lunes, 10 de abril de 2017

Una ducha mucho más emocional

Se dio cuenta de todas las mentiras que se había estado haciendo cuando salió de la ducha aquella noche. No estaba sola, pero si cerraba los ojos se veía desdoblada en un ente con el que podía entablar conversación. Así se descubrió a ella misma y por una vez en la vida se entendió, como si aprendiera de nuevo a hablar.
Sus pensamientos, lejos de ser difusos, eran más claros ahora. Todo tenía sentido. Recordó las anécdotas más extrañas que habían hecho elegir su forma de esconderse ante el problema. Es verdad, tenía un problema. Se sentiada emocionada porque al fin había conseguido descifrarlo. Su cabeza bombeaba con fuerza nuevas formas de ponerle solución, y todas morían cuando apenas habían nacido.
Se sentía poderosa y orgullosa de conocer el mecanismo tan complejo que formaba. No entendía qué había podido pasar para detonar aquella verdad. Suponía que ducharse era de lejos la mejor manera de solucionar su vida en 10 minutos. Cuando caía el chorro de agua caliente se prometía que cambiaria muchos aspectos negativos en su vida, pero al cerrar el grifo y salir afuera, tal como sucede en la vida, el frío la dejaba paralizada y perdía toda esperanza de conseguir sus objetivos.
Empezó a hablar en voz alta cuando estaba sola como si su interlocutor estuviera de cuerpo presente, y se acostumbró al profundo silencio que rebosaba a su alrededor como única respuesta a sus preguntas.
La obsesión creció al término de semana y se expandió de su cabeza a su corazón, como un tumor que sufre metástasis.
Valoró tratarlo con quimio y radio, pero se dio cuenta de que si lo hacía, también mataría todo lo bueno que le quedaba (y ese era un precio que no estaba dispuesta a pagar).
Al final, como sucede con la mayoría de los problemas que se hospedan como bandalos y ocupas en nuestra cabeza, decidió ignorarlo y hacer como si no estuviera.
De hecho, actuaba contradictoriamente a aquello que valientemente había prometido hacer en la ducha. Ahora todo se había empañado y ya no le parecia una cosa tan genial sentirse diferente.
Añoraba lo mundano de la gente a su alrededor y pronto se fue marchitando, dejando que su primavera no conociera el sol y el calor. Sentía un invierno siberiano en la piel, acompañado con un vacío negro que no se dejaba asímisma llenar.
Se empezaba a cansar de negarse una realidad que sufría a diario y empezó a pensar otra vez en revelarse, pero sin más fuerzas que la negativa precedente que escuchaba sin ni siquiera preguntar.
Se sentia hostil, como si no perteneciera realmente al sitio en el que estaba. No encontraba hogar para los pedacitos que la habían debastado, y cualquier atisbo de felicidad compartida a su alrededor se sentía como un recordatorio de la barrera. Quiso derribarla entonces a puñetazos y patadas, pero se sentía impotente. Era increíble la manera en el que el destino estaba jugándosela, y sobre todo, la impasibidad que no podía vencer.
Se encontraba más que nunca en un coma emocional y solo despertaba un par de minutos al día para comprobar que seguía ausente de la realidad de marionetas que seguía construyéndose alrededor.
Triste y ya no con tanta fuerza quiso abandonar, pero tampoco podía. Quiso mezclarse entre la gente y evitar llamar la atención. Dolía de una forma suave y dulzona al principio, y pronto descubrió que si no hondaba en esos pensamientos no terminaban por derrotarla. Solo se sentía con ganas de luchar cuando no se presentaban más alternativas que hacerlo, y reprimia cada impulso por sacar su ente combativa y revolucionaria.
Aunque aún no había entendido bien el proceso del cambio, se vio de repente a si misma en un espejo, cinco más vieja y rozando con sus manos la puerta de la felicidad. No quiso acabar de ponerle rostro, pero no, ya no estaba sola.

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