domingo, 4 de enero de 2015

Abismos insalvables.

Querer asomarme a tu abismo.
Pero nunca dijiste que fuera un agujero negro que pudiera absorberme. Entonces me caí. No sé a qué altura estaba, pero tuve miedo. Yo siempre estaba a tu altura, pese a que tú fueras medio metro más alto, pero desde tan alto tuve miedo. Quizá el impacto me causara más impresión que la distancia. Quizá fuera el temor y la seguridad de no encontrarte allí abajo. O quizá fuera que entre tanta oscuridad no encontraba un resquicio de luz. Antes siempre era tu mirada quien me salvaba.

Sigo escuchando tu mirada cuando entro a la misma habitación que tú y en vez de verte, escucho. Todo es ruido a mi alrededor excepto el latir intermitente de mi corazón, loco; y el roce de tus pies con el suelo, que levitan. No sé, sigue gustándome mirarte aún sabiendo que tu mirada es paralela a encontrarse con la mía. Me valdría una fracción de segundo para hacerte sentir en tu corazón, sano de roble, el calor que siente el mío, incluso en invierno. Pero tú, antes de apartar la mirada, preocupado por lo que pudieras sentir de más, alarmado por su gravedad, me habrías susurrado a gritos que tú ya eras una estufa. Que a ti el frío no te afecta. Y yo habría entendido entonces por qué la abrazas. No la quieres, solo lo haces para que no muera de frío.
Y sé que sabes que yo no lo haré porque tú también sientes la calidez de mi corazón, y bien sabes que nunca se congelará, por eso esperas a que sea verano y así sí que tengas una oportunidad.
Yo te la daría encantada. Ya sabes donde encontrarme.
Sigo sin quererte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario