Desde hace tres noches pienso que cuando nos volvamos a cruzar vas a olvidarme de repente y eso me va a doler más que cualquier bofetada. Yo no quiero tres días que me hagan cambiar a mí más que a esta etiqueta que compartimos, como las latas en conservas (con fecha de caducidad).
Y sin embargo, sin preveerlo, estás en la salida de la boca de metro esperándome, porque llego tarde. No puedo ni quiero mirarte directamente a los ojos por si me pierdo y me ahogo. Yo solo quiero que pase algo determinante hacia alguno de los abismos y grietas entre los dos precipicios. Odiarte o quererte pero no las dos, y desde luego no a la vez.
Llevas más corto el pelo y más perfilada la barba, sigues riéndote como si fueras la persona más feliz de la faz de la tierra y sigues hablando como si la vida fuera un chiste, tu fueras el monologuista y yo todo tu público. No me importaría serlo.
Pero solo mantienes una distancia de seguridad que quiebra la mía y toda la confianza que he puesto para superarte. Y es tu indiferencia la que me invisibiliza hasta volverme loca. De atar.
No hay manera de que deje de buscarte entre la gente como si me importara un ápice saber algo ajeno a ti, a tu verano, a tu vida. Supongo que estoy fuera y que no tengo derecho, no ahora, a pedirte un vale de entrada directa con ruta guiada.
Ojalá supiera si tú solo estás jugando, y aún más, si quieres ganar o perder, con el pronombre de primera persona de singular que le sigue.
Yo sé que el problema es el tiempo y las ganas, y también sé que la solución de lo segundo es lo primero. Ayudaría no coincidir en este microuniverso paralelo que formamos un día y que no quiere autodestruirse sin hacerlo conmigo. Ojalá no vernos en ninguna de sus tres dimensiones para así no romper cada absurdo intento que hace mi mundo interior por olvidarte.
Ya no sé qué es esto para ti, una conversación un lunes, un partido un miércoles, un adiós con sabor amargo de despedida precoz o dos besos que acarician con cuchillo una sensibilidad que pende de un hilo.
No creo que haya un clavo que consiga cerrar tu agujero igual que tampoco espero que se cierre del todo. Hay heridas que no sangran y que solo duelen cuando tratas de cerrarlas.
Quizá la solución sea acostumbrarme a este vacío tonto que sonríe ante la expectativa de que puedas estar ahí, en línea, en el edifico de al lado, pensando en mí.
Porque sí, de repente tú, todo tú.
viernes, 23 de septiembre de 2016
Fecha de caducidad.
sábado, 17 de septiembre de 2016
Otra de esas noches.
Quizá me equivoque mañana pero hoy tengo razón.
Quiero llegar constantemente más alto de lo que me da la vista al mirar hacia arriba, sin darme cuenta de que las tortas llegan por no saber esquivar los baches del suelo. El suelo del techo es de cristal y no quieras pisarlo descalzo.
Escuchar música nueva que me mueva por dentro y que me queme todos los resquicios de auto realidad que me quedan.
Beber con la calma de la madrugada bajo la luz de la luna y con la compañía que me exige el corazón y no la cabeza. Perder la cabeza y la vergüenza pero no la cordura y saber en qué momento inhibir y desinhibir.
Gritar a una ciudad dormida las penas y las realidades y esperar un eco de valor que me deje actuar de una vez por todas.
Romper con las cadenas del mundo y de su estúpida forma de pensar.
Hacerlo todo mal y que al final del día, vuelva a estar bien o al menos, a no importar.
Comerme mis miedos sin vomitarlos, domesticarlos para que me den la mano y no me la echen al cuello.
Volar con la mente cada noche al mundo en el que soy valiente y libre para actuar por impulsos. Despertar para hacerlos reales en el mundo de los mortales.
Vivir el drama de madrugar y la cortesía de dormir en paz y sin nada más que mi paz en la cabeza.
Echar a todo el mundo de mi corazón y acotar la zona para clientes vip que paguen su entrada por adelantado.
Bombardear mi zona de confort cada noche y prometerme al acostarme que mañana sera un día combativo.
Esperar a que todo salga bien y dejar los planes al destino y al futuro.
Sacar a pasear mis ganas de desfasar y hacerles compañía al despertar.
Vivir la compañía de la soledad sin esfuerzo.
Cambiarme la mirada y que dejen de estar en obras todas las sonrisas que quedan por construirse.
Escribir a todos mis demonios y mandarles una postal desde la quietud de mi tempestad. Otra noche de tormenta.
Otra noche en la que me propongo cambiar el mundo y diseñarlo a mi medida en cinco minutos y sin más opinión que la del cantante que ha sonado por última vez.