lunes, 10 de abril de 2017

Inspiraciones

Aspiró.

La vida le pareció sencilla y frágil en ese momento, como si pudiera encerrarlo todo con el puño de su mano. Lo bueno y lo malo.
Vivía con distinta intensidad los acontecimientos que antaño le habían reportado una felicidad plena, y aunque ahora entendía el por qué, el tiempo había hecho mella y había astillado el bosque de sus pensamientos. Nada parecía igual. Se veía lejano, sintiéndose una extraña en su vida, como si no le perteneciera.
A veces llegaba a aislarse tanto que su burbuja espacio temporal la llevaba a otra época y otra forma de vivir, y cuando despertaba del sueño, todo a su alrededor parecía estar en otra dimensión.
La gente que la rodeaba a veces parecía atravesarla, como si en vez de hablar con ella lo hicieran con alguien que estaba detrás, alguien que sí se sentía como ellos. Parecía habitar un cuerpo que no terminaba de conectar con la red neuronal que la ataba a ese juego dimensional.
Todo le parecía laxo, como muerto. Se sentía atada por su entorno y a menudo imaginaba lo que haría a esa hora, las 3:05 am si se encontrase en otra situación y con otras personas. La tentación era grande, pero sabía que al final se cansaría del riesgo, de la inexactitud de vivir hasta quemarse, y volvería avergonzada a pedir perdón a una rutina muda y ciega.
Ella seguía ahí, en la mitad justa de dos mundos a los que no terminaba de pertencer: por un lado se sentía cuerda, sencilla y de costumbres mundanas, pero cuando dejaba libre su imaginación volaba literalmente para liberarse de todas las ataduras del mundo exterior. Era como un niño que quiere salir a jugar constantemente. Lo hace, pero se cae y llora, y vuelve corriendo a que le sanen las heridas. Cuando se recupera, vuelve a jugar y por ende, a lastimarse las rodillas.
Asumo que algo así es lo que le pasaba a ella, pero en vez de caerse, se rompía emocionalmente. Ansiaba sentir el vértigo que te acorrala y te hace sentir viva, pero cuando lo tenía, no sentía que se lo mereciera y lo dejaba ir, corriendo en dirección contraria y sin echar la vista atrás por si la seguía.
Era una cobarde. No sabía afrontar y ser consecuente a lo que anhelaba. Su niña interior quería salir a jugar, pero ella cerraba los ojos y la ataba para que no pudiera, haciendo sangre de una herida que no terminaba por llegar.

Expiró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario