Un tío al que admiro por su filosofía de vida, dijo al término de un concierto, con la gente extasiada: "El hogar no son los sitios, son las personas. Gracias por haberme dejado entrar en vuestras casas." Y es que tenía toda la razón. Tú eras la casa, mi habitación, mis sudaderas desdobladas, el olor a café por las mañanas, el vaho de las duchas a medianoche, e incluso la manta que me abrigaba por las noches. Eras, joder, la llave que abría (y cerraba) las puertas de mi cama; ahora sin pomo. Eras el "a cenar" de mis jueves y el "llegamos tarde" de mis lunes. Tú eras mi hogar, y yo la leña que alimentaba el fuego. Pero un día te dio por ser el agua que se lleva las brasas, el viento que trae la oscuridad. Y nuestras llamas se murieron de hambre, y dejaste de ser mi hogar. Aún tengo tu foto en un marco sobre la chimenea, esperando a tener valor un día y echarla a lumbre, para que arda igual que un día me quemaste a mí. Desde entonces, mi corazón sigue con vendas esperando a que llegue alguien que prometa ser mi hogar y me borre las dudas a soplidos; y mientras tú te quemes en mi nueva casa.
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