viernes, 30 de enero de 2015

Aún te quiero.

Que yo también sé lo que es no ser el motivo de que sonría, no ser el motivo por el que sueña, no ser, joder, la persona en quien piensa cuando le preguntan si está enamorado.
Yo también sé que no se va a enamorar de alguien como yo lo estoy de él, y sí, yo también sé, al menos hoy, que por mucho que busque sus ojos azules en otros tíos, no voy a encontrarlos tan bonitos. Pero aún así, aunque sé todo lo que le gusta, y sé que yo no estoy en esa lista, aún así le quiero. Y no puedo querer evitarlo. Aunque no se lo merezca.
Aunque lo grite en sueños por las noches.
Aunque sean las 4 de la mañana y siga pensando en él.
Aunque quiera y no pueda sacarle de mi mente y se cuele sin permiso en mi corazón.
Aunque haya dejado una huella enorme y nadie quiera volver a pisar ahí.

Aún por todo por lo que me has hecho, aún te quiero.

La infinidad de tu pecho bajo mis manos.

Mi cabeza sobre tu hombro, arriba, abajo.  Mis manos recorren tu pecho, se hunden en tu esternón, juegan con tus músculos, tan poco marcados que el juego resulta aún más interesante. Mi nariz que roza tu mejilla y se enreda en tu barba. Tu cuello, a medida para mi frente. Entre tus piernas la mía, que se entrelaza terminando el puzzle.
No conozco otro estado de felicidad que así, entre tus brazos. Medir tus pulsaciones por las veces que sube y baja mi mano, sentir tu respiración y acompasar la mía, tu aroma, tan puro y tan tuyo, tan de jueves o de lunes, de invierno, en mi nariz. Es constante. Cerrar los ojos y al abrirlos, ver que no estás. Que solo estás para que me duerma y no tenga pesadillas, pero si te vas me desvelo y te busco, irremediablemente.
Te busco para que vuelvas a acunarme, para que me abraces tú por la espalda. Me calientes mejor que cualquier manta y seas quien caliente mi corazón, helado y destemplado.
Bajo tus manos el mundo es más pequeño y mi cama, o la tuya, más grande. En tu pecho respiro y siento el mar en calma como una noche de verano, y a la vez, como todos los fuegos artificiales lanzados a la vez.
Ay, si supieras todo lo que te necesito. Todo lo que te quiero.

It's 4 am.

jueves, 29 de enero de 2015

Cada día.

A veces pienso en lo que sería conocernos en otro espacio y en otro tiempo. Quizá antes, cuando las fotos salían en blanco y negro, quizá entonces sí hubiésemos tenido futuro. Tú con camisa, y ahora, joder, ahora la llevo yo.

Cada día en la misma esquina y con la misma compañía. Cada día me pregunto qué musica escondes en los cascos, que colonia en el cuello, que pulsera en la muñeca. Cada día me pregunto si eres más mar o de montaña, de día o de noche, de dulce o de salado. Cada día pienso en conocerte y que quieras conocerme, que cambies la esquina de su cadera por la mía, sus altavoces por mis cascos, sus piernas por mis manos. Cada día las noto más grandes y más solas, vacías. No sé quién va a llenarlas y si tiene intención de hacerlo en esta vida, pero de tanto fijarme, sé que el lunar de mi dedo meñique encaja con el tuyo, y que quizá tú seas la pieza del puzzle que me lleva faltando tanto tiempo. Y que quizá, y solo quizá, a tu puzzle le falte la mía.

domingo, 25 de enero de 2015

.

Respirar con dificultad, sentir contener lágrimas en los párpados, dolor en el pecho, el mundo encima. Tú la abrazas y la envuelves, y da igual que nieve fuera, que juro que ella no tiene frío. Tú y tu sudadera, con mi frase favorita; con mi sonrisa favorita.
Tú lo rompes todo con una mirada, esa que no tengo. Te echo de menos, de verdad. Te echo de menos por no poder echarte de más, me pesas horriblemente. Me pesas el alma y me endeudas el corazón.

Odio esto pero no te odio. No quiero verte.

sábado, 24 de enero de 2015

Marea.

En el ojo de la tormenta, no supe estarme quieta y esperar, esperar a que el mar estuviera en calma. Mi mar, mis olas, mis tiburones que huyen de mis peces...
Me golpeé contra las rocas y perdí el conocimiento casi al instante, pero en esa décima de segundo que me concedió la marea, también dudé. Incluso cuando sabía que estaba ya saliendo el Sol y se estaba despejando el mar, la mar, incluso cuando vi a la gaviota volar encima mío, incluso ahí dudé. No voy a dejar de dudar ni a dejar de dudarte. Todo el rato, aún con el agua hasta el cuello, con la soga a punto. Con la patada en la silla.
Y porque dudé, disparé. No te dio, solo te rozó, y tú solo me rozaste. Triste realidad, triste locura.
Tus acantilados siguen muy altos, pero tu mar sigue igual de azul. Azul verde, azul calma. Déjame entrar. Déjame tirarme. Déjame al menos arrancarme el corazón de cuajo y tirarlo a tu mar, y que me deje en paz.
No más ojalás, ni más dudas. Quitámelas todas.

lunes, 19 de enero de 2015

En la boca del lobo.

En la boca del lobo.
Volví a entrar después de haber salido corriendo. Entré por si tú habías dejado de ser el lobo, o yo ya no quería ser Caperucita. Quizá también Ella echa de menos que el lobo la persiga, quizá yo también lo haga y por eso me valgan mil excusas para volver a poner un pie dentro.
Déjame ser víctima esta vez, ya no me gusta ser verdugo.
Déjame, por favor, poner un pie en tu cueva, una luz, una chispa que no prenda.
Si ves que vuelvo a dudar una vez esté dentro, sin empujar, dame la mano. Con un tirón pequeñito me vale.

Sobre colores y personas...

Siempre he pensado que cuando nacemos, lo hacemos pegados a una paleta de colores que esta vacía; y que la vida consiste en llenarla de tantos tonos cromáticos como personas hay en el mundo. Y las personas son los pinceles. Los hay que son grandes, y los hay que son pequeños, con poco para pintar.
Quiero pensar que nacemos con un color integrado a la paleta, el negro. El siguiente que conseguimos es el blanco y después de mezclarlos nos sale un gris pálido, inocente. En los momentos de debilidad, ese gris se enturbia hasta casi el negro y es cuando nos volvemos personas grises. Necesitamos colorear la vida, por típico que pueda parecer.
Cuando conoces a alguien puedes identificarlo con un color, atendiendo a su personalidad. A veces no tiene una explicación lógica dicha asociación, porque a veces es imposible explicar los colores.
He conocido gente verde, muy verde, gente amarilla pollito y gente azul, cielo, mar. He conocido gente que vive vidas monocromáticas y que sus pinceles se han ahogado en negro, y solo emborronan con sus huellas.
Estoy descubriendo como conseguir pintar un poco de rojo en el cuadro de mi vida, porque últimamente los colores que me llegan son muy apagados. No hace más que llover gris, y yo gris ya tengo.
Y entonces conoces a alguien que en su paleta tiene todos los colores, todas las mezclas, y todos los tamaños de pinceles. 'Es justo lo que estoy buscando', piensas.  'Ahora voy a poder hacer mezclas yo también'. Pero igual que vienen, se van, y toca buscar al siguiente pincel antes de que se le seque la pintura y tu cuadro quede insalvable.
Yo necesito, en ese momento de mi vida, una persona que además de ser pincel, además de ser rojo terciopelo, sea clinex y borre todos los manchones negros que crean una estampa pobre. Yo necesito un paraguas de colores para sacarlo en días grises y proteger mi obra. Yo necesito encontrar la fórmula del color de la felicidad, y que nunca se seque o se agriete.
Porque lo que sí sé es que cuando acumulas mucho negro en tu cuadro, sufres el peligro de que ningún color sobresalga encima de él, que ninguna persona se atreva a pincelar encima. Y tengas que echar blanco, encima de los recuerdos, para empezar de nuevo. El blanco para retomarlo desde el principio. Pero esta vez, con cuidado para no emborronarlo todo sin remedio.

"¿Sabes? Me he fijado en que tienes un poquito de rojo en el corazón, ¿te importa si te lo estrujo con cuidado? Prometo colorearlo de nuevo después."

domingo, 18 de enero de 2015

Tú también bailas.

Te pusiste delante del objetivo y apreté el botón del click, pero el único click que escuché sonó dentro, y no de la cámara. La foto salió negra, solo con un punto de luz a la altura de la boca, curvada en sonrisa. La comisura de tus labios se veía roja, roja carmín, y yo no llevaba pintalabios. Entendí por qué no podía verte. Ni tú me verías nunca.
No dejo de buscarte en el objetivo de mi cámara, pero ya me canso de buscar. Y nunca enfoco, y nunca te veo. Nunca, nunca, nunca...

En la pista suena mi canción, y entre tanta gente, bailo. Y me siento muy, muy bien. No veo más allá de dos palmos, no veo quién tengo delante, no veo nada. Todo sigue negro. Escucho gritar, y escucho roces a centímetros. Todo está bien. Escucho la música fluir, sin hacerme daño. No puedo evitar moverme, sin saber como hacerlo. No puedo evitar fijarme en que tú también lo haces, en mi más corta distancia. No puedo no verte, sabiendo que tú sí me ves. Un paso atrás, por dos tuyos hacia delante. Tú bailas, yo bailo; todo está bien.
Acabas en mi oído, pidiéndome otro baile. Ahora suena tu canción, y te ríes. Me acerco como Ícaro al Sol, sin alas. Sigo sin verte la cara, todo sigue oscuro. El último baile, pienso.
Y en un segundo te veo. Sé quien eres. Te he visto antes. Cierro los ojos y bailo, con las caderas ocupadas. Con las manos ocupadas. Menos mal, tú no llevas carmín, y hoy sí me los he pintado.

lunes, 12 de enero de 2015

Sobre catarros que congelan...

Con un catarro enorme del que no puedo salir. El amor a veces también es eso, a lo grande. Que dura tanto como tú quieras ponerle, que depende de factores externos, que necesita de tus clinex y tus tilas, de tus manos y tus días.
A veces también el corazón coge frío y bombea sangre de forma desigual. Forma trombos pequeñitos, supura. Necesita una mantita. Y yo también. No se a qué coño esperas para traerla, de verdad. Un frío que ni en el Polo, un frío que no han registrado en la tele, un frío que me está partiendo. A la mierda las segundas oportunidades, tú solo ven, y haz que volvamos al verano. Vivir en tu "verano moral", en tu calor corporal.
Tú, tan de camiseta en Diciembre y yo tan de sudadera en Abril. Que cuando llueve me escondo y tú corres. Que cuando nieva me cubro hasta las cejas y tú me tiras bolas. La última me ha congelado un pulmón, y desde entonces ya no respiro igual. Lo hago a plazos, incluso pago.
Se me acaban los clinex incluso cuando no estoy acatarrada, se me acaban las excusas, los por qué. Se me acaba la paciencia. Tú te acabaste antes que yo y me dejaste pudrirme en un invierno eterno, te llevaste mis mantas, arrasaste con todo. Fuiste ese huracán, que ya no tenía nombre de mujer, que provocó más mutilados que muertos. Quizá deberían llevar tu nombre todos los desastres. Los naturales también.
El mío lleva hasta el apellido y cuando preguntan, sé que no te conozco. Sin hacerlo me has dejado una huella que ha fosilizado y dime tú cómo la borro. Dime como hago para querer borrarla.
No te creas, estoy aprendiendo a usar la goma, y los restos que quedan, los recuerdos que me quedan, se van perdiendo y ya duelen menos. Uno de menos, tres de más. Una por ti y otra por ti.
No te olvides de brindar por mí.
Salud.

viernes, 9 de enero de 2015

Perdona, ¿tiene papel?

Los hay que vuelven al lugar del crimen, pero con otros testigos. ¿De ella también piensas deshacerte cuando el tiroteo acabe?
Solo el asesino vuelve...
Supuran las heridas de la bala que entró, salió y te persiguió. A ti solo te rozó, por eso vuelves, para acabar lo que empezaste. Solo un cabo suelto en tu lista interminable. Puse toda mi tinta en la pluma que solo sabía escribir 7 letras seguidas, las tuyas, y que ahora solo hace borrones y manchones. Ella también supura.
Encontraste la manera de escribir para siempre en mi lista, rellenar todas las páginas; pero te pusiste a arrancar hojas como un loco gritando que no me querías. Que era precipitado. Llorabas mientras lo hacías. Guardaste tu pluma, que explotó, en el bolsillo izquierdo, pegado el corazón; y desde entonces tú también lo tienes manchado.
Ningún tipp-ex, por obseso que te vuelvas en buscar, puede borrarte mi huella. Ningún polvo puede borrar un te quiero. Lo siento, yo no voy a salir de aquí solo para que acabes lo que un día sí tuviste huevos para empezar.
Espero el momento adecuado para apuntar, dispararte. Borrarte de una vez y pedirle papel y boli a alguien otra vez.
No te va a dar tiempo a matarle, lo siento.
Otro lo siento, pero que te den por culo. Nunca vas a encontrarme.

"Perdone, ¿tiene papel?
Fíjese, se me acaba de perder el último bolígrafo que tenía. Una pena.
Ese del bolsillo de la camisa me vale, sí.
¿Un café? Por supuesto."

jueves, 8 de enero de 2015

Tintas invisibles.

Una hoja en blanco. Otro corazón en blanco. Otra mente en blanco. Y otro, y otro más.
Desde que te llevaste la tinta invisible, nadie atina a grabarme sus iniciales en el corazón. Nadie quiere cosérmelas. Nadie quiere pintarlo de rojo y darle un poco de vida.
Nadie quiere sacarlo a bailar, hacerlo bombear. Nadie quiere escribir algo bonito que lo haga acelerarse, nervioso. Nadie quiere decir "nunca nadie" y cantar conmigo.
En contra de los absolutos, de los siempres y los nuncas que nunca, vaya, se cumplen; voy a añadir el nadie.
Creo firmemente que Nadie se ha equivocado de parada, que no ha cogido mi tren. Avísame en cual te bajas, y súbete al mío, que va haciendo escala en estaciones desiertas buscando el rastro de tu tinta invisible.
A veces los bolis tampoco me escriben, a veces se me olvida escribir, y solo recuerdo en bucle las letras de tu nombre. A veces, pero sólo a veces, me gusta rodearlas con tinta roja, de esa que falta en mi corazón marchito, y colorearlas con granate. Pero nunca encuentro tinta de ese color. Solo dejaste el negro... Y ahora todo, pintado tan oscuro, empieza a perder sentido. Necesito tu paleta de colores y tus juegos de niño para mancharme con acuarelas.
Mánchame un poco el corazón, pero esta vez sí que no juegues. Ya no lo tengo a todo riesgo.
Necesito que pintes mis días de colores y me saques de este gris tan tan tan negro.

miércoles, 7 de enero de 2015

Estoy aquí.

No sé lo que cuentan sobre hospitales, los físicos, esta vez. Yo no tengo mucho que contar, gracias a Dios. No sé si el ambiente es el que se figuran una vez allí, que todo huele a látex sin usar, a gasas recién abiertas y a analgésicos. No huele a miedo, ni a temor.
No sé donde encontrarte ni aún con instrucciones. Vengo con el corazón en la boca, y la gotita en la frente. Sé que estás bien, que me estás esperando. Ya estoy aquí, tranquila.
Ascensor 5 directo a tus manos.
Tampoco te dicen que preguntar en un hospital es preguntar con dudas en la boca, y tensión en la garganta, con los ojos intranquilos esperando a que algo pase. Pero lo único que pasa es que te contestan con toda la humanidad posible y con gestos incomprensibles. Aguanta un poco, ya estoy llegando, me digo.
Sexta planta.
Cinco pasillos laberínticos más, estamos en la puerta de tu habitación. Blanca impoluta. Me arreglo el pelo sabiendo que aunque entrara nada más levantarme, me dirías lo guapa que estoy. El manillar cede a mi presión y solo veo una cama, y una señora que no eres tú, ni de lejos. Y un hombre que no conozco ni lleva bata blanca.
Taquicardias incompresibles. "Aún no ha subido". Esperas horribles, matando minutos que no me dejan verte.
Dos toques en la puerta, y un enfermero que entra. "Me duele", dices. Tu manta hasta arriba, un hola que no me sale. Un beso eterno. Un olor que no es el tuyo. Tú hueles a casa, y ahora a hospital. Labios muy cortados -que enseguida te hidrato, con el corazón muy encogido- y un atisbo de sonrisa a bromas forzadas. No sacas las manos y apenas abres los ojos. Da igual, sé que sí me ves.
Muecas de dolor que me duelen a mí, y a él. Quiero coger tu mano, pero me conformo con tu brazo. No dices nada, yo tampoco. Te miro. Tu corazón me mira. Se me atraganta un "qué valiente" pero el orgullo lo saben hasta los vecinos.
Estoy aquí, tranquila.

Todos de blanco. Muy, muy armónico, y desconcertante. Cruzo caras de cansancio, miradas que expresan lo que el dolor no puede llevarse.
Creo que los hospitales también huelen a esperanza desde que les haces una visita.
Si la vida me lleva por aquí, voy a cogerle la mano a cada paciente como a ti hoy; aunque nadie tiene una sonrisa tan bonita como la tuya.

Sobre tijeras que no cortan tus hilos de titanio...

Un cuchillo que pende, en el vacío del universo absoluto, de un hilo fino.
La confianza es darle las tijeras a alguien, sabiendo, creyendo, que no se atrevería a cortar tal hilo. Los hay que hacen de su hilo una cadena de acero, de titanio, para que ni se oxide, ni se rompa.  Lo que no saben es que la soledad se alimenta de los cuerpos sin almas, y la confianza es el fundamento de esta.
Cuando la persona equivocada tiene tus tijeras, asegúrate de encontrar pronto un hospital, para no cargarte la puñalada a la espalda, al igual que tantos problemas que arrastras. Asegúrate de que ese hospital, y puestos a delirar, esa persona, tenga el kid de tratamientos de urgencia para curar corazones desangrados, pinchados. Ojo, no están rotos porque un corazón roto es un drama. ¿Quién dijo drama?
Asegúrate de ser un buen paciente y no una buena víctima. Son, somos, inaguantables. Quizá te toque un médico con manos prodigiosas y pueda coser tales embestidas. Ups, se me ha caído el cuchillo en la herida, repites sin parar.
Quizá no sepa bien a quién darle mis tijeras, pero sé elegir bien mis hospitales.

”Camarero, otro vaso más. Llénelo hasta arriba, el último no me llenó el corazón. Aquí estoy, echándole un pulso a mi hígado por ver quién llega antes al hospital.
Vaya, que despiste, se me escapa un hilo del costado, ¿no tendrá usted tijeras?"

lunes, 5 de enero de 2015

Sin cortarme.

No te cortes con las esquinas de mi corazón, que últimamente tiene más repliegues de los necesarios.
No te cortes con las palabras que se me quedan en la garganta, porque su doble filo es como un cuchillo que no ves venir. Pero yo te estoy avisando.
Si ves que he colgado el cartel de "hoy estoy imposible" no te cortes con el filo de la puerta que te cierro en las narices. No pongas los dedos para intentar cerrarla, porque incluso he tapiado la cerradura y he quitado todos los manillares. Me encierro para no cortarme, sin querer, queriendo, con el último roce que hicieron tus labios al esbozar esa sonrisa de otoño, joder, cuando estamos en invierno. 
No ves que yo te abrazaría en Sevilla en agosto y que nos haríamos uno en Madrid en Noviembre. No lo ves, porque aún estás buscando las cuchillas para cortarme, o cortarte tú sin mí.
Deja de meter mano en mi caja torácica, porque mis costillas empiezan a acostumbrarse a tus dedos, y no ven cuanto se desangra mi pobre corazón.
Vete, pero trae hilo y aguja y atrévete a coser el boquete que me has o me he dejado. Trata de no cortarme.

Perdona por no perdonarte.

Perdona por estar hasta las narices.
Perdona que no te perdone.
Perdona por ese último no.
Perdona por no aguantar tu fantafabulosa vida feliz y tener que tragarme esto. Esto que me come por dentro todo lo bueno.
Sinceramente, merezco algo mejor que culparme a mí por no tenerte a ti. Realmente no lo intenté y realmente no soy yo la víctima, porque no sobreviví.
En este caos tan absurdo e innecesario a veces me pregunto como sería olvidarlo todo por un rato y cambiar de vida completamente. Obvio, me refiero a una de parecidas características. No me gustaría vivir en la India, por ejemplo. Pero sí, absoluta y completamente sí, me gustaría vivir por un día la vida de una persona, aparentemente cercana, que yo conociera. De verdad que sí.
Me pregunto como sería, al menos por un día, conocerme. Pienso que yo soy mi media naranja y que el motivo de esta sensación de soledad y de búsqueda de algo parecido a un amor correspondido entre otra persona de distinto sexo, es que aún no me he descubierto completamente. Siendo como somos seres en potencia, yo aún no he visto mi potencial por completo.
Porque si de verdad lo viera... podríais iros a tomar por culo un rato eternamente largo.
A veces esta apatía a la sociedad es la falta de autoestima para creer en mí misma, entendiendo a veces por siempre.
El amor, propiamente dicho y del que todo el mundo habla, solo existe cuando de verdad creemos que esa otra persona puede ayudarnos a buscar la paz interior que tanto anhelamos. Para decir, oye, yo también me siento bien y está siendo genial.
Para no tener que fingir que me apetece vivir tu vida, tu cuento de hadas por un día. Porque realmente sentir eso duele como que te rompan el corazón. Es una impotencia que duele. Y ojalá no quisiera vivir tu vida de mierda por un rato, pero sí quiero. Solo quiero concienciarme de que no te necesito y de que no habría funcionado, porque sinceramente, valgo más la pena de lo que la vales tú.
Quizá mañana piense que tú sí vales la pena, pero estos segundos de paz que me estoy concediendo para pensar que soy jodidamente genial no me los puede quitar nadie. Si me conocieras... Si quieras arresgiarte... no te encontrarías un precipicio tan grande como tus abismos, te lo aseguro. Pero me estás, o me estoy, intentando convencer de que buscarme sola es lo mejor que me puede pasar nunca.
Este viaje solo tiene un asiento, y no voy a dejarte conducir. O al menos no hoy, ya sabes, siempre puedo hacer alguna parada inocente en el camino. Siempre que no me desvíe del objetivo. Encontrarme para dejar de buscarte.

Y sí, perdona por no perdonarte.

domingo, 4 de enero de 2015

Abismos insalvables.

Querer asomarme a tu abismo.
Pero nunca dijiste que fuera un agujero negro que pudiera absorberme. Entonces me caí. No sé a qué altura estaba, pero tuve miedo. Yo siempre estaba a tu altura, pese a que tú fueras medio metro más alto, pero desde tan alto tuve miedo. Quizá el impacto me causara más impresión que la distancia. Quizá fuera el temor y la seguridad de no encontrarte allí abajo. O quizá fuera que entre tanta oscuridad no encontraba un resquicio de luz. Antes siempre era tu mirada quien me salvaba.

Sigo escuchando tu mirada cuando entro a la misma habitación que tú y en vez de verte, escucho. Todo es ruido a mi alrededor excepto el latir intermitente de mi corazón, loco; y el roce de tus pies con el suelo, que levitan. No sé, sigue gustándome mirarte aún sabiendo que tu mirada es paralela a encontrarse con la mía. Me valdría una fracción de segundo para hacerte sentir en tu corazón, sano de roble, el calor que siente el mío, incluso en invierno. Pero tú, antes de apartar la mirada, preocupado por lo que pudieras sentir de más, alarmado por su gravedad, me habrías susurrado a gritos que tú ya eras una estufa. Que a ti el frío no te afecta. Y yo habría entendido entonces por qué la abrazas. No la quieres, solo lo haces para que no muera de frío.
Y sé que sabes que yo no lo haré porque tú también sientes la calidez de mi corazón, y bien sabes que nunca se congelará, por eso esperas a que sea verano y así sí que tengas una oportunidad.
Yo te la daría encantada. Ya sabes donde encontrarme.
Sigo sin quererte.

viernes, 2 de enero de 2015

Delirando.

He querido irme todas las noches en las que no estabas... No sé qué me habrá podido parar los pies, porque subida en la cornisa, el mundo se veía súper grande y yo seguía siendo pequeñita.
El vértigo es relativo, sobre todo en el estómago más que en el corazón. Nunca vértigo a quererte porque nunca te quise lo suficiente como para tener miedo, siempre me quise a mí un poco más, sabiendo que tú te irías. Me dejarías sola con toda la mierda al cuello. Con la soga colgado, y tú serías la patada a la silla.
Y por eso ahora, que ya no me quiero como antes, que tú no quieres pararme los pies cuando me subo a la ventana, que ya no te pones debajo para amortiguar el golpe... Ya no sé si quiero tirarme. Quizá lo haga a mis precipicios internos. Esos que yo me he dejado por tu culpa.
Sobre victimismos injustificados... Me has calado hondo. Son las 2:28 y sigues sin estar. La barandilla del balcón no es lo suficientemente alta. Ni siquiera oirías el  golpe desde su cama.
Pero hoy me quiero como nunca y te odio como nunca. Y tendría que ser como siempre. Las dos como siempre.
Ya no lo sé, solo otro vaso lleno de delirios a media-entera-noche.
No te quiero.

jueves, 1 de enero de 2015

Sobre corazones mojados de palabras absurdas...

Palabras absurdas en corazones muy, muy rotos. Palabras que se quedan en las esquinas los jueves por las noches pasando frío, con la única esperanza de verte salir, o entrar, con las manos ocupadas. Palabras atragantadas en gargantas microscópicas que fingen ser toses en un catarro eterno del corazón. Él se obstruye y tú toses. Toses todas esas palabras que se te escaparon ayer. Todas esas que yo estaba esperando oír. Pero solo son toses, solo soy yo pasando frío y solo eres tú entrando en el portal como si nada.

Corriendo por las calles con el sudor en la frente, en la coronilla y en el cuello. ¿Corriendo por qué?, me pregunto yo. Tú huyes de ti mismo y de por fin conocerte; y yo de encontrarte a ti cuando no te busque. Chocamos en otra dimensión, en la que yo también huyo, de ti. Los dos de ti.
Sin aliento bajo el portal de tu casa, esperando a que tú te encuentres. Significaría verte salir y verme. Verte y verme y solo una letra de distancia. Tan cerca pero tan lejos...

Sobre verte suspirar en días lluviosos en los que la lluvia rebota contra tu piel y sale disparada en todas direcciones... Sobre enjugarme la última lágrima con el dedo índice, que solo sabe señalar en tu dirección... Sobre verte sonreír y sobre ver como huyes cada noche.
Sobre valientes y cobardes...