sábado, 27 de agosto de 2016

Paranoia.

Me siento increíblemente culpable hoy.
Culpable por admitir por fin una única y certera realidad. No hay reciprocidad en palabras amables, son una falsa careta para esconder la verdadera intención y al verdadero asesino.

Ni siquiera sé si ha sido desinteresado alguna vez o si en realidad todo ha sido un medio para un único fin: anteponerte incluso en el ámbito más absurdo y patético de la verdad.
Y yo he permanecido impasible ante la traición y ante la siempre breve esperanza de hacer duradero algo que probablemente nunca existió.

Nunca he pretendido tener la razón y tú siempre has decidido optar por esa opción, tu verdad era la única y así había de ser.
Probablemente pienses que aún tienes razón, que me estabas haciendo un favor, que todo esto era por mí. Pues bien, púdrete en ese mundo paralelo que tu cerebro ha creado. No has sabido si no coger lo mejor de mí y aprovecharlo hasta la saciedad.

Siempre ha sido un sentimiento que ralla la esclavitud mental y la sumisión completa. No entiendo que puedas vivir con esa actitud elitista ni un segundo más. No eres más que la escoria con la que te juntas.
Sin más, no arriesgaré ni un minuto de mi tiempo en tratar de comprender tus ataques de pánico a las tres de la mañana, no más.

Debería saber elegir quien, entre toda la basura colindante, merece un sitio a mi lado, pero resulta que en este baile de máscaras todos somos carne podrida que no puede salvarse.
Culpable por haber pretendido traspasar las reglas de lo establecido cuando la única ley era la no escrita.
Es definitivo, no tengo ni puta idea acerca de ti pese a tus infinitos intentos de mantenerme al día.
Pues bien, el día ha llegado. Ciega, sorda y muda ante todo lo que se te ocurra decir. No-soy-para-ti.

Veredicto, culpable.

viernes, 26 de agosto de 2016

Y a ti, ¿a qué te huele la lluvia?

Huele a lluvia en Madrid y hace tanto calor que resulta inverosímil que el cielo haya decidido conceder una tregua y premiar con un poco más de gris el skyline de mi ciudad favorita.
Huele a lluvia y hoy me siento más sinestésica que nunca. Quizá no consiga anclar un olor a una persona ni a un recuerdo pero sí, e irremediablemente sí, a una posibilidad de futuro ambigua que se cierne ante mí con tantas posibilidades como las hay de que se acabe el mundo mañana. Y si no puedo anclarlo, sólo queda que la brújula señale en la dirección correcta, y si es el sur, que sea porque has perdido mi norte. Allí no deja de llover y no sirven ni paraguas, ni chubasqueros ni chalecos impermeables que te libren de que el aguacero te cale hasta el corazón. Y si esquivas las pulmonías y las arritmias que causan las lluvias, quizás puedas llenar un mar donde quiera bañarme.
Huele a lluvia y a humedad y a todos esos días de verano en los que la quietud, la calma y la madrugada te envalentonan más que el alcohol y la fiesta en invierno.
Y si como Rozalén, tengo que gritarte lo que siento, que sea después de un diluvio, no vaya a ser que se te quede el corazón ciego en el ojo de la tormenta.
Huele a lluvia y la humedad se mete en cada poro de mi piel e invade cada centímetro de mis pulmones reemplazando la frustración diaria que supone vivir expirándote todo el tiempo. Y nunca consigo llegar a aspirarte por completo porque te esfumas, te vas sin ni siquiera darte la vuelta y echar un vistazo para ver cómo estoy o con la esperanza de que pueda detenerte. Y sí, vuelves, vuelves cuando creo no necesitarte y lo haces como si Andrés Suárez estuviera pidiéndotelo, y yo vuelvo a echarte de menos en las conversaciones cuando aún no han acabado, siempre temiendo el momento en el que decidas irte.
Huele a lluvia, a geosmina, a petrichor y en esencia huele a ti. Este fluido etéreo, sutil y vaporoso que me embriaga es casi como un veneno en manos de un loco que inestable y jodidamente sensible, no tiene más remedio que suicidarse y acabar con la agonía. Quizá eres el arma y yo no tengo balas, ni puntería ni ganas de fallar.
Huele a lluvia pero ya no se si parece que va a llover.

lunes, 15 de agosto de 2016

Que le jodan.

Es de esas noches.
Lo he vuelto a hacer, pensar.
En ti como idea abstracta y en ti como todos los planes que mi mente reserva para los dos.
En faltar a una promesa, hablarte y mandar la poca salud mental que me queda a la mierda. Y si me pierdo por quererte, me da igual. Total, me estoy perdiendo absurdamente por no hablarte y no decirte las ganas que tengo de volver a una rutina contigo. Es verte en foto y echarme a temblar. No vale la pena mentirme sobre el daño que me puedes hacer. Está hecho.
En lo vivido y en lo efímero que resulta cuando ves el ojo de la tormenta a quinientos kilómetros y no desde el epicentro. Últimamente, mis terremotos arrasan con todo.
En lo que me da miedo a vivir, y esto sí que me quita el sueño. O me lo da, según se mire. Soñar prohibiendo una realidad que se expande por cada poro de mi piel y que duele como mil cristales que penetran sin dudar. Y mi piel no resiste las embestidas, en algún momento la pared va a ceder y va a salir la verdadera realidad, la única. Ningún tabú y ninguna persona va a poder retenerme las ideas con las manos y al final me voy a escapar y me voy a perder entre las olas.
En la necesidad imperante de ver, tocar, sentir y vivir lo que hace poco empecé. Es mi momento, esta vez sí, no quiero ni puedo perderlo.
En mandar a la mierda a todas las personas comodín que se empeñan en llenar un vacío que no puede saciarse.
Sólo yo puedo.
En liberarme de todas las emociones que he estado reteniendo, esforzándome porque no salieran para que a mi alrededor, la vida siguiera igual para todo el mundo.
Pero nada es igual, o quizá soy yo, que estoy sumida en un permanente y perpetuo cambio y no puedo anclarme a un sitio, una persona, un recuerdo o una emoción.
Necesito vivirlo todo y que el tren de altibajos no pare de subir y bajar, que no frene, que no se vuelva constante y aburrido, que no termine nunca, que no me prive de hacer todas las locuras que me faltan.
En dejar de soñar despierta todas las cosas que no pueden conseguirse, para así aliviar mis demonios y suspirar en paz que soy todo lo que tengo y lo que quiero, y que nada ni nadie va a conseguir convencerme de lo contrario.
Lo mismo de siempre, no voy a esperar a que aparezca la persona indicada en el momento justo para protegerme de la hostia contra el suelo, y desde luego, si ha de ser así, que me pille en bragas, con coleta y sin vestir, porque estoy hasta los ovarios de esperar como la vida tiene que tomar parte a mi alrededor.
Que le jodan.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Tu ancla.

Estás por el aire, en todos sitios.
Tus palabras entrecortadas entre las comisuras de mis labios y en las arrugas de mis ojos al sonreír; tus manos despacio, pero nerviosas, como una barrera táctil entre nosotros; tus ojos, firmes pero inseguros en una mirada tímida y llena de todo lo que callas.
Barres mis miedos con conversaciones banales en las que descubro tu inseguridad vestida de movimiento.
Necesitas moverte a mi alrededor porque asumo que a ti también te da miedo quedarte cerca y dejar que me acerque.
Pero detrás de esas ganas de caminar por todo Madrid se esconde el silencio con el que me dejas terminar mis fases de indignación con el mundo y sus catastróficas desgracias. Me dejas ser la feminista que quiero ser, la defensora de los animales que estoy descubriendo, y me dejas explicarte los sentimientos más simples a los que nos sometemos por amor.
Admites tu versión retrógrada y anticuada en la forma de ver las cosas y se enciende una vela dentro de mí sobre todas las cosas que podría enseñarte, y, desde luego, que tú podrías enseñarme.
Atravesamos Madrid buscando un sitio decente en el que seguir hablando mientas me hablas de las excentricidades de tus amigos y mientras yo te imagino hablándoles a ellos de mí. Y descubro en tu sonrisa un atisbo de sinceridad y relajación diferente que me transmite la calma previa de la tormenta.
Y creeme, hoy quiero ser el viento de tu vela, el timón de tu vida y hasta el ancla más grande de cualquier barco para decirte que no tienes que buscar más, que no hay más náufragos que resistan la marea y que aquí nos podemos perder porque hoy sólo quiero que tú me encuentres.
Y me salves.