miércoles, 9 de agosto de 2017

De camino a casa

Voy en el coche y el motor ronronea entre las calles de Madrid. Cruzamos Plaza España y Príncipe Pío en un suspiro, un descenso incesable por donde circulan los demás vehículos sin darse cuenta que vamos al lado. La ruta es suave y las ruedas parecen acariciar el asfalto, la noche, que no es estrellada, refleja a veces en las farolas los restos de un día que toca a su fin.
La luna, llena sobre el cielo no tan azul, se ve más brillante que el Sol, más cerca. Sonrío al imaginar que estamos viendo el mismo astro desde la otra punta de Madrid. Que quizá tu has salido a tirar la basura y te has fijado, y aunque sé que no es así, te has acordado de la noche que caminamos Retiro abajo deseando verla llena otra vez. La luna, y ahora lo que queda de lo que fue.
La música llena el espacio y desde mi asiento de copiloto la subo y empiezo a cantar. Miro relajada por la ventanilla como si fuera la primera vez que veo el arcén, los edificios y las casas al fondo.
Me fijo en los carteles y todos los destinos que marcan e intento imaginarme en todos ellos, haciendo escala en los moteles iluminados y las vías de acceso (y de escape, quiero pensar).
Me noto distanciada de todo lo demás, deseando que el viaje se prolongue unos minutos más, que esta sensación me acompañe al menos tres canciones de vuelta.
Aeropuerto, T1 llegadas. Cojo el teléfono y llamo. Contestador. Llamo otra vez. Hablamos. No estoy nerviosa, solo quiero verte salir por la puerta del parking arrastrando tu maleta, con la cara quemadita y el sombrero en la cabeza. Levanto la barbilla y las sonrisas se encuentran, la tuya aterriza provocando todas las ganas de repente.
Hace frío en la calle. Agosto en el corazón pero invierno en la piel. Subes al coche y volvemos. Hablamos como si no llevaras días fuera y sé que aunque no me interesara lo que cuentas te escucharía igual. Sé, mientras suena una canción que me pone aún mas blandita, que el miedo que sientes de pensar que alguien se ha vuelto un extraño pasa, igual que pasa el echarte de menos en mis planes; hablarle de ti a los extraños, y hacer como que estás ahí a cada instante.
Y cuando ya estamos llegando suena de pronto y por primera vez en años, Alex Ubago. Te bajas del coche ignorando la magia del momento y siento que se me activa un interruptor dentro. Mis emociones están de vuelta y escucho prender los fuegos artificiales.
Mi corazoncito y la coraza lo celebran como una fiesta, y entre que vuelves a entrar, me da tiempo a poner solución a cuatro guerras mundiales.
Echar de menos duele el primer día y se acopla el segundo. El tercero hace cosquillas y el cuarto es negación. En el quinto duerme, pero al final de semana se despierta con cuatro besos y tres risas.
Estás aquí, conmigo.

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