domingo, 18 de enero de 2015

Tú también bailas.

Te pusiste delante del objetivo y apreté el botón del click, pero el único click que escuché sonó dentro, y no de la cámara. La foto salió negra, solo con un punto de luz a la altura de la boca, curvada en sonrisa. La comisura de tus labios se veía roja, roja carmín, y yo no llevaba pintalabios. Entendí por qué no podía verte. Ni tú me verías nunca.
No dejo de buscarte en el objetivo de mi cámara, pero ya me canso de buscar. Y nunca enfoco, y nunca te veo. Nunca, nunca, nunca...

En la pista suena mi canción, y entre tanta gente, bailo. Y me siento muy, muy bien. No veo más allá de dos palmos, no veo quién tengo delante, no veo nada. Todo sigue negro. Escucho gritar, y escucho roces a centímetros. Todo está bien. Escucho la música fluir, sin hacerme daño. No puedo evitar moverme, sin saber como hacerlo. No puedo evitar fijarme en que tú también lo haces, en mi más corta distancia. No puedo no verte, sabiendo que tú sí me ves. Un paso atrás, por dos tuyos hacia delante. Tú bailas, yo bailo; todo está bien.
Acabas en mi oído, pidiéndome otro baile. Ahora suena tu canción, y te ríes. Me acerco como Ícaro al Sol, sin alas. Sigo sin verte la cara, todo sigue oscuro. El último baile, pienso.
Y en un segundo te veo. Sé quien eres. Te he visto antes. Cierro los ojos y bailo, con las caderas ocupadas. Con las manos ocupadas. Menos mal, tú no llevas carmín, y hoy sí me los he pintado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario