¿Sabes eso de que a veces te cruzas con la persona adecuada en el momento oportuno?
Lo sabes porque lo sientes en ese mismo momento. Lo sabes porque para que llegue la persona correcta, se han equivocado muchas antes. Lo sabes porque te abraza sin escudos y sin utilizar los brazos, te mira viéndote como si siempre fuera la primera vez y te habla como si el mundo alrededor sólo bailara al compás de sus palabras.
Y entonces tú encuentras el ritmo y aprendes a bailar, con esa necesidad forzada del que no se quiere tropezar. La música suena cada vez más alto y tú bailas cada vez más rápido, más fuerte, más, más, mucho más. Bailas hasta que sientes temblar las rodillas y te escuchas el primer jadeo.
Y en esa primera vez que te roba hasta la respiración, en esos segundos tan vitales, lo ves por fin.
Ves con sus ojos y te miras por dentro. Te ves bailando hasta la extenuación una música que sólo suena en tu cabeza. Te ves casi borrosa, a una velocidad al límite de la caída.
Pensando que no bailabas sola has gastado todas tus fuerzas por girar en la órbita de otro planeta, uno con una acústica diferente y con otros bailarines. Uno al que le gusta viajar y mirar, pero que nunca toca otra canción.
Sientes la debilidad en cada poro, y sientes desfallecer si decides parar. Porque parar significa dejar de escuchar la música, su música.
Y aunque no suene la misma dentro de ti que de la otra persona, tú no quieres parar. Piensas que sintonizará en alguno de tus movimientos y que aprenderá a bailar contigo. Piensas que algún día no te verá deslizarte alrededor, sin hacer ruido por temor a perder el compás.
El metrónomo no te da ni un segundo de pausa, y, si te paras, perderás la música para siempre.
Lo que tú no sabes, y nunca sabrás, es que cuando pares, te verá sin marearse por ir a otra velocidad. Te verá como tú mirabas, te verá y no hará falta música de fondo está vez. Te verá y ya nunca te cansarás del movimiento.
Tu pareja de baile hará entonces el primer movimiento, y sólo espero que no le pises al girar.
lunes, 23 de abril de 2018
El primer vals
jueves, 5 de abril de 2018
Hasta aquí.
Y hasta aquí. Porque podría haber sido otra persona, en otro lugar y en otro momento. Podría haber ocurrido perfectamente así dentro de cinco meses y en otra ciudad. Pero yo habría hecho lo mismo.
Porque no eres tú, soy yo. Siempre he sido yo.
Lo que pasa es que ahora te has cruzado tú y me has mirado de verdad. Como si cada vez que lo hicieras me vieras por primera vez. Con las ganas de la primera vez. Me has mirado con los nervios de no querer que me vaya. Hablabas a trompicones y de absurdeces, y yo me he quedado quieta, sin saber cómo devolverte la mirada, ni qué decir. Porque en realidad sí quería. Y le he puesto todas las ganas que los nervios no se han llevado. Torpe, muy torpemente.
Y por un instante has visto cómo te miraba y te has acercado. Aún más. Y ya no he podido contenerlo dentro. La cerilla ha encontrado la chispa por fin y además de luz ha traído fuego. Un fuego que no se apaga y que a ti no te quema.
Pero recuerda que no eres tú, soy yo. Es mi fuego. Mi cajita de cerillas.
No sé cuánto me equivoco al dejarte entrar. No sé de verdad dónde te estás metiendo. Igual te gusta un poquito más y me enseñas a encender las luces de una vez y me quitas las telarañas, los miedos y los enredos.
Porque aunque no eres tú, yo estoy encontradome cuando estoy contigo.