves ocasionalmente para derribar mis muros y dejarme desprotegida cuando te vayas, tan
vulnerable...
El agua caliente borra los surcos fugaces en mis mejillas, y me hago un ovillo en la ducha. No tengo por qué fingir allí nada. Me resbala en la piel y se lleva mis impurezas y las tuyas, y limpia las heridas, constates en mi pecho. Solo corre entre mis dedos, corre y recorre cada lunar como tú nunca lo harías, ni lo harás.
Deja de entrar cuando quieras a partirme el corazón a trozos, deja de estrujarlo sin mirarlo, sal de una vez de mí y sácame de ti.
El frío me cala los huesos porque de el corazón te has encargado tú. Sigues demasiado dentro, sin dejarme una opción, un resquicio de huida. Llueve y me empapa otra vez, sin permiso. ¿Por qué tiene que colarse tan dentro? ¿Por qué tenías que hacerlo? O sales de mí, o voy a tener que sacarte yo.
Si estás tratando de colarte entre mis huesos, ya no hay sitio. Ya no me cabes dentro. Si la respuesta no es la huida, joder, dame una respuesta válida de una vez y deja de salir corriendo al menor desequilibrio, estoy cansada de andar por tu cuerda floja. Ya no tengo tus colchonetas ni tu red por si caigo, y si lo hago, sé que me va a absorber. Solo necesito un motivo para seguir haciendo equilibrios sobre ti, pero te prometo que si sigues moviendote tanto, al final me voy a caer. Echame una mano, y que no sea al cuello.
Ascensores prohibidos.
Eres el ascensor prohibido que nunca llamo por temor a que se abran las puertas y tú salgas. Y nos choquemos. Porque creo que si me rozas, me voy a desintegrar, una y otra vez.
No quiero abrir unas puertas en las que sé que voy a verte detrás. No quiero jugar a algo a lo que voy a perder. No quiero llamarte porque no vas a contestar, ya no. No quiero verte más.
Y es que hay gente que lo hace fácil y gente que lo hace todo difícil. Quiero entender que tú, pese a ser del segundo grupo, siempre has querido pertenecer al primero. Créeme que no lo haces. Eres una complicación en ti mismo; y ya no sé que pensar. No quiero pensarte, no quiero pensar en como mis manos podrían jugar con tu pelo mientras te ríes. Duele más de lo que puedas y quieras creer.
No puedes pasar a mi lado como si nada y pretender que no me fije, ni siquiera un poquito. Apretar las mandíbulas para no decirte lo que quieres oír, pero nunca de mí.
¿No vas a entender nunca que eres todo lo que ando buscando? Pese a que lo pongas todo difícil.
Pero, ¿sabes qué? Ya no quiero retarte, ni esperarte, ni buscarte en otros ojos y otras sonrisas, ni pedirte que te quites la venda de una vez. Ni siquiera tengo interés en enseñarte a hacer todo más sencillo. Ya no. Has acabado con mi última reserva de sentido común...
Quiero borrarte, quiero que no hayas aparecido nunca en mi camino. Que el pasado no vuelva a ser un lastre, quiero soltar las riendas y te alejes tanto como puedas. Que tu sombra no sea tan alargada para cubrirme, por favor. No voy a perseguirte más, así que vete. Sé que no piensas darte la vuelta ni una vez. No vas a ver como me destrozo porque perdiste la oportunidad para hacerlo. Mis trozos no te pertenecen nunca más.
No quiero pensar que una vez si estuviste, porque no cerraste la puerta con llave cuando me dejaste allí. Solo la entornaste. Y yo sigo sin querer entrar; por si acaso no sé salir. En parte porque tú no me has invitado, y en parte porque sé que significaría traspasar la línea. Cada paso hacia ti es perderme un paso más. Créeme otra vez, lo haría si existiese media posibilidad.
Supongo que, si dejas de hacerme la zancadilla, si dejo de hundirme en tu mar de ojos claros, empezaré a ganarme. A ganarme y a perderte; en realidad, nunca te tuve, ni te tendré.
No quiero una posibilidad porque supondría una esperanza. Acabaste con ese resquicio en el último adiós. Ojalá nunca te hubieras despedido... porque ahora podrías volver tú. Podrías llamar al ascensor y bajarte en mi planta. Y ya nunca lo cogeríamos más. Podría, querría, cargarte escaleras arriba, si tú me lo pidieras. No lo haces, no te culpo, no me culpo.
No pierdas el tiempo esperando a coger el ascensor, porque he decidido no volver a llamarlo, ni a llamarte. Estoy fuera de cobertura en el piso de los recuerdos. Si aún necesitas algo, ya sabes donde encontrarme. Prometo (no) esperarte.
Nunca decidí quedarme.
Nunca decidí quedarme, pero tampoco quise irme.
No querías que me fuera, pero tampoco que me quedara; y yo estaba (y estoy) ahí sin un por qué. Nunca decidí quedarme a vivir cerca tuyo, simplemente lo hice, y lo hago -surgió por instinto, y ya ves, sigo aquí-. Cada uno elige su supervivencia, yo prefiero desperdiciar la mía contigo. Hay días que una mirada basta para decir lo que ni tú ni yo nos atrevemos a decir. Tú nada, por supuesto.
Un pasillo, unos metros, mis ojos que buscan con tristeza los tuyos. No te encuentran, no consiguen sumergirse en tu mar de color azul claro.
Te lo prometo, tienes el color de ojos más bonito que jamás llegué a imaginar. Ojalá ella también se dé cuenta.
Y naufragar en tus islas perdidas, perder el norte en el límite de tu espalda, repasar cada una de tus curvas hasta olvidarme de por qué te quiero. Apoderarme de tu corazón y enseñarte a no jugar con el mío. Leerte poesía por las noches, cantarte por el día. Gritar afónica que no puedo olvidarte y que tú susurres que no quieres que lo haga. Perderte en mis sueños y encontrarte en mis pesadillas. Recorrer tus hombros con mis dedos, besar tu clavícula. Respirarte entre los huecos del pecho, llenarme los pulmones de ti. Que me enredes el pelo y enredarme en ti. Chocar tu corazón y el mío en una milésima de segundo hasta fusionarlos y hacer que lata por los dos; con un ritmo constante. Esperaba que tú también fueras esa constante en mi vida. Quererte como nadie pudo imaginar hacerlo. Cerrar los ojos y seguir viéndote, sonreir y suspirar.
Ahogar la rutina en un vaso de agua, ahogarme entre tus brazos y perder el conocimiento en el límite de tu sonrisa. A ti siempre te ha gustado vivir al límite, y a mí enganchada a tu comisura. Si dejaras de sonreír, me caería en un pozo sin fondo, sin luz y sin nada. La nada más absoluta.
Sentir tu respiración por la noche, el amanecer de tu cuerpo y el mío. Perder la cordura entre tus manos y tu locura entre las mías. Hacerlo todo sin pensar, sin pensarnos mucho.
Dolernos en la distancia y querernos en la cercanía. Matarme en tu pecho; convertirlo en fuente única de inspiración, conocimiento y fortaleza. Vivir entre tus sábanas y tus camisetas dobladas, tus videojuegos y tus vasos, tus problemas y tus 'paso'.
Debilitarme por tus caricias y envalentomarme con tus juegos. Susurrarle a tu alma que el diablo me ha tentado pero que ya estoy vendida.
Hipotecar mi vida y anclarla a la tuya, con una cuerda que recorra hasta la última de tus células.
Reír contra tus mejillas de las cosas más absurdas. Suspirar en tu frente y que me tengas en mente, para siempre.
Quererte sin prisa y sin pausa, sin por qués ni causas.
Quererte al revés, vivir un traspiés.
Quedarme a vivir en ti, que tú tengas sed de mí.
Por eso, nunca decidí quedarme, pero tampoco quise irme.
Roces.
El leve roce de tus dedos en mi espalda. Desnuda, frágil bajo tus caricias. Recorres mis omóplatos de un extremo al otro, sin prisas, sin carreras. Sigues la línea de mi columna hasta el final, y te oigo suspirar. Muy cerca.
Siento tu aliento en mi costado; tus manos ya no se mueven. Tus dedos no me buscan, han parado; aún así, te acercas más a mí. Mucho más de lo que puedo, quiero, soportar.
De medio lado, apoyado sobre el codo izquierdo, sé que me miras. Sé que no te gusta lo que ves. Sé lo que vas a hacer, porque lo haces cada noche. Es un mantra que repites a las 2:20 de la mañana, cuando en mitad de la noche te despiertas de repente.
Besas cada una de mis cicatrices. Una por una. Incluso en la negrura de la noche sabes cuáles son. El número no es importante. En cada una, mi corazón late por los dos, y el pecho se encoje; tiene miedo. Tiene mucho miedo.
Tu barba roza mi costado y pegas la sonrisa a mi piel. Me abrazas en la oscuridad de la cama y me acunas en tus brazos. No recuerdo cuando me duermo, no recuerdo mi último pensamiento antes de hacerlo. Lo único que me llega es tu calor. Tu profundo e inmeso calor.
Sueño todas las noches con que te pierdo, todas y cada una de mis pesadillas las protagonizas tú. Eres el preestreno que nunca llego a sentir cuando me despierto; y menos mal.
Espero que tu sábana me envuelva siempre. El frío está siendo insoportable sin ti. Vuelve pronto, y trae mi corazón.
Cierra los ojos, no sientas.
Miraba a su alrededor, oscuro, y no encontraba nada. Tampoco buscaba, y sin remedio se perdía, porque tampoco nadie la buscaba a ella.
Ni siquiera una luz al fondo de un túnel, pues tampoco veía el camino que hacían sus pies. Una niebla muy espesa cubría el horizonte más próximo que sus ojos podían vislumbrar. Levantar la vista del suelo era una tonta pérdida de tiempo, pues ya no esperaba encontrar nada.
No, no estaba en ningún pozo oscuro de sentimientos rotos. Para estarlo, debía haber conocido antes algo de luz, algo con lo que comparar aquella sensación de vacío tan solemne que ocupaba su corazón, en obras desde hacía mucho tiempo.
Hacía tanto tiempo desde que ningún obrero se había atrevido a volver... Sus escombros no prendían en aquella negrura.
Tan solo se encontraba perdida, sola en lugar demasiado grande para alguien tan pequeño como ella. El mundo se le quedaba demasiado profundo.
Sentía el cuerpo pesado, entumecido de tanto andar. Caminaba sin norte, sin brújula en el bolsillo. Apenas veía las piedras en el camino, y a cada tropiezo era más complicado levantarse. Como una autómata, se movía sin gracia por el camino, ladeándose a cada paso.
No pudo ver el barranco. Nadie la avisó. No quería caer, pero no entendió otra forma de salir de aquella espesa noche. ¿Cuánto hacía ya que no veía salir el Sol? Esperaba que por fin, después de aquel barranco, pudiera hacerlo. Esperaba, sin más, que su corazón no se desmoronara completamente con la caída.
No sintió el golpe cuando despertó, sintió algo peor. Se sintió cayendo eternamente, sin ningún saliente al que agarrarse; sin voz en la garganta para pedir ayuda... ¿Quién iba a hacerlo, si nadie la buscaba?
Perdió la cordura en el tercer piso del sótano de los sueños. No entendió que vivía en una pesadilla constante de la que no podía despertar, ya no.
No se resignó, solo desistió. No luchó por agarrarse más, no esperó con miedo el golpe, solo esperó caer al fin.
Y sí, la caída fue horriblemente dolorosa. Mucho más que el sentimiento anterior, mucho más que la soledad oscura que había teñido su marchito corazón. El golpe resquebrajó por dentro su alma.
No podía abrir los ojos, y dejó de sentir.
Roto.
"Lléneme el corazón" le dijo al camarero. "Llénelo hasta arriba". El vaso con el líquido ámbar jugaba entre sus manos. Se resbalaba entre sus dedos, se escapaba. El parche del ventrículo izquierdo se había roto, y no hacía más que supurar. Brotaba dolor y miedo por todo su ser. Como algo mecánico, derramó hasta la última gota de ron en su garganta, acostumbrada al fuego interno. Sus venas empezaban a cambiar de color.
Comprendió que vivía en un lunes contínuo, tan lejos del sábado como de la Luna, tan solitaria allí arriba como él allí abajo.
El bar seguía siendo aquel antro de mala muerte en el que no entraba nadie. Solo el camarero acudía con cierta frecuencia para aconsejarle un sitio mejor. Una compañía mejor.
"Más" fue su única respuesta. Cerró los ojos y sintió el mareo. Una oleada de nostalgia marchitó su corazón endeble, ruinas que se estaban calcinando.
Un suspiro y un trago más. En la radio rock de los noventa, en la barra un tipo dormido con el vaso alrededor. Al fin y al cabo, también él estaba dormido.
Más que dormir, vivía en una pesadilla interminable de la que esperaba despertar pronto.
Se tambaleó de camino a la puerta, agarrándose a duras penas sobre el picaporte. Salió fuera.
Una bofetada dura y fría le tiró al suelo, más duro y más frío que aquella mano. Desde allí pudo escuchar su risa. Le estallaba en el tímpano. Se echó las manos a las orejas y se acurrucó sobre el bordillo.
"Sal de aquí" gritó, desesperado. Lloraba desconsolado mientras escuchaba aquel sonido atronador. Estaba demasiado ebrio como para ver algo más que su figura distorsionada. Ella se sentó a su lado y le acarició la espalda.
Sintió el invierno sobre su piel, la sintió pesada. Sintió que se asfixiaba bajo su roce. Empezó a ver destellos fugaces bajo aquella niebla que cubría la calle.
Tenía mucho frío. No vio ningún túnel cuando cerró los ojos y mucho menos ninguna luz. Solo oscuridad. Vio a lo lejos su corazón hecho pedazos, mientras ella lo pisaba sin ni siquiera mirarlo. Sonreía. Era la sonrisa de la muerte.
Cerró los ojos y esperó su llamada.
Prisas.
"No hay prisa, te duele el corazón al recordar su sonrisa, te duele con razón y aun así no hay prisa; y vuelves a tu casa con la misma camisa pero con manchas de ron"
El infierno de tus ojos llamea a distancia. Ínfima, pero la suficiente como para quemarme. No existen salidas de emergencia en el piso de tus recuerdos, y me temo que estaré estancada aquí para siempre. Espero que siempre no tarde mucho en llegar. Sigo esperándote.
Tus pasos hacen crujir el suelo con un sonido sepulcral. Respiro hondo. Tomo aire y cojo fuerzas. Te miro un segundo y te desvaneces ante mí, o ante ella; no me acuerdo.
Recuerdo sentir frío en el corazón, un frío que ralentizó mis latidos hasta el mínimo y necesario movimiento. Cuando la capa escarchada empezó a recubrirlo lo sentí en paz. Quizá si no sienta no duela. Quizá si no duela, no te quiera.
No hay prisa, no me he puesto un tiempo para dejar de hacerlo. Sigue doliéndome, sigue supurando. Si vas a venir, trae vendas. Pero ven, ya vas tarde.
Calor personal.
El calor personal no entiende de temperaturas. Ni del roce piel con piel. Ni de suspiros a medianoche. Ni de la complicidad de la no distancia. Y no me extraña, porque yo tampoco.
Sentirme en casa con besos en el cuello, que tu omóplato izquierdo sea la pieza del puzzle que mi cabeza siempre ha buscado, que mis dedos recorran sin esfuerzo tu pecho y desemboquen en tu barba, como cualquier río lo haría en el mar.
Perdida en el mar de mis ojos, no quise dejarte porque sabía que haciéndolo también me perdía a mí misma. No quería perderte, ni perderme. Pero sí perderme en ti todo el tiempo.
Tú siempre has tenido el hombro preparado para mis inseguridades, la sonrisa a punto para mis problemas. El corazón dispuesto a calentar el mío, que se muere de frío.
La espera se hace interminable hasta que vuelves. Pero menos mal que tú sí vuelves. Sigo teniendo miedo por si una noche no lo haces, y te pierdes por otros caminos. Tú siempre dices que todos ellos acaban en mí, y yo no puedo, ni quiero, tratar de no creerte. Creo en tu mirada y la seguridad acompasada de tu respiración. Cuento las veces que sube y baja tu pecho en un minuto. Apenas llegas a rellenar el cupo mínimo. No lo entiendo, yo no tengo pulso, nadie lo encuentra.
Y sí, vuelves cada noche y te quedas conmigo, casi siempre sin hablar. Nunca has sido de muchas palabras, y a mí eso nunca me ha importado.
Has tenido el abrazo que resume cualquier lo siento cuando lo he necesitado, el empujón cuando me lo he merecido y la calma en mis noches de nervios.
Tú siempre has sido el motivo de que mi pecho se hinche, y no por los latidos, si no por el amor. Llámalo orgullo, llámalo x.
Por si acaso, por si con las prisas se me ha pasado decírtelo, te quiero.
Promételo.
Te cosí a mi clavícula.
Arponeaste mi corazón.
Arrancaste de cuajo mi capacidad de olvidar.
Grabaste en mi espalda tus iniciales con tinta invisible.
Mordiste cada poro de mi piel.
Destrozaste todo a tu paso.
Todo con una sonrisa. Una entera para mí. Mereció la pena.
A veces, solo a veces, apareces en mi mente sonriendo. Como antes, sin preocupaciones. Sin trampas. Ya no me dejas saltarlas. Y como liebre, que siempre fui por delante, me has pillado. He caído, otra vez, en tus redes.
Promete cortarlas pronto.
Prométemelo, por favor.
Hablando de toxinas...
La toxicidad es una característica propia. Cada uno elige la forma de proyectarla, a uno mismo, a los demás. Cada uno elige su potencialidad, si crece o no, si lo hace exponencial o logarítmicamente. Cada uno elige su grado de destrucción.
El mundo es una mierda, y puede convertirse en un infierno si no sabes anular su toxina. Tú con la tuya puedes envenenar a los demás, lenta, paulatinamente, pero no dejas de hacerlo. Cada víctima es un grado de acidez a la del mundo. Es un mazazo en la cabeza que te hace caer, y ahí eres tú mismo quien se traga su propia toxina. De ti depende su amargura. Solo depende de ti. No culpes al mundo de tus incapacidades. No eres una víctima, eres un ser en potencia de hacer, de recibir, de conseguir algo. Tu meta no puede ser fracasar, no es algo innato a ti. El mundo te va a poner trampas y obstáculos y eres tú quien debe aprender a salvarlos. Porque nadie va a hacerlo por ti. Nadie en este puto mundo va a hacer nada por ti.
Tú, con tu sudor y tu esfuerzo, vas a poner cada piedra del camino al éxito. ¿Qué te importa el mundo cuando tu meta eres tú? Si siempre miras lo mal que lo haces, lo bien que lo hacen, tu mala suerte, su buen azar; nunca, nunca, vas a llegar a nada.
¿Qué más da el mundo? ¿Qué más da la mierda en la que se está convirtiendo? ¿De qué sirve lamentarse? No sirve de nada. Levanta de una vez y haz las cosas por ti mismo. Deja el negativismo a un lado. No te aferres al positivismo, pero deja de hundirte todo el rato. Agarra alguna cuerda que te permita salir del fango.
"¿Si no te quieres como van a darte su amor? Por favor valórate. Deja de ir dando tumbos y sigue el camino recto, que aunque seas un don nadie y el objeto de insultos nadie gusta a todo el mundo porque nadie es perfecto."
Mira de una puta vez dentro de ti. ¿Qué ves? Empieza por cambiar lo malo, empieza por cambiar lo malo de ti mismo y luego mira lo de los demás. Lo del mundo. Quizá, sólo quizá, después no te parezca tan mierda.
Tú solo eliges tu toxina. Cuanto de ácida es. La tuya está matando la mía. Tu mar empieza a llegarme al cuello. Tu verás.
Sin posdata.
No sé que hueco te ocupo en el pecho, pero sé, casi a ciencia cierta, que o está semi vacío, o has aprendido a llenarlo con alguien más que yo. O quizá yo nunca tuve un hueco, solo uno alquilado, y que quieres que te diga, ya no me da para fin de mes. Ya no sé si quiero que me dé. Ya no sé si te quiero.
Aún tienes, aún eres, mi única verdad, pero es la última vez que te lo digo. Quiero que lo sepas porque no quiero que se te olvide, pero escuchame bien, voy a vivir en tu cabeza hasta que pierdas el sentido, el rumbo, y vuelvas corriendo a mi lado. Al final, al final lo harás.
Tú también me has dejado a mí un vacío en el corazón difícil de sustituir, porque pensé que cuando te lo alquilé, tenías opciones de compra. Ni siquiera me has devuelto la fianza... Lo has dejado todo patas arriba, has hecho lo que has querido y mírame, vuelve. O vete. Y si te vas llévate esta puta indecisión que no me deja pensar en paz.
Porque no dejo de pensarte aunque quiera. Tú, en realidad, no te has ido del todo. Te has mudado de mi corazón a mi mente, a mi memoria. Ten cuidado, yo siempre he sido de despistes tontos. Ten cuidado, no vaya a ser que se me olvide que estás ahí. Si sigues sin hacerte notar, me vas a obligar a olvidarte. Necesítame, solo un rato. Solo una vida. Hazlo, por favor.
Es la última carta que te escribo. La de emergencia. Sigo en un socorro continuo, esperando a que te llegue mi SOS y vengas corriendo. Sinceramente, espero que te haya llegado, y al leerlo, te hayas roto tú por dentro.
Tú también te mereces esto.
Sin posdata.
No puedo, ni quiero
Hoy no puedo, no quiero. No quiero poder, no puedo sin querer.
Estoy al borde de un precipicio del que no consigo vislumbrar el suelo. Quizá si me acerco... La gravilla cae y escucho, en la distancia, el golpe con la negrura. Tu mano me empuja, pierdo el equilibrio y resbalo. Solo consigo agarrarme con tres dedos al borde. Me pesa el cuerpo sobre los dedos. Estoy decidiendo cuanto merece la pena seguir colgada. Pero tú decides antes, decides por mí. No la merece. Sueltas cada dedo suavemente. Con cada uno susurras un secreto en mi oído. No lucho. Tú tampoco. En el tercero te detienes, me miras un segundo y veo en el fondo de tus pozos negros, la inmensa oscuridad del precipicio. Ahora no sé a cual tirarme. Me miras tentadoramente mientras me desvivo por mantenerme agarrada al borde. Al límite, en la curvatura de tu sonrisa.
Yo ya no soporto más, pero tú decides cargar conmigo. Con un peso muerto. Piensas que lo estoy, pero no me subes. Aún sigo colgando, colgada.
Ya no me llega la sangre a los pies. El corazón ha parado de bombear. Necesita vacaciones y está en huelga, justo ahora. Ahora que lo necesito, se quiere congelar.
Aprovechas esa décima de segundo para estrujarlo contra el suelo. Ya no me miras a la cara. Me has roto el corazón. Destrozado. Hundido.
Decides soltarme. Veo como te das la vuelta, sin inmutarte.
Tengo miedo, y frío. Mucho frío.
El golpe es inminente. Cierro los ojos y en el último momento, te veo. Sin verte. Sin querer, ni poder verte. Tu luz deja de verse en el fondo. El dolor no me deja ver nada. Me abandono en las sombras. Tengo frío, mucho frío.
Sobre sentir...
Cuando las lágrimas hacen cosquillas a tus ojeras. Cuando aprietas los dientes y la cara contra la almohada. Cuando cualquier canción te rompe.
Es imprescindible levantar una coraza que te proteja, porque cuando te hacen bajarla, lo hacen para romperte el corazón. Solo te hizo falta un segundo de mi duda. Me miraste a los ojos mientras me hacías vomitarlo. Lo cogiste y lo estrujaste hasta que perdí el conocimiento. Con rabia.
Recuerdo levantarme con las mejillas empapadas. Recuerdo esa sensación de soledad inmensa que aún me abruma. Disfrazada se coló entre mis huesos y se hizo un sitio en mi pecho. Dice que no quiere salir.
Recuerdo escuchar nuestra canción, la que había ideado para los dos, mientras me rompían sus acordes de piano.
Recuerdo el vacío interior, insoportable.
Lo recuerdo porque aún lo siento.
Siento, como dice Rayden, que el corazón del uso me ha dado de sí, desatado y dilatado de tanto latir por ti.
Tu recuerdo, ese que nunca tuvimos, se hace imborrable bajo mi piel.
Ojalá pudiera no sentir. No sentir nada.
Sobre amar y amor...
El amor es cuento. Y como tal, hay tantos y tantos tipos...
Está el amor de los que son incondicionales, el platónico, el pasajero y el sincero. Todo lo demás no es amor.
Pero, ¿qué es amor?
Amor es cerrar la puerta despacito cuando hace frío fuera. Amor es no preguntar por qué. Amor es sentir mariposas en el estómago y vomitarlas por la boca. Amor es mirar a los ojos y entender. Amor es cerrar los ojos y suspirar. Amor es soñar.
Amor es lealtad.
Sobre amar y querer no hay nada escrito. Pero la ley más poderosa es la del corazón, la que es muda. Esa no necesita ser escrita, porque, en verdad, está tatuada con tinta invisible en cada uno. La ley del amor.
El amor es un cuento. Hay algunos a los que se lo cuentan de noche, con la manta hasta arriba. A otros nada más levantarse. Otros después de comer, como las pastillas.
El amor, como los cuentos, es pura ficción. Ninguno sobrepasa la línea de la realidad. Todos mueren en el camino, antes o después. El amor no existe, igual que no existe la magia. Porque el amor es también un tipo de magia; y algunos se empeñan en hacer magia negra, y enturbiar corazones puros. Solo aquellos que creen en ella, creerán en que un sentimiento tan potente es real.
O quizá estemos todos locos. También es una posibilidad.
Amar es derretir ojos y miradas, escuchar la sangre bombeada, correr de la mano cuando llueve. Eso nos dicen. Pero amar también es saber que te van a hacer daño. Amar es saber que vas a sufrir, que vas a llorar. Amar es ofrecer en bandeja lo mejor de ti, y esperar que la otra persona haga lo mismo. Pero incluso los corazones más puros sucumben. Sucumben al egoísmo de robar corazones y dejar vidas desangradas. Pero eso también es amor.
Amor también es insomnio. Y temor. Y dudas. Y debilidad.
El amor no es fácil, porque si lo fuera no merecería la pena. No es real, porque entonces se pudriría en un mundo roto, al que no pertenece. El amor no es siempre felicidad, porque entonces sería perfecto, y eso, contra todo lo dicho, lo haría real.
El amor no puede ser definido con 17 años de experiencia. De absoluta y completa inexperiencia. Ahora mismo no es un sueño, es una pesadilla que me despierta por las noches y me roba el sueño por las mañanas. Ahora mismo, solo veo el amor desde la parte húmeda de mi almohada. Solo es un cuento de miedo que despierta el agujero negro que amenaza mi corazón, a punto de colgar el letrero de "en ruinas".
No me digáis qué es el amor. Si lo encontrárais, decidle que me he cansado de buscarle. Pero para lo que necesite, ya sabe donde encontrarme. Yo no me voy a ir.