Y verte en calzoncillos ahí delante, bailando mal pero bailando bien, la música tan alta que no me escuchas reír. El cristal del baño empañado por el vaho, pero a ti te da igual, sigues cantando. Y me tiras del brazo y me das una vuelta, muy torpe, en la que me hago un lío con los pies y tropiezo sobre ti. Pero tú vuelves a incorporarme y cambias de canción.
Me miras un instante, un instante eterno y pones mi canción. No nuestra, mía. Y me miras. Y sonríes pícaro ante mi cara de sorpresa. Sé que odias su voz pero la imitas genial. Haces el tonto y juro no conocer un instante de felicidad mayor. Tú en calzoncillos y yo en bragas, una de tus camisetas y tus calcetines blancos, nos lo estamos pasando genial.
Yo canto en un inglés inventado y tú me miras y dices que eso no existe, pero me dejas abrazarte mientras te lavas los dientes. Te secas el pelo y te alisas la barba, y te echas desodorante; joder, qué bien hueles. Me dejas mirarte mientras haces todo eso, y cuando ves que llevo mucho tiempo sin cantar me haces cosquillas hasta que grito exhausta. La canción se acaba y ahora yo pongo la música. Sé que te gusta. Nos gusta. Me gustas. Me gustas tanto con tu albornoz del Madrid... Tus zapatillas de andar por casa con el escudo, de la talla 45 y tus camisetas enanas... Me gustas tanto...
domingo, 22 de marzo de 2015
Un domingo cualquiera.
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