martes, 7 de marzo de 2023

El correo que no te mereces

He pensado tanto en cómo empezar a escribirte, que con esto en blanco aún no sé cómo hacerlo, ni qué decirte, ni cómo empezar. 
El principio más sencillo sería decirte que estoy bien. Que aprobé. Saqué todos los exámenes, saqué la plaza, lo conseguí. Sentí que aunque fuera en vano, debías saberlo, porque me acompañaste tanto tiempo que una parte de lo que fui mientras lo hacía se quedó contigo. Supongo que es esa parte la que se animó a contártelo. Pensé tantas veces en cómo me sentiría cuando ese momento llegara, que ahora que por fin está aquí no sé cómo gestionarlo del todo. Pensé que acabaría y te vería, y por mucho tiempo ese fue un motor importante en todo el proceso. Y para ser sinceras, en mucho más que en ese proceso que durante año y medio fue mi vida. 
Después del último mensaje que nos escribimos en octubre llegó el vacío, el silencio doloroso y la ausencia forzada. Me acostumbré tantísimo a que llenaras mis madrugadas que volver a estudiar sin tu presencia continua se me hizo una montaña gigante. Ojalá hubiera podido yo también escapar de mi realidad entonces. Me dolieron un montón las madrugadas y volver a ese momento de despedida agria y rápida, atropellada y sin sentido en el que lo hicimos real. 
Supongo que eso es también por lo que te escribo, porque mi cabeza necesita cerrarlo bien. Con un motivo. A veces releo el último correo que me enviaste en agosto antes de irte a Australia y siento que fue otra persona quien lo hizo. Es la explicación más probable y más sencilla a todo eso. Que tu vida cambió tanto que de pronto ya no necesitaste que estuviera en ella. Supongo que fui demasiado ingenua por no verlo venir, por no presentir que viajando no dejabas solo a tus amigos y familia detrás, sino también a mi. Que por fin se te hizo tolerable no tenerme así, no imaginar un futuro en el que tuviéramos cabida. Que pesaron demasiado las veces que discutimos. A menudo intento no culparte más de lo necesario, más de lo que me culpo a mí por creerlo e intentarlo. No es un manotazo al aire para que vuelvas. Es un intento, quizá ya el último de verdad, de entenderlo todo, ahora que han pasado unos meses y tu vida ya está al derecho. Ahora que tienes otra realidad, otra vida, quizá puedas ayudarme a entender cómo se acabó esto y pueda dejar de torturarme. Pienso qué es lo que me queda para cerrarlo de verdad. 
Me dolió más de lo que puedo admitir que no estuvieras presente cuando aprobé, cuando me comió el estrés por saberlo los meses antes. En especial enero me pegó muy fuerte porque pensé que ahí venceríamos la barrera de lo virtual. Pero pasó, con más pena que gloria, y la realidad fue la que venció a la ficción. No fue posible, y supongo que yo no lo ví hasta que no llegó el 31 y comprendí al fin que no era, que no iba a ser. No sé muy bien por qué te lo digo si ya no tiene sentido. Lo hago por mí, porque al soltarlo siento que puedo avanzar de verdad y dejarlo atrás. Es todo lo que espero de esto. 
Quizá lo último que tengo que entender es que nunca voy a entenderlo todo, lo que piensan los demás y el por qué cada uno hace lo que hace. Lo que sé que es cierto es que ayuda saber el por qué de las cosas, ayuda a cerrarlo y avanzar. Y creo que eso al menos, nos lo merecemos. 
Yo pienso que llegaste allí, y se te vino una maraña de cosas encima tan grande que apenas pudiste gestionar. Fue un momento de supervivencia nuevo, tan diferente. No nos ayudó para nada el momento que yo vivía entonces estudiando todo el día, o quizá de hecho, fue todo lo contrario e hizo que lo vieras todo más claro, que entendieras por fin que no era por ahí. Se te cruzaron las personas indicadas para comprenderlo y ni siquiera tuviste que tomar realmente la decisión, porque la decisión te tomó a ti. Ya no tenía sentido que me dedicaras una parte de tu tiempo porque sencillamente no sentías que quisieras hacerlo por ti. Y pensaste que aunque fuera duro, lo acabaría entendiendo. 
Lo único que te pido es entender que eso que te puse ahí es cierto, al menos el vínculo que tuvimos merece esa sinceridad. Porque aunque duela un montón, pienso que es el único camino que, egoístamente, me va a hacer comprender que esa Gimena del pasado no está ni estará. Y que realmente la persona que fui yo todo ese tiempo que pasó desde 2020, ya no está tampoco. 
Y es lo más cierto, porque no se siente como todas las veces que nos dejamos de hablar, o que nos enfadamos. Esta vez no nos enfadamos, esta vez simplemente se acabó.
Intento con todas mis fuerzas no hablar desde el rencor, espero que no sientas que lo hago así. Sé que las dos ya tenemos otra vida, que no tiene cabida lo que fue en el pasado, y no busco eso ya. Estoy feliz, aunque con toda esta verborrea no lo parezca. Busco de verdad cerrar la herida, lo hago por mí. Para no tener que andar releyendo tus correos de madrugada con la esperanza de entender cómo ocurrió todo tan de repente, cómo no pude ver venir lo que pasó. Siento que lo necesito para avanzar. Ojalá esto sea el cierre dulce que en verdad se merece este vínculo. 
Te deseo todo lo bueno que se le puede desear a alguien a quien has amado con todo lo que tienes dentro, siempre lo voy a hacer. Ojala tu nueva vida te llene y te haya hecho vivir todas las experiencias que buscabas y no tuviste en Argentina.

Siempre desde Madrid, 
Marina  

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Gi

Cada vez que me cruzo con un pensamiento tuyo a lo largo del día siento que me saca de lo que esté haciendo y me hace pensarte, me roba el tiempo para volver a ti. Como si parandome a pensarte no te hubieras ido, no hubieras desaparecido del mapa. Te hiciste invisible. Te leo en nuestras promesas, en nuestras risas, en todo lo que nos dijimos y nos prometimos tan solo hace unos meses. Estabas ahí, a unos minutos en un mensaje y a miles de km de mí. Sigues estando a una distancia inabarcable, insoportable, pero esta vez ya no nos tenemos. Las noches se me hacen imposibles sin un mensaje bombardeandome el móvil, negociando la hora de llamar. Todos los días mi momento favorito de la noche, acabar y verte ahí, a punto de caer rendida. Escucharte la risa, la luz de tus ojos, tus palabras enrevesadas. 
Te fuiste Gi, te llevaste una parte de mí, como cada vez que te alejaste en el pasado. Pero esta vez se siente diferente. Pensé que sería la última, que está vez sí, que nos debíamos mucho más de lo que teníamos. Las primeras veces sentía que me moría de pena por dentro, que iba a deshidratarme de tanto llorar, que me iba a volver loca si no me hablabas. Que no podías irte, porque yo te quería. Más que nadie en el mundo, pensaba, más que nadie se había amado con nadie. Rompiendo todos los techos, con el corazón en la mano. Porque estaba hasta las manos, que dirías tú. No había nada más allá que tú, ni nadie que pudiera despertarme tanta electricidad. Tanta compenetración. Tanto todo. Todo sin ponerte un dedo encima, imaginado como sería.
Cada vez que te ibas, y después volvías, regresaba contigo la esperanza de que sería la buena, la de verdad. Que esa vez aguantariamos todo el resto del mundo y que encontrariamos la forma de ser.
Y esta vez no fue distinta. Medio año aguantamos con el corazón lleno, medio año de vencer las dudas. Dios, como te odie cuando empezaste a apostar por un futuro sin mi, un futuro que no fuera aquí conmigo. Cómo me costó apartar ese pensamiento de mi cabeza y dejarte con tus idas y venidas sin interferir todo el tiempo para decirte que era una locura que no me estuvieras eligiendo. Que te estabas equivocando.
Yo ya sabía que lo peor de perseguir a alguien es hacerlo cuando ni siquiera esa persona sabe dónde va. Ni siquiera tú podías contigo.
Y de pronto, de un día para otro, te fuiste. Te diluiste, de pronto no tenías tiempo para mí. De pronto esos 10 mil km que nos separan se volvieron uno a uno como un cuchillo con cada excusa. De pronto no podíamos encontrar la forma de vernos, ni de sacar una hora en todo el dia. Ni siquiera en toda la semana. Ni en todo el mes. 
Y se partió, me dijiste que estabas acomodando tu cabeza para tener esa conversación. Las ausencias nos llenaron todos los rotos con una despedida velada, que no fue. Tenías tantas cosas en la cabeza que yo ya no tenía sitio en ella, estaba corrida del mapa. Ni siquiera tenías tiempo para entristecerte, ni para pensar bien en que se iba a acabar. 
Qué vértigo tan profundo sentí pensando que estaba siendo todo para nada. Que te quedarías allí, que nunca vendrías, que toda la vida que había planificado contigo se acababa ahí, en ese instante y en ese Whatsapp. Nos volvimos cobardes, no respetamos el vínculo, lo abandonamos. Sentí ganas de vomitar cuando entendí lo que significaba perdernos. Recuerdo el pinchazo en la boca del estómago, el dolor físico y las ganas de llorar instantáneas. El cuerpo recibió la bofetada sin anestesia. 
Yo pensé que esta era la última vez que entrabas en mi vida, en mi corazón, en mis ganas. Que si te ibas, cerraría por fin la puerta. Ya no me podrías hacer daño otra vez. Eso me calmo al instante, sentí que era una decisión madura, lo correcto. Y en realidad era lo único, lo que tú también necesitabas para poder vivir allí tranquila, sin recovecos de mí de forma intermitente.
Los primeros quince días pensé que esta vez, al ser la última, sería mucho más fácil. Que ya sabía lo que era estar sin ti, que al principio me dolería y luego me acostumbraria a la pena constante. Y no fue así. No te pensé ni la mitad del tiempo, ni te llore. Ni entre en tu conversación mil veces arrepintiendome de haberte dejado decirme aquellas cosas con las que te despediste. No lo hice. Pensé que se acababa ahí y se iba contigo la sensación de dolor en el pecho, como si se me estuviese resquebrajando el corazón.
Hice mi vida, mis exámenes, contigo en la sombra apareciendo en mis interacciones de instagram, como una extraña. Como si fuesemos amigas. Pero tú me habías silenciado, de pronto sentí el silencio.
Desapareciste, te fuiste. Ya no te veia, ni una sola foto, nada. Ninguna actualización de tu vida por ningún lado.

Llego entonces lo que pensaba que no me acompañaria nunca más. El dolor de tu ausencia, ese silencio de madrugada de saber que no ibas a llamar. Un mes duró la calma. De pronto tus recuerdos lo llenaron todo, todo. Todas las horas del día otra vez. De pronto estaba leyendo otra vez esas promesas veladas, ese Airbnb que no reservamos. De pronto todas las canciones que sonaban hablaban de ti, de una ruptura odiosa. De pronto no podía estar con nadie que no fueras tú, y qué mierda. Llegaba la noche y se me caían las lágrimas en un segundo, con un solo recuerdo cruzando mi mente. 
Me siento desgarrada por dentro, absurda por esperar todos los días un mensaje que no va a llegar, una excusa de felicitación que ni siquiera has debido de recordar. Me siento estúpida por no ser capaz de volver al pensamiento de indiferencia, de odio por no querer tenerme.
Solo te lloro, todas las noches, sin consuelo hasta que me quedo casi dormida. 
Yo sé que es tiempo, que todo pasará. Que tu recuerdo cada vez se hará más pequeñito y dolerá menos. Porque dolerá. Pero dios... ¿Cuánto más?

domingo, 25 de abril de 2021

A mi yo de ayer

A la Marina de ayer le perdono los errores, que no se anticipara y que se confiara. La Marina de ayer no sabía que la de hoy iba a ser un grifo que ya siempre gotea, que respira con dificultades, que no puede parar la mente quieta y que si no madruga los domingos, echa el día a perder. Un desastre.
La Marina de hoy sigue dejando la cama sin hacer, los pañuelos en la mesilla y la ropa por el suelo, pero ya ha despejado el espejo, va más ligera de pelo y ha quitado todas las fotos del armario.
La Marina de hoy sigue teniendo frío por las noches y duerme con calcetines, escucha asmr intentando adormecer la bestia insomne y ha descubierto en las esencias de vick vaporub una alternativa al respibien. Qué alivio.
Pero la de hoy también sigue cansada, sigue el dolor de cabeza y ha perdido un poco el por qué y las ganas de hacer biología en su día.
Ahora solo vive de 11 a 11 y ya no ve pasar las 3 en el reloj, solo hay novelas de misterio en la mesilla y en el bucle ya no está Me va bonito. La guitarra sigue apartada como frustración permanente y la única decisión del día que afronta sin querer es si hacer o no la tostada de aguacate. 
A la Marina de hoy no le despierta ni el café, no le animan ni las siestas y solo madruga porque hay un balón esperando. 
Esta versión post cuarentena es más libre pero más infeliz, se maneja un poco mejor en inglés y sabe hacerse un huevo frito, ya no se duerme en el hueco de la cama con la almohada y ha encontrado una nueva sensación de angustia en el pecho que nace de no hacer nada. 
Pero sobre todo, la Marina de hoy se ha enamorado, se ha arriesgado y ha aprendido que siempre siempre siempre hay que jugarsela si te hace feliz. 

martes, 21 de julio de 2020

Abuelos

Es curioso como la segunda paternidad en la vida de los abuelos llega así, tan sin avisar, sin quererlo ellos. De pronto vuelven a tener que coger en brazos un saquito de huesos de piel tersa con el recuerdo de la primera vez, la que ellos gestaron. Muchos años después de la primera experiencia. Pero los nietos no son una voluntad, llegan sin avisar y de pronto se les llama abuelos y se les impone sentir esa responsabilidad adulta que implica la niñez en su etapa más temprana.
Mis tres abuelos me regalaron la infancia más feliz del mundo. Recuerdo con cariño llegar al pueblo y estrujarme en los brazos gordos de la abuela, que me perseguía con sus besos a mordiscos detrás del triciclo, las palmaditas del abuelo viniendo a lo lejos, sus comidas rebosantes en todas las horas del día, los caramelos de los bolsillos los viernes en el patio, la leche caliente por la mañana, la verdura del campo recién labrada, las aceitunas en la mesa según aparecía por el salón, la mirada vigilante siempre de la mano...
Crecer con el cariño de quien te quiere otra vez como a un hijo mientras conservas el candor de la juventud temprana. 
Menos de un año y se han idos los tres sin hacer mucho ruido, sin que el mundo pudiera pararse a esperarlos, a darles otra oportunidad, otra mirada más. Sin siquiera inmutarse.
Sin que pudiera devolverles de vuelta toda esa atención sin medida y sin fin que brindaron toda su vida. Ahora ya todos juntos en un sitio un poquito mejor que el terrenal.
Irse sin sufrir, sin enterarse, sin dolor.
Ya nunca voy a pisar el pueblo sin acordarme que estaban ahí despidiéndose del coche en el callejón cuando volvíamos, sin que el corazón me salte a la garganta y sin que los ojos se empañen un poquito al entrar en su habitación, para siempre ya vacía y sentir que no están aquí, esperando ese 'buenas noches' antes de dormir. Sin ese 'te quiero' mudo que se siente al entrar en la que siempre sentí como casa.
Guardo para siempre los recuerdos empapados de lágrimas que se agolpan para salir a la vez, queriendo a gritos que nunca los olvide. 
Es imposible describir la pérdida de tus abuelos de forma tan seguida, sin parón, sin esperar a que lo cotidiano deje de serlo, sin esperar a que te hagas lo suficiente mayor para aceptarlo. Vuelvo a ser la niña que lloraba sin consuelo esperando a que todo se calmase.

De tu mano abuela para que se la puedas agarrar al abuelo allí arriba.
No nos dejan velarte todos juntos para asumir la pérdida en ciernes mientras te apagas poco a poco, como una estrella en el cielo que deja de brillar. Asumiendo que de un día para otro dejaste de ser tú mientras el frío te llevaba en este julio caluroso en un año tan raro para vivir. No sé si te fuiste siendo consciente de que lo hacías, de que era el fin pero que tu mano siempre estuvo llena de las nuestras.
Me oprime el pecho no saber qué decir o qué hacer mientras se consume la llama tan viva que tuviste dentro, un incendio que nos llegó a todos. Era imposible escapar de ti. No puedo creer que tuviéramos casi el alta en las manos y de pronto te fueras sin avisar casi de un día para otro mientras albergábamos la esperanza de que seguirías aquí. Mientras pedías un poco más de manzana o saboreabas el yogur cada noche antes de acostarte. Me fui sin saber si mejor fresa o plátano, aprendiendo a contar las pastillas cuando ya ni tú podías y a saber que las caricias en la frente y en el pelo te ayudaban a cerrar los ojos y a dormir mejor.
Me habría gustado que supieras que me voy a graduar pronto otra vez, que voy a vivir un tiempo fuera y que me estoy haciendo mayor y responsable como tú habrías querido. 
Jamás voy a olvidar tus últimas palabras con ese "guapa" entre dientes, casi sin enfocarme.
Ese "señorita" que decías mientras me mirabas ya sin conocerme, con la sonrisa a medias y la palabra aún en la boca.
Al final se hizo imposible aguantar sin el abuelo y lo entiendo, conocimos el amor sin límites con vosotros de la mano. 
Te llevas una parte de mi corazón que no va a volver porque ya es tuya y del abuelo, allá arriba mientras sigues persiguiéndonos porque nunca hemos dejado de ser los niños tras los que corrías en el callejón.
Te lo escribo porque me quema en el pecho de forma atroz, como si el mundo pudiera seguir sin ti y sin que pasara nada. La mañana más fría del mes desde que tus manos no calientan las mías. 
Allá donde estés abuela 🖤

viernes, 24 de abril de 2020

110

Ojalá no estuviera escribiendo esto, ni me hubiera roto como nunca escuchar 110, pero son casi las 5 de un día cualquiera -otro más- y siento que está es la única forma de poder desahogarme.
Siento que he abierto una grieta que no estaba hace unos días, que ha llegado de sopetón y que te ha dejado a ti en la otra punta, y que ni siquiera lo sabes.
Me avergüenza tanto decírtelo que cargo yo sola con la culpa. Asumo hoy que es toda mía y aún así no puedo prometerte no ofrecerte la excusa de que no sé ser de otra manera y que igual sí te he mentido en alguna cosa.
Que no he superado algunas personas pasadas que aún tienen efecto sobre mí y me hacen daño y, sobre todo, que no estoy todo lo enamorada de ti como quisiera estarlo.
Te juro que lo he intentado todo este tiempo de forma activa, encontrar la manera de enamorarme de algo que me gustara de ti y extrapolarlo a todo lo que tú significas, pero ahora solo lo veo como un intento absurdo de estar en el mismo punto que tú, de ser consecuente, de intentar darte lo que mereces y lo que a veces pienso que necesitas.
Ojalá esta cuarentena nunca se hubiera alargado tanto, al menos no lo suficiente como para permitirme cagarla como lo estoy haciendo, alejándome de ti de forma impuesta.
Intento ser sincera contigo y decirte cómo estoy y explicarte a la vez mis fallos, porque así se hacen más pequeños y obtengo ese perdón que trae el consuelo que solo tú puedes darme.
Pienso mucho en por qué a veces soy de una manera determinada y creo que solo ahora después de llorar tras escuchar tres veces a Luis Fercán tengo la respuesta.
Ha sido fugaz y para mí mucho más bonito de lo que imaginé, mucho más didáctico de lo que soñé y más real de lo que tuve nunca.
Me aterra ver cómo me siento encajando lo que para mí es una primera derrota en vísperas de ser una batalla perdida. Me siento sola de una manera distinta a todas las demás, porque además siento que te he fallado. Que te he querido bien por primera vez y que sólo eso ya me está jugando una mala pasada.
Ojalá el desconfinamiento se porte mejor conmigo de lo que lo ha hecho hasta ahora y me traiga una imagen sencilla de todo esto y una respuesta más fácil de la que tengo ahora en mi cabeza.
Quiero quererte y ayudarte y estar ahí para ti, pero también quiero vivir mi vida hasta exprimir la última gota.
Se que es incompatible y que tú lo desaprobarías, que tratarías de entender y que no hacerlo te enfadaría.
Te pondrías a la defensiva y me atacarías, y tu orgullo dolido me dejaría de lado.
Lo que a mí me perturba no es lo que he hecho (sin hacer en realidad), es todo lo que lo he disfrutado mientras sabiendo que lo pude cortar mucho antes y que no sentí tal remordimiento cuando tuve que sentirlo.

Mi conclusión plantea varias hipótesis. O me estoy volviendo loca, la excusa más barata que tengo, o te estoy dejando de querer a marchas forzadas, o me estoy dejando llevar por un impulso que aunque yo pienso que necesito, en realidad no lo hago.
Por favor, que sea la tercera y que encuentre esa solución antes de que me encuentres tú.

martes, 17 de marzo de 2020

6 días Covid 19

Si una pandemia vírica no hubiera paralizado mi vida, y la de todos, hoy podría ser todo un poco diferente, creo. 
A estas alturas ya me habría quitado de encima dos asignaturas del máster, espero, y estaría más cerca del abismo de llegar al término académico pactado desde niña y entrar en la recta final con dos asignaturas de nombre bonito pero difícil resolución. 
Ya habría hecho mi cuarto combate en ciernes de una derrota multitudinaria con más ojos de los acostumbrados en mí y más presión de la que en realidad me gusta soportar. Y aunque con miedo, habría sentido la adrenalina de enfrentarme a lo que me paraliza otra vez. Siempre habría sido una victoria para mí.
Probablemente no hubiera movido ningún hilo que me acercara a las puertas de mi próximo futuro, el que se va a desarrollar lejos de casa. Ese miedo me paraliza de forma distinta, me ridiculiza de una forma en la que ni siquiera quiero pensar.
Pero este virus, que por el momento no ha tocado nada querido en mi vida, solo me ha dado tiempo para poner un poco de orden y arreglar el caos. Estos días anteriores he sentido que no puedo parar, que me voy encontrando una cosa tras otra y que, aunque llego a todas casi exhausta, siempre me digo que dentro de poco podré parar, que solo me fuerzo a hacer cada cosa y llegar a cada momento porque después podré descansar.
No he estado disfrutando del todo de las cosas porque lo importante lo he ido posponiendo poco a poco hasta llevarlo a un límite doloroso. Y el resto de cosas que he ido haciendo solo han intentado tapar, como las nimiedades que son, la magnitud a la que he cerrado los ojos.
Ahora sé que ha sido por miedo, que no quiero afrontar el hecho de tener que irme de casa una temporada y menos tener que planearlo yo asumiendo que, si sale mal, será mi culpa. Porque he mantenido la idea de que me tengo que ir, que me va a venir bien y que voy a aprender mucho. Sé que llevarme a ese límite me va a hacer crecer, pero también sé que el estrés que por el camino voy a tener que sobrellevar me va a cambiar mi forma de ser. Y que entonces no podré pedirle a papá que venga a buscarme porque seré yo quien habré elegido esto y por tanto quien tendré que sacarme de allí. Estoy cagada, es la verdad.
Ni siquiera el coronavirus y el estado de alarma consiguiente han conseguido que me ponga en serio a tratar de solucionar mi futuro. A buscar una salida.
Siempre digo que mañana encontraré algo que me satisfaga pero al final siempre hago lo mismo. Siempre sufro porque pospongo las cosas, pospongo recoger porque me da pereza, pospongo estar al día con la universidad, al día con los amigos que veo menos, al día con lo que debo hacer, con decirle a los demás a quién quiero y cómo amo... Y lleno mi tiempo de cosas insignificantes que no me hacen sentir plena. Solo cuando las cosas se me vienen encima entonces las soluciono, y solo cuando sale bien me siento completa, me siento útil y me siento de verdad yo. 
Pero eso solo ocurre un día de cada mes, y el resto me lo paso claudicando por tenerlo todo más fácil.
Al final siento que, aunque está en mi mano cambiar como soy, no tengo el valor suficiente para hacerlo. 
Cierro entre lágrimas de impotencia suplicando ser más fuerte mañana.

jueves, 12 de marzo de 2020

Next to me

No sé cómo nombrarte o describirte. 
Pensé que sería diferente, pero todo lo habría sido en este punto. No es que tuviera un imagen en sí de cómo sería la primera vez y en realidad estaba bastante segura de que, precisamente, no estaría segura de estar haciéndolo bien. 
Sé que en parte también es por eso. Siempre tengo la corazonada de que hay algo que no está del todo bien. Pero esta vez también es diferente a las demás. Pese a todo, siempre quiero quedarme y seguir contigo, nunca me he sentido tan cómoda como ahora y este nuevo yo que estoy descubriendo es sin duda en parte gracias a ti.
Quizá al principio pensé que me conformaba y que era solo un juego, y aún hay veces que pienso que lo es. Sé que está mal, esas conductas me avergüenzan y creo que no me definen. 
Porque, además, tú lo haces bien y haces todo lo que creo que se necesita para que yo quiera quedarme. El problema es que a veces yo no quiero quedarme en ningún lado y hay una parte de mí que siempre quiere irse. Y ahora creo -y espero- que me voy a ir de verdad, a vivir de verdad y un poco sin límites. 
No puedo esperar que entiendas sin fisuras que a menudo habrá algo que ponga por delante de mi felicidad y que sea siempre una prioridad. No espero tampoco que entiendas que a veces yo no soy mi prioridad y que no me elijo a mí, que deposito esa felicidad en la gente que me rodea y que, aunque yo no quiera o lo niegue, últimamente se está convirtiendo en un monstruo insaciable que siempre quiere más y más, y que en realidad cuanto más feliz es, más infeliz soy yo. Y ahora que me estoy dando cuenta de que eso pasa, no se frenar la bola de nieve porque haga lo que haga nos va a afectar a todos.
Pienso a menudo que a ti todo esto no debería turbarte porque no deberías vivirlo, porque supone un freno en tu vida y porque en realidad nunca te aceptarían y eso me dolería mucho. Necesito que lo entiendan y necesito que sea al lado de alguien que lo haga más fácil.
Supongo que eso me va a destrozar un día porque al final la única que no va a ser feliz soy yo. Apelo al instinto perdido y un poco egoísta que debo tener en algún lado para que equilibre un poco la balanza.
Sé que todo esto es injusto para tí. Yo quiero estar contigo pero creo que no de la misma manera que tú quieres, y a veces siento que te voy a hacer daño con algo que haga sin querer, o que no voy a poder mantener esta promesa de papel de fumar que te he hecho.
También sé, y es lo que más me perturba, que tú también lo sientes y que tienes miedo de que me vaya, el mismo miedo que tengo yo de querer irme lejos de todo el mundo. Tienes miedo de que quiera empezar una vida diferente en la que ya no tengas cabida, al menos no de esta forma. Te prometo que yo también tengo miedo y que quiero hacerlo bien contigo. Quiero ser la persona que crees y que quieres que sea. 
Quiero verme en tus ojos y que el reflejo me guste. 
Te pienso a menudo cerca de mí, tan cerca y tanto tiempo que a veces me asusto. Es lo que más me gusta de ti, que no me canso, que no tengo que hacer el esfuerzo continuo -al menos en lo esencial- de tener que gustarte porque ya has visto lo que necesitas para quererme. No tengo que esforzarme y cansarme en mantener una imagen todo el tiempo, y por eso puedo estar contigo sin tener que pensar en cuándo poder ir a casa.
Es eso lo más importante, que contigo se me olvida que tengo que ir a casa y que, en realidad, parece que pudiera estar en casa contigo (solo contigo y el gato).
Pero cuando vuelvo a una realidad sin ti me pesa todo un poco más y te siento de pronto más lejos, me hago pequeñita y me encierro.
Porque la gente no sabe de ti, no entienden (AS).
Me siento muy atraída a todo lo que estoy aprendiendo contigo y de hecho me siento mejor conmigo misma porque me comprendo mejor. Te lo debo. Te lo voy a deber siempre y en ese sentido te voy a querer siempre, aunque sea a mi manera. Y por eso no quiero hacerte daño y quiero darte toda la felicidad que te mereces. Voy a estar ahí para ti de la forma en la que creo que necesitas porque, además, siento la deuda más bonita que podía sentir: por primera vez hay alguien detrás de la pantalla que siente por mí lo mismo que yo, y que, además, se preocupa por mí de la forma más sana posible. Al menos en eso quiero pensar.