Me siento increíblemente culpable hoy.
Culpable por admitir por fin una única y certera realidad. No hay reciprocidad en palabras amables, son una falsa careta para esconder la verdadera intención y al verdadero asesino.
Ni siquiera sé si ha sido desinteresado alguna vez o si en realidad todo ha sido un medio para un único fin: anteponerte incluso en el ámbito más absurdo y patético de la verdad.
Y yo he permanecido impasible ante la traición y ante la siempre breve esperanza de hacer duradero algo que probablemente nunca existió.
Nunca he pretendido tener la razón y tú siempre has decidido optar por esa opción, tu verdad era la única y así había de ser.
Probablemente pienses que aún tienes razón, que me estabas haciendo un favor, que todo esto era por mí. Pues bien, púdrete en ese mundo paralelo que tu cerebro ha creado. No has sabido si no coger lo mejor de mí y aprovecharlo hasta la saciedad.
Siempre ha sido un sentimiento que ralla la esclavitud mental y la sumisión completa. No entiendo que puedas vivir con esa actitud elitista ni un segundo más. No eres más que la escoria con la que te juntas.
Sin más, no arriesgaré ni un minuto de mi tiempo en tratar de comprender tus ataques de pánico a las tres de la mañana, no más.
Debería saber elegir quien, entre toda la basura colindante, merece un sitio a mi lado, pero resulta que en este baile de máscaras todos somos carne podrida que no puede salvarse.
Culpable por haber pretendido traspasar las reglas de lo establecido cuando la única ley era la no escrita.
Es definitivo, no tengo ni puta idea acerca de ti pese a tus infinitos intentos de mantenerme al día.
Pues bien, el día ha llegado. Ciega, sorda y muda ante todo lo que se te ocurra decir. No-soy-para-ti.
Veredicto, culpable.