miércoles, 23 de noviembre de 2022

Gi

Cada vez que me cruzo con un pensamiento tuyo a lo largo del día siento que me saca de lo que esté haciendo y me hace pensarte, me roba el tiempo para volver a ti. Como si parandome a pensarte no te hubieras ido, no hubieras desaparecido del mapa. Te hiciste invisible. Te leo en nuestras promesas, en nuestras risas, en todo lo que nos dijimos y nos prometimos tan solo hace unos meses. Estabas ahí, a unos minutos en un mensaje y a miles de km de mí. Sigues estando a una distancia inabarcable, insoportable, pero esta vez ya no nos tenemos. Las noches se me hacen imposibles sin un mensaje bombardeandome el móvil, negociando la hora de llamar. Todos los días mi momento favorito de la noche, acabar y verte ahí, a punto de caer rendida. Escucharte la risa, la luz de tus ojos, tus palabras enrevesadas. 
Te fuiste Gi, te llevaste una parte de mí, como cada vez que te alejaste en el pasado. Pero esta vez se siente diferente. Pensé que sería la última, que está vez sí, que nos debíamos mucho más de lo que teníamos. Las primeras veces sentía que me moría de pena por dentro, que iba a deshidratarme de tanto llorar, que me iba a volver loca si no me hablabas. Que no podías irte, porque yo te quería. Más que nadie en el mundo, pensaba, más que nadie se había amado con nadie. Rompiendo todos los techos, con el corazón en la mano. Porque estaba hasta las manos, que dirías tú. No había nada más allá que tú, ni nadie que pudiera despertarme tanta electricidad. Tanta compenetración. Tanto todo. Todo sin ponerte un dedo encima, imaginado como sería.
Cada vez que te ibas, y después volvías, regresaba contigo la esperanza de que sería la buena, la de verdad. Que esa vez aguantariamos todo el resto del mundo y que encontrariamos la forma de ser.
Y esta vez no fue distinta. Medio año aguantamos con el corazón lleno, medio año de vencer las dudas. Dios, como te odie cuando empezaste a apostar por un futuro sin mi, un futuro que no fuera aquí conmigo. Cómo me costó apartar ese pensamiento de mi cabeza y dejarte con tus idas y venidas sin interferir todo el tiempo para decirte que era una locura que no me estuvieras eligiendo. Que te estabas equivocando.
Yo ya sabía que lo peor de perseguir a alguien es hacerlo cuando ni siquiera esa persona sabe dónde va. Ni siquiera tú podías contigo.
Y de pronto, de un día para otro, te fuiste. Te diluiste, de pronto no tenías tiempo para mí. De pronto esos 10 mil km que nos separan se volvieron uno a uno como un cuchillo con cada excusa. De pronto no podíamos encontrar la forma de vernos, ni de sacar una hora en todo el dia. Ni siquiera en toda la semana. Ni en todo el mes. 
Y se partió, me dijiste que estabas acomodando tu cabeza para tener esa conversación. Las ausencias nos llenaron todos los rotos con una despedida velada, que no fue. Tenías tantas cosas en la cabeza que yo ya no tenía sitio en ella, estaba corrida del mapa. Ni siquiera tenías tiempo para entristecerte, ni para pensar bien en que se iba a acabar. 
Qué vértigo tan profundo sentí pensando que estaba siendo todo para nada. Que te quedarías allí, que nunca vendrías, que toda la vida que había planificado contigo se acababa ahí, en ese instante y en ese Whatsapp. Nos volvimos cobardes, no respetamos el vínculo, lo abandonamos. Sentí ganas de vomitar cuando entendí lo que significaba perdernos. Recuerdo el pinchazo en la boca del estómago, el dolor físico y las ganas de llorar instantáneas. El cuerpo recibió la bofetada sin anestesia. 
Yo pensé que esta era la última vez que entrabas en mi vida, en mi corazón, en mis ganas. Que si te ibas, cerraría por fin la puerta. Ya no me podrías hacer daño otra vez. Eso me calmo al instante, sentí que era una decisión madura, lo correcto. Y en realidad era lo único, lo que tú también necesitabas para poder vivir allí tranquila, sin recovecos de mí de forma intermitente.
Los primeros quince días pensé que esta vez, al ser la última, sería mucho más fácil. Que ya sabía lo que era estar sin ti, que al principio me dolería y luego me acostumbraria a la pena constante. Y no fue así. No te pensé ni la mitad del tiempo, ni te llore. Ni entre en tu conversación mil veces arrepintiendome de haberte dejado decirme aquellas cosas con las que te despediste. No lo hice. Pensé que se acababa ahí y se iba contigo la sensación de dolor en el pecho, como si se me estuviese resquebrajando el corazón.
Hice mi vida, mis exámenes, contigo en la sombra apareciendo en mis interacciones de instagram, como una extraña. Como si fuesemos amigas. Pero tú me habías silenciado, de pronto sentí el silencio.
Desapareciste, te fuiste. Ya no te veia, ni una sola foto, nada. Ninguna actualización de tu vida por ningún lado.

Llego entonces lo que pensaba que no me acompañaria nunca más. El dolor de tu ausencia, ese silencio de madrugada de saber que no ibas a llamar. Un mes duró la calma. De pronto tus recuerdos lo llenaron todo, todo. Todas las horas del día otra vez. De pronto estaba leyendo otra vez esas promesas veladas, ese Airbnb que no reservamos. De pronto todas las canciones que sonaban hablaban de ti, de una ruptura odiosa. De pronto no podía estar con nadie que no fueras tú, y qué mierda. Llegaba la noche y se me caían las lágrimas en un segundo, con un solo recuerdo cruzando mi mente. 
Me siento desgarrada por dentro, absurda por esperar todos los días un mensaje que no va a llegar, una excusa de felicitación que ni siquiera has debido de recordar. Me siento estúpida por no ser capaz de volver al pensamiento de indiferencia, de odio por no querer tenerme.
Solo te lloro, todas las noches, sin consuelo hasta que me quedo casi dormida. 
Yo sé que es tiempo, que todo pasará. Que tu recuerdo cada vez se hará más pequeñito y dolerá menos. Porque dolerá. Pero dios... ¿Cuánto más?

No hay comentarios:

Publicar un comentario