sábado, 21 de enero de 2017

Nada llega.

Me siento terriblemente incomprendida. Y es terrible porque no encontrar consuelo al abrir los ojos frente a un problema es en sí el problema.
No es un problema de encajar o de una primera impresión, es de compatibilidad.
Es como si tuviera una visión idílica de las relaciones puras a mi alrededor con gente con la que me esfuerzo en comprender pero que no veo que se sientan en reciprocidad por comprenderme.
Como si llegara tarde a grupos preformados y cerrados en los que a veces no me atrevo ni a compartir una impresión sobre algo porque siento que si me conocieran, no me haría falta verbalizarlo.
Es un mundo paralelo en el que la gente ya se conoce y se visita a diario, han creado un vínculo lo suficientemente fuerte como para compartir todos los aspectos de sus vidas.
Y entre medias estoy yo. Desencanjada. Sintiéndome pequeñita entre enanos que solo me necesitan con una frecuencia dolorosa y estrictamente interesada.
No es una sensación de rencor o envidia, lo único que consigo encajar es pena. Un pozo inmenso y seco. Abandonado a su suerte.
Cuando tu día a día se basa en relaciones más vacías de lo que te esperas, acabas vaciándote de emociones fáciles que te arrancan una sonrisa.

Acabo creando fobia a entablar amistad, refiriéndome a esta como una relación profunda, sin maquillar, detallista y sincera. Y al final me he vuelto una perfeccionista en contactos basura superficiales y banales que solo me hacen recordar que no soy lo suficientemente apta como para ser una más. Un rebaño fenotípicamente feliz al que no puedo acceder.
No puedo hacer más que mantenerme aparte viendo como la gente se promete un camino juntos, mientras el mío es sinuoso y oscuro.
Lo peor, o lo mejor según se mire, es la sensación reconfortante que me produce estar a solas conmigo misma, autosatisfacer mis necesidades sin ningún otro contacto social y sin volcarme por ser comprendida.
Y quien realmente llega a raspar la superficie se encuentra con una barrera física que le impide salvarme a diario de un barranco que tiene mi nombre y me susurra de noche.
Lo que más duele es ser consciente de la realidad y de terminar pensando que al final no eran ellos los raros, era yo. Porque independientemente de la gente que me quiere (incondicionalmente), la mayoría no lo han hecho como una elección libre y premeditada. No me refiero a ello como una imposición, pero es raro.
Querer es entender que antes que matar por alguien, serías capaz de morir por. Y aunque he madurado lo suficente como para saber que mi familia no dudaría, duele muchísimo darse cuenta de que a tu alrededor, en ese núcleo por el que darías hasta el último aliento, la gente encuentra su pareja de baile. Y yo no hago más que pisarme los pies cuando la música suena. Debe de ser que sueno en otra sinfonía, otros acordes y otros instrumentos y aún ningún músico se ha atrevido a leerme.
He intentado volar sola pero inconsicentemente cuando consigo elevarme unos metros y el viento sopla de mi parte, me da por mirar hacia abajo y el miedo me paraliza (una y otra vez).
No sé entender que las cosas pueden ir bien y que no es algo que tenga que cambiar. Simplemente ocurre.

Y sí, al final esto también pasará.

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