A estas alturas ya me habría quitado de encima dos asignaturas del máster, espero, y estaría más cerca del abismo de llegar al término académico pactado desde niña y entrar en la recta final con dos asignaturas de nombre bonito pero difícil resolución.
Ya habría hecho mi cuarto combate en ciernes de una derrota multitudinaria con más ojos de los acostumbrados en mí y más presión de la que en realidad me gusta soportar. Y aunque con miedo, habría sentido la adrenalina de enfrentarme a lo que me paraliza otra vez. Siempre habría sido una victoria para mí.
Probablemente no hubiera movido ningún hilo que me acercara a las puertas de mi próximo futuro, el que se va a desarrollar lejos de casa. Ese miedo me paraliza de forma distinta, me ridiculiza de una forma en la que ni siquiera quiero pensar.
Pero este virus, que por el momento no ha tocado nada querido en mi vida, solo me ha dado tiempo para poner un poco de orden y arreglar el caos. Estos días anteriores he sentido que no puedo parar, que me voy encontrando una cosa tras otra y que, aunque llego a todas casi exhausta, siempre me digo que dentro de poco podré parar, que solo me fuerzo a hacer cada cosa y llegar a cada momento porque después podré descansar.
No he estado disfrutando del todo de las cosas porque lo importante lo he ido posponiendo poco a poco hasta llevarlo a un límite doloroso. Y el resto de cosas que he ido haciendo solo han intentado tapar, como las nimiedades que son, la magnitud a la que he cerrado los ojos.
Ahora sé que ha sido por miedo, que no quiero afrontar el hecho de tener que irme de casa una temporada y menos tener que planearlo yo asumiendo que, si sale mal, será mi culpa. Porque he mantenido la idea de que me tengo que ir, que me va a venir bien y que voy a aprender mucho. Sé que llevarme a ese límite me va a hacer crecer, pero también sé que el estrés que por el camino voy a tener que sobrellevar me va a cambiar mi forma de ser. Y que entonces no podré pedirle a papá que venga a buscarme porque seré yo quien habré elegido esto y por tanto quien tendré que sacarme de allí. Estoy cagada, es la verdad.
Ni siquiera el coronavirus y el estado de alarma consiguiente han conseguido que me ponga en serio a tratar de solucionar mi futuro. A buscar una salida.
Siempre digo que mañana encontraré algo que me satisfaga pero al final siempre hago lo mismo. Siempre sufro porque pospongo las cosas, pospongo recoger porque me da pereza, pospongo estar al día con la universidad, al día con los amigos que veo menos, al día con lo que debo hacer, con decirle a los demás a quién quiero y cómo amo... Y lleno mi tiempo de cosas insignificantes que no me hacen sentir plena. Solo cuando las cosas se me vienen encima entonces las soluciono, y solo cuando sale bien me siento completa, me siento útil y me siento de verdad yo.
Pero eso solo ocurre un día de cada mes, y el resto me lo paso claudicando por tenerlo todo más fácil.
Al final siento que, aunque está en mi mano cambiar como soy, no tengo el valor suficiente para hacerlo.
Cierro entre lágrimas de impotencia suplicando ser más fuerte mañana.