viernes, 28 de diciembre de 2018

Hoy voy a escribir sobre ti

Hoy quiero escribir de ti y siento que no me sale. La inspiración es dolorosa, entra, mata y se va. Contigo es distinto.
No te has colado igual, no en ese punto con moratón dónde ya hubo alguien que pisó sin mirar, te has colado en un sitio nuevo, sin descubrir. Te has colado por la puerta principal, has avisado que entrabas, no me has robado como hicieron antes.
Has tocado el timbre y he estado apunto de darte llaves. Para que entres sin llamar.
El único motivo por el que no lo he hecho es porque solo tengo un juego, y al dártelo me quedaba sin él. Yo.
Porque esto siempre ha ido de mí. Te puedo contar las innumerables veces que he sentido el veneno correr por mis venas y volver a mi corazón para salir desde mis manos y escribir.
Contigo es un líquido distinto.
Un día te quiero a morir, el otro a matar. Sé que no está bien, que tú me quieres todos los días, que no te mereces mis miedos, mis dudas, mis excusas.
Siento ahogarme en un vaso de agua en vez de remar en la corriente contigo, conmigo.
Siento que inexorablemente voy a acabar sola, no solo sin ti, en algún momento del camino me dejaré yo también.
Siento no poder proyectar mis ganas en las tuyas, ni poder dar cabida o rienda suelta al fuego que intentas encender.
Siento marearte y dejarte a la deriva para luego acercarme demasiado y verte arder. Arder contigo. Quemarnos en el infierno que he montado.
Siento que no veas todo esto y que sea yo la que te diga que tienes que graduarte el corazón para que te des cuenta del daño en potencia que te voy a hacer. Sin querer.
Siento temblar en tus venidas, respirar despacio para compensar las taquicardias, darte una oportunidad para acercarte pero la llave equivocada para abrirme.
Te mereces más que mis dudas, más que este tropel sin sentido de sentimientos rápidos y volátiles, que se esfumarán antes de que termine de escribirlo y que volverán al momento a bombardearme sobre ti.
Siento la inestabilidad contagiosa de ser tu desierto árido de arenas movedizas del que intentas escapar, sin saberlo aún.
Voy a tratar de solucionar todo este sinsentido y a coserme con hilo rojo un punto desde la lengua al corazón, para que así comprendas, amor, que esta conexión bordada no necesita otra puntalada más.

domingo, 23 de diciembre de 2018

No me mires así, dices

Te lo juro que lo he intentado. He reprimido 500 veces el impulso de escribirte, otra vez.

Te lo juro que lo he intentado. He hecho todo lo posible para no acercarme a ti.

Te lo juro que lo he intentado. Me he dado la vuelta en una dirección en la que no estabas tú, por primera vez, con un adiós fugaz en los labios y con tu cara de sorpresa en la sien grabada.

Te lo juro, te lo prometo que lo he intentado. Más veces de las que he creído poder. Y no han sido suficientes.
Otra noche en la que estoy estrujandote entre mis sesos después de que te acerques sin querer, de repente.
Vuelves a irrumpir en mi vida sin querer, sin quererme. Y aunque yo lo sé, la mecha se prende y la mascletá me revienta la cabeza.
Una vez, y otra más, y otra bomba en forma de mensaje más.

Y después Andrés canta "tengo el corazón tan leal a ti, que duele".

Y hoy sé que duele porque es la primera vez que sintiéndome feliz con otra persona me ha venido un pensamiento fugaz de lo extasiante que sería si esa persona fueras tú.
Y entonces me he ido, porque no acepto una felicidad que venga del engaño de pensarte cuando estoy con otras personas.
No conozco esa realidad y no quiero conocerla.
Ahora me dueles.

Tengo que dejarte salir, dejarte salir para dejarme la posibilidad de conocer la felicidad en otros nombres, en otras sonrisas y, puestos a pedir, también en otros labios.

Después de aprender a quererte sé que no debo olvidarme que te tengo que olvidar.

viernes, 26 de octubre de 2018

180 grados en tu dirección

He perdido la cuenta de las veces que me he prometido a mí -y no sólo- que iba a ignorarte tan fuerte como me fuera posible. Y todas las fuerzas centrípetas me han vuelto a ganar.
Mi voluntad -que no yo- ha roto el pensamiento continuo de contención cuando estás cerca y me he vuelto a sentir ridícula aludiéndote en todas mis conversaciones, como si sólo tuviera que imaginarte en mis planes para que se hicieran realidad.
He sucumbido terriblemente rápido a tus llamadas con una desesperación que tuvo que haber encendido tus alarmas. Mi nivel de interpretación ya no puede vencer tu ingenuidad, y siento que en cualquier momento mis ganas van a estallarte cerca y vas a verlo de verdad.
Porque si tú supieras... pero no lo sabes.
He aprendido a hacer equilibrios sobre una cuerda cada vez que esquivo una de tus intencionadas llamadas, y ya no puedo mantenerme en la cuerda ni ser la funambulista que tú esperas que sea.
Ya no puedo parar de pensar en los resquicios que dejaron nuestras  conversaciones a la mitad, ni los posibles finales que saldrían si juntara en un momento mis ganas acumuladas y te plantara un beso largo.
Es que no puedo. Y nunca he dejado de querer hacerlo más de un par de horas de autoconvencimiento.
Porque yo sé que está mal, mal que te deje un sitio en todos mis planes y que nunca vengas, mal que te quiera tan fuerte siendo yo tan pequeña, y mal que no logre entender que tú no me vas a querer así de vuelta.
Pero es que no sé cómo hacer para olvidarme de que si me giro sólo 180 grados en tu dirección me encuentro de sopetón una sonrisa que me derrumba de golpe. Y que se me olvida todo lo que no iba a decirte, y la cago.
Pero es que tú siempre sonríes cómplice.

Tengo esa necesidad de llorarte y echarte así fuera de mí, fuera para que -aunque tú no te des cuenta- no puedas causar tan fácilmente ese efecto en mi cabeza.
Ya me he vuelto loca.
Ya lo sé.

Ojalá jugarme una carta y que saliera un as. Ojalá lo entendieras.

jueves, 2 de agosto de 2018

Aprender a quererte

La despedida comienza mucho antes de los dos besos; dos que deberían ser uno.
Empieza cuando sabes que te vas pero no cuándo volveréis a veros.
Continúa con dejarlo todo a medias: las sonrisas, las conversaciones, los planes.
Acaba cuando te decides entre los besos o el abrazo que aprieta fuerte.

Es tu coche, me llevas. Tu música lo llena todo. Me sonríes en silencio y preguntas, inocente. Agradezco que no sepas qué pasa por mi mente y te conformes con mi sonrisa a medias, porque yo me conformo con la tuya. Elijo una de tus canciones, una en la que quiero que te fijes, y te digo que me hace cosquillitas en el estómago, pero no consigo decirte por qué. (Por ti.) Te lo digo porque sé que te gusta y porque guardo la mínima esperanza de que ya no puedas escucharla otra vez sin acordarte de mis mariposas.
Conduces feliz, y yo sigo dejando todo a medias: las miradas, las palabras, las canciones... pero no mis ganas. Todo lo que se divide a la mitad se multiplica después en mis ganas, y entonces vuelve al equilibrio. Tu equilibrio.
Paras el coche de pronto y sé que tengo que bajarme porque hemos llegado. A mí siempre se me hace corto verte conducir...
Aún no he decidido lo de los besos o el abrazo, pero pruebo un beso de mejilla, inocente. Y ya no busco el otro, por si acaso, porque también quiero ese abrazo. Pero tú te revuelves y en una décima de segundo nos envolvemos. En menos de un segundo te has acercado tanto que me has inmovilizado de camino al abrazo. Así, en el minúsculo espacio entre el piloto y copiloto me has hecho un nudo y rápidamente lo has deshecho. Las mejillas se han separado de repente y han dado ligero paso a unos labios que no se han juntado. Unos, los míos, que querían.

Esta despedida queda en bromas y en un segundo beso de mejilla, ahora con prisas por salir de esa situación. Tardo todos los segundos del mundo en darme cuenta de que, por una vez, has estado igual de cerca física que emocionalmente.
Hoy te había dicho 'mi corazón es mío y está entero', y tú, a medias me has contestado, 'el mío se ha quedado frío, si es que tengo'. Y sé que te ha dado pena decirlo y verte así, y también sé que el mío ha dado un vuelco para intentar meterse en tu pecho y latir por ti también.

Ojalá no hiciera falta decirte todo lo que tengo que decirte, ojalá te volvieras a equivocar de mejilla en tu coche y esta vez me quitaras el nudo de la garganta sin dejarme atrapada. Porque en el fondo sí quiero que me atrapes de la misma manera que quiero atraparte yo, así, libres, sin tener que sentirnos a medias cada vez que nos miramos para decirnos todo lo que callamos.

lunes, 4 de junio de 2018

AVE

Mis sentimientos viajan en un tren de alta velocidad que no hace escalas ni paradas y que va directo a ti. Aún queda algún kilómetro para llegar, siento el viento en la cara y en el pelo y la falsa seguridad de que sabré cómo parar cuando llegue; de que no me estrellaré contra todo lo que lleve tu nombre.  Sé que lo haré, porque es la única esperanza para seguir sin saltar con el tren en marcha.
Al fin y al cabo, los sentimientos no se pueden frenar. Cuando empiezas ya no puedes parar, sobre todo cuando no hay desvíos, pueblos o límites de velocidad en el camino.
Lo único que puedes hacer es descarriar, echar el freno de mano de golpe con la posibilidad de volcar. Y nadie quiere eso, es más fácil pensar que hay alguna posibilidad de saber frenar sin matarte, o de que al hacerlo haya alguien que te espere en la estación.
Es más fácil cuando vas a medio gas, te funciona la radio y el aire acondicionado, vas con copiloto y no llueve.
Pero mi trayecto dista mucho de parecérsele. Voy sola y trato de no pensar en los únicos consejos que me han dado para que me aleje y no trate de llegar. Tampoco hay luz en el camino, ni sitios donde parar.
Sé que antes o después me voy a salir del camino porque tengo miedo al golpe que indudablemente me vas a dar. Y aún así hago todo el trayecto para pararme a pocos metros. Prefiero verlo, verte desde la distancia, ver tu rechazo, tus sonrisas a medias. Tus "quédate si quieres", "estás invitada" o "cuando quieras".
Ni siquiera sé conducir, ni llevar todo esta carga del tren en el que pone 'sentimientos, frágil'. Este tranvía va con las luces apagadas y las pastillas de freno gastadas, el depósito a la mitad y las ruedas a punto de pinchar. Me estoy encontrando todos los baches y siempre veo la sirena de la Policía pasar por mi lado. Pero no pestañeo. No paro. Sigo. No sé por qué sigo, ni realmente hasta cuando. No sé por qué siempre cojo el camino de tierra en peor estado.

Sólo quiero olvidarme de ti, de tus carreteras insalvables. Sólo espero no perderme en la curva y no ser tu siguiente punto negro. De verdad que no.

lunes, 7 de mayo de 2018

Me miras.

Llego al andén. Misma hora, todos los días, en el mismo sitio. Siempre la misma columna. A veces vas con gente. Subes, me subo por la misma puerta. Leo, me miras. Te miro de reojo. Te sientas enfrente. Me pongo nerviosa, aprieto la pierna debajo del pantalón hasta ponerla rígida. Noto el fuego, la llamarada de tu mirada. Te miro mientras me miras. Pasa una estación. Me concentro en seguir leyendo, sale y entra gente. Te mueves en el asiento. Yo no miro pero te noto. Paso de página, centrada ya, y me río por el gesto. Me gusta lo que estoy leyendo y me cuesta tener que fingir que ignoro sigues en frente. Llevas los auriculares puestos pero no te concentras. Sigo en tensión por la intimidante cercanía que nos separa. Me muerdo el labio sin poder evitar controlar los nervios. No estás haciendo nada fuera de lo normal, y yo siento que no voy a poder más si aguanto otra parada sin decirte nada. Príncipe Pío.  Ahora sí te miro, y tú me miras. Me acerco a la puerta, yo me bajo y tú te quedas. No sonríes mientras me miras, aunque parezca de reojo. Es una especie de susto en los ojos que te permite sostenerme la mirada más tiempo del que yo puedo hacerlo, mientras pienso en las quince maneras diferentes de decirte que me gusta cuando me miras, y que me gusta pillarte mirando.
En clase un sinfín de gente alrededor hasta la última hora en la que se van, te quedas. Me quedo. Te giras de vez en cuando y me miras. Tiemblan mis piernas otra vez. Hablas con tu compañero, que a menudo mira cuando tú. Os miro con la necesidad de que os acerqueis y hablemos.
Se suceden los días y también mis ganas de decirte algo que te impresione lo suficiente para que, de ahora en adelante, ya no sólo me mires.

miércoles, 2 de mayo de 2018

No lo puedo evitar

No puedo evitar dejar un rastro de agua cuando salgo de la ducha y me cepillo el pelo, ni evitar quedarme quince minutos sentada antes y después de entrar en el plato. No sé estar más de cinco minutos seguidos sin poner música, y no puedo evitar dejar una mata de pelo en el lavabo cuando me peino. No sé lavarme los dientes sin mancharme, ni hacerlo sin mojar el cepillo antes y después de echar la pasta. No puedo irme a dormir sin ponerme vaselina en los labios ni sin meterme la camiseta por dentro del pantalón. No sé ponerme un pijama porque siempre utilizo un chándal, ni sé hacerme un moño cuando voy a la playa.
Sé que el sol me va a dejar la marca del tirante y aún así me lo dejo, y no soporto el roce de mi pelo después de salir del mar.
Cortar el pan sobre el mantel y dejar que caigan las miguitas me produce ansiedad, la tele demasiado alta cuando suena un anuncio también, y casi más cuando no escucho los diálogos en una peli porque hay gente comentándola.
No soporto que se caigan las cosas y hagan ruido, que me hablen de continuo nada más levantarme o que no haya café cuando madrugo.
No me fío de la gente que se da una ducha fría en verano, ni de los que toman colacao, y desde luego tampoco de los que entran en bucle y hablan monotemáticamente.
Me gusta trasnochar aunque sepa que voy a descansar poco y no sé estudiar por la mañana temprano.
La servilleta y los cubiertos siempre a la derecha y las bebidas no muy calientes aunque sea diciembre.
Y podría seguir enumerando las manías que le han entrado a mi alma de ochenta años encerrada en un cuerpo de veinteañera. Podría, porque la peor de todas que aún no te he dicho es que soy incapaz de aceptar que me quieran tan fuerte y tan intenso como yo quiero. Y por eso te preparo y te cuento estas cosas para que sepas donde te metes y no te asustes una vez dentro. Te las podría enlazar y hacer una canción, pero entonces la melodía se acabaría, o yo no sabría entonarla.
Te las cuento porque se que te vas a lanzar y quiero que lo hagas con esto en mente.

Y lo hago porque mi manía capital pretende crear nuevas manías contigo.

lunes, 23 de abril de 2018

El primer vals

¿Sabes eso de que a veces te cruzas con la persona adecuada en el momento oportuno?
Lo sabes porque lo sientes en ese mismo momento. Lo sabes porque para que llegue la persona correcta, se han equivocado muchas antes. Lo sabes porque te abraza sin escudos y sin utilizar los brazos, te mira viéndote como si siempre fuera la primera vez y te habla como si el mundo alrededor sólo bailara al compás de sus palabras.
Y entonces tú encuentras el ritmo y aprendes a bailar, con esa necesidad forzada del que no se quiere tropezar. La música suena cada vez más alto y tú bailas cada vez más rápido, más fuerte, más, más, mucho más. Bailas hasta que sientes temblar las rodillas y te escuchas el primer jadeo.
Y en esa primera vez que te roba hasta la respiración, en esos segundos tan vitales, lo ves por fin.
Ves con sus ojos y te miras por dentro. Te ves bailando hasta la extenuación una música que sólo suena en tu cabeza. Te ves casi borrosa, a una velocidad al límite de la caída.
Pensando que no bailabas sola has gastado todas tus fuerzas por girar en la órbita de otro planeta, uno con una acústica diferente y con otros bailarines. Uno al que le gusta viajar y mirar, pero que nunca toca otra canción.
Sientes la debilidad en cada poro, y sientes desfallecer si decides parar. Porque parar significa dejar de escuchar la música, su música. 
Y aunque no suene la misma dentro de ti que de la otra persona, tú no quieres parar. Piensas que sintonizará en alguno de tus movimientos y que aprenderá a bailar contigo. Piensas que algún día no te verá deslizarte alrededor, sin hacer ruido por temor a perder el compás.
El metrónomo no te da ni un segundo de pausa, y, si te paras, perderás la música para siempre.
Lo que tú no sabes, y nunca sabrás, es que cuando pares, te verá sin marearse por ir a otra velocidad. Te verá como tú mirabas, te verá y no hará falta música de fondo está vez. Te verá y ya nunca te cansarás del movimiento.
Tu pareja de baile hará entonces el primer movimiento, y sólo espero que no le pises al girar.

jueves, 5 de abril de 2018

Hasta aquí.

Y hasta aquí. Porque podría haber sido otra persona, en otro lugar y en otro momento. Podría haber ocurrido perfectamente así dentro de cinco meses y en otra ciudad. Pero yo habría hecho lo mismo.
Porque no eres tú, soy yo. Siempre he sido yo.
Lo que pasa es que ahora te has cruzado tú y me has mirado de verdad. Como si cada vez que lo hicieras me vieras por primera vez. Con las ganas de la primera vez. Me has mirado con los nervios de no querer que me vaya. Hablabas a trompicones y de absurdeces, y yo me he quedado quieta, sin saber cómo devolverte la mirada, ni qué decir. Porque en realidad sí quería. Y le he puesto todas las ganas que los nervios no se han llevado. Torpe, muy torpemente.
Y por un instante has visto cómo te miraba y te has acercado. Aún más. Y ya no he podido contenerlo dentro. La cerilla ha encontrado la chispa por fin y además de luz ha traído fuego. Un fuego que no se apaga y que a ti no te quema.
Pero recuerda que no eres tú, soy yo. Es mi fuego. Mi cajita de cerillas.

No sé cuánto me equivoco al dejarte entrar. No sé de verdad dónde te estás metiendo. Igual te gusta un poquito más y me enseñas a encender las luces de una vez y me quitas las telarañas, los miedos y los enredos.

Porque aunque no eres tú, yo estoy encontradome cuando estoy contigo.

lunes, 26 de marzo de 2018

Tu pregunta

En el momento en que me lo preguntaste, sentí cómo se esfumaba mi inocencia. Tú preguntabas imaginando una respuesta que yo no te podía dar. Que ni siquiera había pensado todavía. Y tu pregunta no era más que la respuesta que nunca había buscado y tanto necesitaba.
Y me cerré en banda a cualquier sentimiento que quisiera aflorar porque sabía que tu pregunta no era más que la punta del iceberg. Mi barco aún no estaba preparado para chocar, al menos no así, no para hundirse tan de repente. Varado en una playa que ya no reconocía como propia, una arena demasiado caliente por el Sol, tu Sol.
Fuiste la cerilla, la mecha, el fuego, la mascletá entera de Valencia. Un día que bastó para darme cuenta con una pregunta tan inocente como lo era en ese momento.
Y después vino la calma, la marea volvió a bajar y volviste a apearte en mi playa. Pero yo ya no era la misma. No te habría dado la mano con esa facilidad de las primeras veces. Pero tampoco entonces  me atreví a mirarte a los ojos y contestarte. Estaba demasiado ocupada ordenando y manejando mis emociones para que no salieran disparadas tras de ti. Estaba segura de que me ahogarías. Lo que no sabía es que yo solita tenía ya el agua hasta el cuello.
Ya no te veo en el horizonte, ni pisando mi arena, ni guardando las conchas. Estoy trabajando en una respuesta pese a que a ti no te importe lo más mínimo escucharla. No ahora. Lo entiendo. Te entiendo.
Hoy ya tengo la respuesta pero aún se me queda en la punta de la lengua. Necesito que vuelvas a preguntar y yo pueda rebobinar esa escena en mi cabeza y está vez hacerlo bien. Esta vez no separarme y darte un beso.

jueves, 15 de febrero de 2018

En mi dirección

La próxima vez que me mires, me vas a ver de verdad. Con todo. Porque me voy a dejar y te voy a absorber en ese instante que dura la distracción de volver a concentrarme en respirar.
Te he pillado mirándome con el semblante tan serio que me he apartado hasta casi temblar, y me ha dado miedo sostener la mirada.
Estoy buscando las fuerzas para que te asomes a mi abismo y te ancles bien con cuerdas antes de tirarte. Te aseguro que ni los paracaídas de emergencias funcionan conmigo.
Ya no puedo dejar de mirarte sin saber que miras en mi dirección sin disimulo, sin sonrojarme cada vez que lo haces y sin dejar de contraer cada músculo cuando te fijas.
Ya no creo poder soportar fingir un encontronazo, ni estar a dos pasos en el vagón con el resto del mundo suspirando en la nuca mientras intento adivinar que suena en tus oídos.
Ya no puedo evitar la adrenalina de correr por el andén para entrar a la misma hora en el mismo sitio y sonreír muy muy muy discretamente si te encuentro mirando entre el barullo.
Ya no quiero fingir que no hay más sitio en el alumnario que a dos asientos tuyos, mientras me esfuerzo por escuchar a alguien que no seas tú.

Y una parte de mí lo suficientemente grande como para ignorarla más tiempo quiere pensar que cuando me miras como lo haces, tú también quieres que pase.