martes, 31 de mayo de 2016

Espejos.

Y entonces me encuentro ante mí.
Dejo de respirar y me concentro en la imagen que devuelve el espejo.
-Sólo soy yo, pienso.
Y mi mirada se torna tirana, cruel. Víctima culpable.
-Sólo soy yo, como cualquier otro día.
Y la verdad aparece justo detrás de mí. El fantasma del miedo se personifica y me abraza la espalda, se retuerce contra ella como una serpiente que asfixia a su presa.
-Sólo soy yo, nada ha cambiado.
Levanto el dedo índice y mi reflejo lo imita con cautela y justo cuando estamos a punto de tocarnos se desvanece y ya nadie sigue mis pasos.
-Sólo soy yo, no tengas miedo.
Examino cada centímetro de mi cuerpo con cautela y respeto, como si no fuera mío, como si no lo conociera. Como si estuviera descubriendo un nuevo continente y cada lunar fuera una isla.
No hay contacto físico pero siento la electricidad emanar de cada poro. Todo son chispas y todo es luz en un túnel oscuro.
-Sólo soy yo, ¿por qué sigues mirando?
Mi imagen se vuelve difusa y borrosa. No sé hacia donde mirar y de repente me encuentro en una sala de espejos y en ninguno me veo reflejada. No me conozco, no puedo ser yo.
Grito asustada, loca, histérica.
Me pellizco un brazo y el espacio cambia y vuelvo a estar frente a alguien que conozco.
Eres tú.
No sé si sueño, no sé si es real pero me lanzo a por ti. Sólo sonríes, ladino. Y sé que es mi perdición, que entregarme es perderme, que mi sur y tu norte nunca serán nuestros. Que solo te daré mi mejor parte y que tú no la compartirás.
Sé que en el momento del choque te desvanecerás y me dejarás un vacío en el pecho.
Ya no querré llenarlo.

Volveré a la habitación del espejo y me miraré. Es algo que ya he vivido, sé reconocer esa cara.
Sí, es la mía por fin. Y no, ya no sonríe.

domingo, 29 de mayo de 2016

El miedo.

Y a ti, ¿a qué te huele el miedo?

La inseguridad quiere doler un poco menos que el miedo, bien porque es el paso previo bien porque es nuestro tabú frente a nuestra realidad.
No solo son películas macabras sin sentido, el miedo también es sentirte preso de un sentimiento que no puedes expresar. El miedo también es negación de una realidad que se muda, de vacaciones, desde tu cabeza a tu corazón.
El miedo es saber que estás perdido y aún así no buscar ayuda; simplemente quedarte quieto con (o sin) la esperanza de ser encontrado.
El miedo es acordarte de alguien en una canción, en un poema y en cualquier tema de conversación con cualquier persona.
El miedo te convierte en su mascota y te exige pasear por un valle abrupto y con una pendiente brutal, en la que o saltas libre o te aferras a sufrir.
El miedo vive entre nosotros a diario, te hace la comida, te arropa por las noches, te alcanza el jabón en la ducha, te abre la puerta de la calle y te pone la zancadilla vilmente hasta que recuerdas lo que es vivir atado.
El miedo es la cuerda, la soga que amenaza cada noche cuando ya no se tienen fuerzas necesarias para resistir.
El miedo es el amigo que decide traicionarte el día de tu cumpleaños.
El miedo te roba hasta la certeza de que estás respirando, te hace hiper ventilar o sufrir una hipoxia aparente en la que sencillamente, te mueres.
El miedo te pisa los talones cuando caminas, te empuja en la salida del metro y te arranca hasta la última gota de sudor por no perder el bus.

Y, sin embargo, el miedo dilata tus pupilas, acelera el pulso del corazón, segrega la dopamina que alimenta tu espíritu y guía todos tus pasos.

El miedo es tan diferente como lo son las personas, y en mi caso, se ha personificado con tu figura y desde que me persigue, he parado de correr, por lo que es cuestión de segundos que me alcance.
No sé ser valiente pero quizá este sea de los miedos buenos.
Al final resulta que no eres tan terrible como imaginé.

Mar M.

Tú, navegante incauto.
A ti a quién imaginé surcando mis mares, recorriendo mis islas. A ti a quien preparé mi tierra para acogerte como a un náufrago perdido, y al final, fui yo quien terminó naufragando.
Tú, que vuelves como las mareas cada vez que baja mi nivel y me siento más pequeña, te diviso en el horizonte  ondeando tu bandera de pirata y reclamando lo que crees que por derecho te pertenece.
Tú, que nunca quisiste anclarte en mi orilla y preferías ir y venir, mientras yo esperaba a que volviera a bajar la marea para poder divisarte.
Tú, que te embarcaste con tantas sirenas que acabé por no contar sus colas, mientras yo nunca aprendí a nadar. Y así me ahogué entre los mares que una vez fueron míos y que acabaste por surcar de uno a otro confín.
Ya no tengo ni puertos, ni provisiones, ni luz en el faro para decirte que vuelvas dando bandazos con tu barco porque ya no tengo suficiente fuerza de voluntad como para resistirme a las mareas. Esta vez no hay bote salvavidas al que subirme cada vez que te vas.
Así que, ¿cómo te atreves a volver?

jueves, 19 de mayo de 2016

Permíteme.

Permitíos estar tristes y seréis felices.
Permitíos llorar.
Permitíos una equivocación.
Permitíos engordar.
Permitíos dormir diez horas.
Permitíos romper una promesa.
Permitíos confiar en alguien aún sabiendo que os va a fallar.
Permitíos soñar.
Permitíos amar.
Permitíos un momento al día de soledad.
Permitíos mandar el mundo a la mierda.
Permitíos que vuestro "yo" del mañana se encargue.
Permitíos gritar.
Permitíos sentir, y seréis felices.
Porque si no os permitís vosotros, se tomarán ellos vuestros permisos.

lunes, 16 de mayo de 2016

Breakeven

El cuerpo cansado un domingo, de resaca emocional. Pijama todo el día, una película romántica pero no empalagosa que se te queda pegada a las costillas, sacar los apuntes, comer algo, distraerte, leer, escuchar música triste, dormir.
La rutina cíclica de la soledad cada día es más y más fuerte. 
La luz del día calentando las calles, la gente llenando terrazas y la profunda sensación de estar haciendo algo mal cuando no disfrutas como debieras.
No sé dónde se consiguen las ganas de vivir de forma más intensa, o si solo se recuperan las ganas al lado de alguien (quiero pensar con todas mis fuerzas que no). Definitivamente, la juventud no se mide en cifras, se siente por dentro. Puedes tener dieciocho años y sentirte vacío y triste, y puedes tener sesenta y arrastrar arrugas de reirte y agujetas de moverte.
Como todo, no se puede etiquetar una emoción que se siente dentro; y no se puede poner edad a la madurez. Tanto emocional como social.
Lo único que no te enseña nadie (nunca) es a ser feliz. Resulta primordial escoger el camino, los zapatos y la compañía. Aún así, el camino no es el medio, en sí es un fin.
Y al final va a resultar que no sé atarme los zapatos y que ya no quiero andar un camino, quiero salir corriendo hasta que me quede sin aliento, hasta que el corazón lata por tres y hasta que, por fin, sepa coger el rumbo y tomar las riendas de mi vida.
O no, yo que sé.

martes, 10 de mayo de 2016

Tres errores.

Quizá mañana comprendamos que la <dependencia> es el primero de los errores. Que la naranja tiene suficiente zumo para uno mismo y que te puedes subir a una escalera solo, doblar el edredón sin ayuda, subir las bolsas de la compra, hacerte una foto, y preparar una comida sin que sobre para toda la semana. Que todo lo demás es una invención absurda y poética del "amor romántico".
No entendemos nada. El segundo de los errores es autoconvencerse de que la <soledad> es el camino unidireccional a la tristeza. Ojo, los estados de ánimo, no son, ni de lejos, hogar del alma y por tanto, distan de comportarse como tal. Sin más, son elecciones del corazón para tener la mente tranquila.
El hecho de necesitar compañía para no estar a solas con uno mismo es una enfermedad social grave, sin lugar a dudas. La soledad es la fiel acompañante que baila sobre una tarima de cristal, y que te pisa los pies porque nunca va al compás. La vida consiste en sacarla a bailar y saber convivir con ella. Pues bien, "querer estar solo no es querer sentirse solo."
Y el tercero de los errores, el más grave, consiste en la enfermiza necesidad de creer que la <felicidad> está más allá de tu caja torácica. La felicidad no está al lado de alguien, está en aceptarse a uno mismo. Pequeños detalles, tan banales como:
no perder un tren;
que suene tu canción favorita en la radio; encontrarte cinco euros en el bolsillo del pantalón;
que tu equipo de fútbol gane un domingo;
la risa de tu madre por las mañanas;
clavar un examen;
sonreírle a un extraño;
saltar en un concierto;
que el mar se lleve tus pisadas por la noche;
dormirte escuchando el sonido de la lluvia;
romper la rutina;
viajar;
robar un beso;
comer;
reír;
soñar.
La persona con la que caminas, al fin y al cabo, solo te ayuda a encontrar tu camino. Pero, "caminante, no hay camino; se hace camino al andar".

lunes, 9 de mayo de 2016

Debería.


La sensación de saber todo lo que tienes por mejorar, sin necesidad aparente de que alguien te abra los ojos o deje caer la venda. Al fin y al cabo, es una venda voluntaria únicamente impuesta por la incapacidad de no mover ficha y tomar decisiones.
La sensación de actuar de psicólogo social de prácticamente todas las personas que te rodean y no tener ni idea sobre qué sudadera ponerte hoy. La sensación de estar desaprovechando tiempo de tu vida en exclusivamente hacer todo más fácil para alguien que, tomando esto como precedente, acudirá a ti en busca de solventar sus problemas, aunque sean solo por desahogo, y usarte como pañuelo de mocos cuando el corazón sufra de alergia. Y ni siquiera se han parado a pensar en que el tuyo acaba de colgar el "cerrado por vacaciones" en un momento extrañísimo de tu vida, que, desgraciadamente, ni tú entiendes, ni ellos tienen intención de complicarse por entenderte. Y cierran así el fantástico círculo de darte por culo día si, día también; sin tomarse festivo como día libre.

En otro orden de cosas, la brevedad de la vida consiste, definitivamente, en arriesgarse por acertar y eludir al fracaso emocional y físico.
Y ahí estoy yo, en punto muerto, en una fase intermedia entre mi zona de confort y mi zona de riesgo. Y cada vez que me aventuro a las lindezas de la vida, aparece alguien que me da la mano corriendo y me hace tropezar demasiadas veces en el aparente y utópico camino hacia la prometida felicidad.
Y vuelvo corriendo a mi rutina cómoda y aburrida, cargando con los errores de las aventuras y con las advertencias de los que están en la zona de confort, que aseguran conocerlo todo de las otras zonas, desaprobando firmemente vivir de esa manera.
Y yo, incauta e inocente, vuelvo a mecerme entre los brazos de la comodidad y no del placer, la sencillez, la espontaneidad o la misma libertad, y caigo en un letargo profundo de inseguridad, tristeza y cansancio.
Sin embargo, no es una zona buena y la otra mala; pero si resulta ser absolutamente necesario para mantener el equilibrio y la salud mental los viajes entre ambas de forma continua.
O lo que es lo mismo, hacer lo que te salga de los ovarios, cuándo, cómo y con quien quieras.
Ahora voy y le digo a toda esa gente que tira y afloja entre las dos zonas, que voy a echarme una siesta profunda y que voy a tomar de todo menos decisiones. Que estoy harta de perder tanto tiempo en planificar para que luego llegue alguien que coja tus planes, se seque la nariz con ellos, y te pregunte que qué estás haciendo ahí parado.
Para que luego llegue alguien que se aproveche de tu buen hacer, de tus debilidades y de tu sincera amabilidad y rompa con todo lo que has construido tú. Sin pedir perdón. Sin dar las gracias.
Sinceramente, si lo sé hago también psicología a distancia, porque ya que estoy, por lo menos cobro por los consejos tan de gratis que regalo a diario. En absoluto es vanidad o algo que diría un ególatra, pero si alguien que está peligrosamente cerca de derrumbarse sobre el abismo de mandarlo todo a mierda.
Quizá solo necesitemos un poco de reciprocidad para mantener la llama de la paciencia; o eso, o lo más inteligente resulta ser la reclusión mental absoluta durante cierto periodo de tiempo, necesario para perdonarse a uno mismo las heridas del alma, más profundas que cualquiera causada por alguien más.
El confort por el que abogo es el amor propio y la comodidad de hacer las cosas bien. Por el momento no necesito nada más, ya ves, al fin y al cabo soy una persona conformista que nunca está conforme.


"Ya me he cansado de ser el tipo que no quiero ser. Me acostumbraré a volver al mar cuando no quede nada que hacer; me acostumbraré a disimular y a olvidar que te dejé marchar."