viernes, 30 de enero de 2015

La infinidad de tu pecho bajo mis manos.

Mi cabeza sobre tu hombro, arriba, abajo.  Mis manos recorren tu pecho, se hunden en tu esternón, juegan con tus músculos, tan poco marcados que el juego resulta aún más interesante. Mi nariz que roza tu mejilla y se enreda en tu barba. Tu cuello, a medida para mi frente. Entre tus piernas la mía, que se entrelaza terminando el puzzle.
No conozco otro estado de felicidad que así, entre tus brazos. Medir tus pulsaciones por las veces que sube y baja mi mano, sentir tu respiración y acompasar la mía, tu aroma, tan puro y tan tuyo, tan de jueves o de lunes, de invierno, en mi nariz. Es constante. Cerrar los ojos y al abrirlos, ver que no estás. Que solo estás para que me duerma y no tenga pesadillas, pero si te vas me desvelo y te busco, irremediablemente.
Te busco para que vuelvas a acunarme, para que me abraces tú por la espalda. Me calientes mejor que cualquier manta y seas quien caliente mi corazón, helado y destemplado.
Bajo tus manos el mundo es más pequeño y mi cama, o la tuya, más grande. En tu pecho respiro y siento el mar en calma como una noche de verano, y a la vez, como todos los fuegos artificiales lanzados a la vez.
Ay, si supieras todo lo que te necesito. Todo lo que te quiero.

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