Una hoja en blanco. Otro corazón en blanco. Otra mente en blanco. Y otro, y otro más.
Desde que te llevaste la tinta invisible, nadie atina a grabarme sus iniciales en el corazón. Nadie quiere cosérmelas. Nadie quiere pintarlo de rojo y darle un poco de vida.
Nadie quiere sacarlo a bailar, hacerlo bombear. Nadie quiere escribir algo bonito que lo haga acelerarse, nervioso. Nadie quiere decir "nunca nadie" y cantar conmigo.
En contra de los absolutos, de los siempres y los nuncas que nunca, vaya, se cumplen; voy a añadir el nadie.
Creo firmemente que Nadie se ha equivocado de parada, que no ha cogido mi tren. Avísame en cual te bajas, y súbete al mío, que va haciendo escala en estaciones desiertas buscando el rastro de tu tinta invisible.
A veces los bolis tampoco me escriben, a veces se me olvida escribir, y solo recuerdo en bucle las letras de tu nombre. A veces, pero sólo a veces, me gusta rodearlas con tinta roja, de esa que falta en mi corazón marchito, y colorearlas con granate. Pero nunca encuentro tinta de ese color. Solo dejaste el negro... Y ahora todo, pintado tan oscuro, empieza a perder sentido. Necesito tu paleta de colores y tus juegos de niño para mancharme con acuarelas.
Mánchame un poco el corazón, pero esta vez sí que no juegues. Ya no lo tengo a todo riesgo.
Necesito que pintes mis días de colores y me saques de este gris tan tan tan negro.
jueves, 8 de enero de 2015
Tintas invisibles.
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