En el ojo de la tormenta, no supe estarme quieta y esperar, esperar a que el mar estuviera en calma. Mi mar, mis olas, mis tiburones que huyen de mis peces...
Me golpeé contra las rocas y perdí el conocimiento casi al instante, pero en esa décima de segundo que me concedió la marea, también dudé. Incluso cuando sabía que estaba ya saliendo el Sol y se estaba despejando el mar, la mar, incluso cuando vi a la gaviota volar encima mío, incluso ahí dudé. No voy a dejar de dudar ni a dejar de dudarte. Todo el rato, aún con el agua hasta el cuello, con la soga a punto. Con la patada en la silla.
Y porque dudé, disparé. No te dio, solo te rozó, y tú solo me rozaste. Triste realidad, triste locura.
Tus acantilados siguen muy altos, pero tu mar sigue igual de azul. Azul verde, azul calma. Déjame entrar. Déjame tirarme. Déjame al menos arrancarme el corazón de cuajo y tirarlo a tu mar, y que me deje en paz.
No más ojalás, ni más dudas. Quitámelas todas.
sábado, 24 de enero de 2015
Marea.
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