miércoles, 19 de julio de 2017

Camino no tan unidireccional a la soledad.

He encontrado refugio en la soledad. La herida se ha hecho costra por fin y ya no siento la absoluta necesidad de querer arrancármela todo el tiempo.
Me siento mejor de lo que esperaba, aunque peor de lo vívido vivido.
A veces siento que vuelo y las nubes se vuelven algodón y su breve roce me hace levitar aún más fuerte. A veces, me siento fuerte. A veces escucho a Andrés cantar y me embarga una sensación de miedo, porque yo no quiero sentirme así, como él, con el corazón tan roto. Pero el miedo hace que cierre los ojos y me concentre; y entre suspiros consiga la paz que dan unos acordes y la voz más bonita del mundo.
Y entonces sí, me pierdo. Me quiero ir, y me voy.
Me encierro en una habitación sin llave y sin puertas. Tampoco paredes. Me siento mucho mejor y entonces sí (ya sí), abro los ojos.

Ese limbo momentáneo es lo más parecido a encontrarme que he tenido en mucho tiempo. Y cuando por fin lo hago, lo único que vuelvo a buscar es cómo perderme otra vez.
Porque que no te engañen, lo mejor en este mundo no es amar a otra persona, ni siquiera las aceitunas Camporreal o las patatas fritas, lo mejor es encontrarte cuando no sabías ni qué buscar.

A mi yo de hoy

Perdón.
Perdón por escribir ese mensaje lleno de intenciones a alguien que las perdió hace tiempo.
Perdón por insistir, una vez más.
Perdón por querer saber cómo estás. Perdón por morirme de ganas de que tú quieras saber cómo estoy yo, así, sin ti.
Perdón por engañarme cada vez que (me) lo repito y cada vez que me ilusiono.
Perdón por no perder la esperanza.
Perdón por, aún sabiéndolo, seguir.

Y sobre todo, perdóname por saber que una parte de mí quiere hacerlo aunque duela, pensando que quizá así escarmiente y te borre para siempre.
A ti y a todos los que vendrán.

Gracias por sacarme esa fuerza, persistir y resistir al impulso de mandarlo todo a la mierda un par de veces al día. No se tuercen mis ganas.

jueves, 13 de julio de 2017

Tú lo sabes

¿Sabes esa sensación de conocer a alguien y pensar que en ese segundo las cosas van a empezar a volar a tu alrededor y van a chocar en cualquier instante?
Pues de repente tú. 
El impacto de conocerte.
La caída de mirarte sin poder esconder la vergüenza que me da hacerlo.
Tropezarme cerca, al azar, queriendo.
El mareo, la lágrima de emoción, el corazón como una bomba a punto de estallar.
No saber decirte que no.
Soñar, todo el rato, sobre todo despierta.
Darme por perdida y entender que rememoraré este recuerdo una y otra vez, hasta que en mi mente tenga el suficiente sentido como para cogerte de la mano y dejar que me lleves.

Y después caer. Me duele aún sin proponerme intentarlo. Duele y es algo que no se va a ir. Aunque tú te vayas, la espina de mi cactus no lo va a hacer, pinchando una y otra, y otra vez.

¿Qué puedo hacer? Yo también quiero dejarlo.