lunes, 9 de marzo de 2020

Entre mis cuatro paredes

No recuerdo el momento exacto en el que empecé a orientarme por las paredes de casa cuando se apagaban las luces, ni cuándo empecé a ser yo la última en apagarlas. Solo sé que tengo memoria táctil de los muebles, y que aunque cambien y se modernicen, mis dedos van a seguir conociendo su tacto aunque cierre los ojos. Sin miedo a chocar, a perderme o a no encontrar algo. Por eso sé que estoy en casa.
Recuerdo mi primera noche aquí, muerta de miedo. Recuerdo muchos años de pesadillas al apagar la luz, recuerdo abrir la puerta de la cocina para escuchar a mamá, recuerdo los sueños recurrentes que me inmovilizaban y el beso de papá antes de acostarme. Recuerdo echar de menos el otro piso, echar de menos soñar en blanco y saberte al lado.
Hoy también sé cómo cruje el suelo cuando pisas con toda la planta, el tictac del reloj cuando reina el silencio y quién viene por el pasillo por cómo deja las llaves. 
Por eso tengo miedo de irme a un sitio al que no tenga recuerdos, por si acaso no me da tiempo a construir unos nuevos, por si cuando vuelva a casa ya no es casa de verdad y me vuelvo a chocar como cuando tenía 9 años. Tengo miedo de volver a tener miedo y volver a las pesadillas lejos de casa.
Sería todo más fácil si no tuviera que empezar de nuevo y si me quedara aquí, siendo capaz de cerrar los ojos para andar por casa sin temor a chocar. Sería más fácil si metiera mis ganas de irme en una mochila y la colgara como un cuadro, y ya.
Pero me tengo que ir fuera de mi habitación y de mi paz para llenar de mí otra habitación que no es esta y que, aunque no me pertenezca, se llene mis recuerdos cuando me vaya a dormir.
Supongo que ese es el primer paso 

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