lunes, 29 de mayo de 2017

No más.

Es imposible escapar de un tsunami que lo arrasa todo a su paso. Es imposible aprender a nadar en otras aguas si cada vez que lo intento la marea sube y las olas me arrastran otra vez a la orilla. En cuanto dejo de intentar flotar me hundes.

Te gusta verme ahí, cerca, aunque no lo suficiente como para que te acerques y me toques.
Te gusta que no me vaya para poder irte tú y volver cuando te canses, sabiendo que voy a estar ahí con mi mar en calma y como si fuera una balsa.
Te gusta que a mi me guste esa reciprocidad que roza todos los límites habidos de locura.
Te gusta que me acerque al peñón más escarpado y la ladera más empinada solo para verte y acercarme. Yo que siempre he tenido miedo a las alturas...
Te gusta dejarme rota y clavarme mentalmente tu ancla en el pecho, para que me acuerde que a donde vaya, llevaré tu arena en mis dedos.

Y lo peor era que a mí me gustaba todo esto y casi me gustaba el daño que me hacías sentir solo porque me hacía(s) sentir viva. Me hacía(s) sentir cerca y eso me bastaba, pero ya no.
No más.

martes, 23 de mayo de 2017

Que estalle

Solo quiero liberarlo. Vomitarlo.
Me revienta ser incapaz de dejarlo salir, fluir, ser.
Me revienta meter esa parte de mí dentro de un cajón y cerrar con llave, jugar al escondite con ella y apartarme. Fingir todo el tiempo que no estoy ahí, que no es para mí.
Me revienta darme por vencida de una vez por todas, no verme luchar y no salir de una vez de ti. Como si tuvieras imán. Como si fueras la última persona del planeta.
Me revienta que duela así siempre. Que mi valentía se olvide de mí y me deje tirada cuando mi cabeza grita hasta el desmayo.
Me revienta acercarme peligrosamente al borde y querer mirar, cuando lo único que quiero hacer es tirarme. Sumergirme hasta sentirlo de verdad en los pulmones.
Me revienta no ser capaz de permitirme. Mi juicio lo está nublado todo, el monzón ha caído y la única que se arrasa soy yo.
Me revienta no ser la primera persona en la que pensar, que lo ocupe cualquiera que se acerque a pedir la hora.
Pero sobre todo me revienta que esto me reviente tan fuerte y tan dentro. Solo quiero estallarlo.

lunes, 15 de mayo de 2017

En tu galaxia todo gira

Atravesamos cinco galaxias en una mirada, todos los planetas explotaron y el polvo cósmico que dejaron nos cubrió hasta las orejas.
Mi luna orbitó tan cerca que se creyó planeta, mi constelación de estrellas brilló por última vez y mis asteroides se volvieron locos sin saber sobre quién girar. Por primera vez en años, todo quedó en silencio. Después de que implosionara todo, el cielo se quedó negro y frío.
No fue el big bang lo que sucedió aquella noche, fuiste tú haciendo saltar todas las sirenas de emergencia de mi corazón; bombardeando a fuego lento hasta el último de mis cuerpos estelares.

El Sol dejó de esconderse y volvió a aparecer, y ya nunca hubo oscuridad.

domingo, 14 de mayo de 2017

Rehén.

La espuma se deshizo en el momento que parpadeó. Ella seguía allí, a su lado, impasible. Sonreía cuando sus miradas se encontraban, un par de segundos más de lo que se permitían al día.
Fugaz como el vaivén hipnótico de las olas, acercándose a la orilla incansablemente. Así se sentía, día a día, desde que se conocían. Quería acercarse y empapar, pero solo conseguía ser el faro que se divisa a distancia para que el resto de barcos se acerquen. Quería que ella se acercara y echara el ancla. Inspirara muy fuerte y retuviera la sal en los pulmones para cicatrizar el resto de heridas.
No le costaba verse a su lado. El esfuerzo mental ocurría sintiéndose en choque continuo, incluso como rectas que nunca llegan a converger, o peor, que lo hacen en un punto en el que divergen para siempre.
Cada paso que daba en la distancia de arenas (movedizas) se sentía rehén se unas manos que no permitían su avance y su fin. Y ella siempre estaba a la misma distancia, por mucho que su empeño fuera en recortarla.
Se observaban con el corazón creciendo en el pecho y las ganas latiendo, pero mil obstáculos entre medias.
Sabía que la primera barrera estaba en su cabeza y que en el momento en que decidiera tumbarla, todas las demás, como en efecto dominó, caerían sin apuros.
Las manos de las arenas que la detenían seguían haciendo de su barrera particular un muro cada vez más alto, y ya apenas conseguía saltar lo suficiente para verla.
Solo conseguían colarse un par de rayos de sol al atardecer, y aunque sabía que no debía, escalaba el muro hasta la cima, porque conocía de qué estaba hecho (y las ganas siempre podían más).
Sin embargo nunca podían más que el miedo, y el esfuerzo que suponía escalar a diario nunca lo utilizó para derribarlo de una vez. Se sentía como si le hubieran puesto unas esposas y le pusieran la llave al alcance de la mano.
Podía despojarse de sus principios podridos tan pronto como quisiera, estaba ahí.
Cuánto más se escondía más se encontraba.
Entendió, y dolió casi más que perder su libertad, que para amar a alguien primero tenemos que concedernos la posibilidad (incluso aunque sea remota) de entender que nos pueden llegar a querer lo suficiente como para permitirnos o no tirar nuestros muros, sin preguntas, por qués o ultimátums.
El verdadero amor es la libertad que nos concedemos para ejercerlo, y aunque nace en uno mismo este siempre acaba siendo una prolongación de saber proyectarlo mucho más que los miedos.
La libertad jamás tiene miedo.