Mi cuerpo ya no me pertenece. Lo que siento ya no es mío. Lo que pienso dice menos aún de mí misma.
Solo consigo encontrarme cuando estoy sola en la habitación. Y entonces vuelvo a ser yo, unos minutos al día.
El resto del tiempo finjo que soy esa persona que crees conocer muy bien. Esa persona a la que le gusta dormir, comer y ver series como a todo el mundo. Esa persona que hace chistes malos y que tiene mal humor cuando madruga. Esa persona que juega al fútbol. Esa persona a la que parece darle igual lo que acabas de decir.
Pero si me conocieras esos minutos al día, sabrías que esa faceta mía es tan minoritaria que apenas te diría nada de mí. Porque tampoco sabes nada de mí. Si me montara en un vagón de metro y me quedara hablando durante dos horas con un desconocido, sabría de mí lo mismo que dices tú saber.
Así de impertinente es mi obertura.
Cierro los ojos y abro la puerta a esa parte de mi que se ha escondido siempre tras un mechón de pelo y unas gafas de pasta. Y cuando esa parte cruza el umbral, me siento tan distante que ni siquiera me reconozco en el espejo.
Me da miedo proyectarme así, así de diferente. Me da miedo quererme conocer del todo y dejar que el resto lo haga.
En mi caparazón no estoy del todo cómoda (de hecho nada cómoda) pero es la salida más fácil y cobarde que se me ocurre.
Acaba de volver a cerrarse la puerta y se me han acabado los minutos.
Vuelvo a ser esa persona aburrida que crees conocer. O quizá he encerrado la faceta diferente y estás a punto de conocerme.
sábado, 23 de septiembre de 2017
Quién sabe
martes, 12 de septiembre de 2017
Imagínate
¿Te imaginas dando siempre la respuesta que la gente quiere oír? ¿Como si satisfacerles a ellos fuera mejor que satisfacerte a ti?
O como si en realidad tuvieras siempre la respuesta acertada para todo. La que dice la verdad y escuece un poquito ahora y un poquito en el futuro. Como echar agua oxigenada en vez de alcohol.
Como si pudieras responder siempre en una décima de segundo lo que es mejor para todas las partes.
Imagínate que pudieras decir: "yo ahí no me meto porque me voy a hacer daño". Imagina que puedes agarrarte las ganas, hacerle un nudo y tirarlas al mar. E imagina, además, que ese nudo no se queda varado en la orilla.
Imagina que incluso cuando te metes sabes cuándo parar, cuándo retirarte sin romperte demasiado. Como si pudieras decir: "hasta aquí, que luego pica mucho más". Y pudieras irte y dejar todo como estaba; a las personas como estaban: sin conocerte mucho.
Imagina que le puedes decir "no" a esa vocecita de dentro que chilla "qué más da. Un poquito más."
Imagina que puedes controlarte y dejar de martillearte con lo mismo todo el día, tomando decisiones en silencio y haciendote promesas a cada punto y seguido.
Solo imagínate que puedes.
Y lo que más cuesta, imagina que después de habertelo imaginado todo, eres feliz.
Aún estoy aprendiendo a imaginar así. Estoy en pañales y no sé qué es mejor, que sepa o que no.
jueves, 7 de septiembre de 2017
Te conozco bien
Disfrutar de la soledad en la compañia de los demás. Como si te pudieras recluir dentro de una bola transparente en la que te ven pero no te traspasan.
Y tú estás ahí, entre la multitud, siendo parte de ella sin proponértelo pero sin incordiarte.
Estás cómoda ahí, sabiendo que nadie puede rasgar. Sintiéndote libre e independiente. Segura y cómoda con esta nueva situación que te has permitido disfrutar.
Casi imponiéndote una soledad terapéutica para que emocionalmente recuperes y puedas ser una persona social con problemas burdos, aburridos y banales.
Tú, que lo haces todo interesante, sientes la satisfacción de conocerte mejor que nadie. Y a la vez, inevitablemente, la certeza de que nadie podrá llegar tan profundo como tú crees que puedes hacerlo.
Te sientes perfectamente distante respecto a los demás, y te parece bien. Todo está bien porque tú has asumido tu rol social. Participas e intervienes las veces suficientes para saber que estás ahí y estás bien, para no preocupar a nadie. Porque es verdad, todo está bien contigo mismo. Lo que está mal es la mentalidad de que la compañía social es mejor que la personal.
Y en realidad eres tú quien se preocupa más de lo necesario, quien planifica para tener a todas las partes conformes. Porque así crees que lograrás estar tu conforme.
Y entonces das el paso. Te aislas, esta vez de verdad. Eliges el camino unidireccional de la soledad y lo eliges con todas sus consecuencias. Pero tú ves el lado bueno, el lado positivo. Porque lo hay, siempre lo hay cuando se trata de conocerse mejor.
Y toda la gente que volaba muy cerca tuyo empieza a hacerlo cada vez más y más alto. Y tu ahí no puedes respirar, hace más frío de lo habitual. Así que decides seguir volando, ocasionalmente encontrándote con esas personas. Esas que te hacen pensar que tú ya no eres la misma. Es verdad.
Ahora ya no te puedes esconder. Y tu lema luce mucho más claro ahora:
Yo, me, mí, conmigo. Presente singular de la primera persona para todo.
Y solo cuando lo asimilas es cuando empiezas a disfrutarlo de verdad.
"Sí, me he conocido. Y sí, estoy encantada de haberlo hecho."