He encontrado refugio en la soledad. La herida se ha hecho costra por fin y ya no siento la absoluta necesidad de querer arrancármela todo el tiempo.
Me siento mejor de lo que esperaba, aunque peor de lo vívido vivido.
A veces siento que vuelo y las nubes se vuelven algodón y su breve roce me hace levitar aún más fuerte. A veces, me siento fuerte. A veces escucho a Andrés cantar y me embarga una sensación de miedo, porque yo no quiero sentirme así, como él, con el corazón tan roto. Pero el miedo hace que cierre los ojos y me concentre; y entre suspiros consiga la paz que dan unos acordes y la voz más bonita del mundo.
Y entonces sí, me pierdo. Me quiero ir, y me voy.
Me encierro en una habitación sin llave y sin puertas. Tampoco paredes. Me siento mucho mejor y entonces sí (ya sí), abro los ojos.
Ese limbo momentáneo es lo más parecido a encontrarme que he tenido en mucho tiempo. Y cuando por fin lo hago, lo único que vuelvo a buscar es cómo perderme otra vez.
Porque que no te engañen, lo mejor en este mundo no es amar a otra persona, ni siquiera las aceitunas Camporreal o las patatas fritas, lo mejor es encontrarte cuando no sabías ni qué buscar.