viernes, 28 de agosto de 2015

De esos que...

Tienes que ser tú ese que se me cruza por la calle y sonríe cuando respira mi mismo aire. El que deja un rastro en mi nariz que me hace guardarte en mis pulmones. Sin querer expirarte.
Tienes que ser ese que lleva gafas de sol en el metro y el pelo enredado, sin peinar, hacia arriba. O quizá todo lo contrario.
Tienes que ser el que lleva la camiseta de mi serie preferida y el que canta en inglés, un inglés pésimo, una canción de los noventa de la que ya han hecho remix. El que cierra los ojos y mueve las manos cuando escucha la acústica de las guitarras. El que lleva un anillo en la mano derecha con el que juega por nervios. El mismo que se toca el pelo cuando llego tarde. Y siempre llego tarde...
Tienes que ser el que espera sentado con flores, barba, camisa y sonrisa en el metro de alguna estación de pueblo, y a la primera extraña que pase... Irte sin decir nada más y correr hasta la siguiente estación y la siguiente chica. De flor en flor, como tú dices.
Tienes que ser de esos que cuando se enfadan se autolesionan y luego gritan. O quizá sea solo yo.
Tienes que ser de los que ocupan el fondo norte del Bernabeu en una noche de Champions. De los que lloraron con el gol de Ramos. De los que después del fútbol piden pizza y coca cola. Coca cola para mí y cerveza para ti. De esos que yo pudiera inmortalizar en mi retina cuando les viera bebiendo de morro el botellín. De los que se acaloran cuando hay mucha gente en el bar. De los que buscan la barra y una conversación antes que buscarla con el móvil. De los que visten bien. De los que leen a Agatha Christie. De los que cantan en la ducha y bailan en calzoncillos. De los que van medio desnudos y por eso te entran muchas ganas de abrazarlos cuando ves el torso libre. De los que tienen un hueco en el pecho donde mi mejilla se completa. De los que abrazan haciendo cosquillas. De los que te levantan tumbándose a tu lado mientras se quedan dormidos. De los que ponen mi música favorita en el coche y la tararean.
Tú debes de ser de esos solo que aún no te has dado cuenta.

jueves, 13 de agosto de 2015

Cosquilleo.

Llegar a casa es discutir con mi madre por teléfono porque me echa de menos y en el momento de llegada se le olvide todo para darme un beso. Que mi abuelo sonría cuando me lo encuentro en la cocina y me pregunte que qué tal.
Pero sobre todo, llegar a casa es escuchar la puerta de entrada cerrarse y correr para verle. Y que se esconda y me meta un susto y yo solo le abrace. Después de cuatro días. Después de abrazarle con su cabeza en mi ombligo, él sentado en la cama y yo de pie, a las cinco de la mañana, y el beso en el pelo. Y que cuando llegue él se ría fuerte mientras me llama y me envuelve. Eso es llegar a casa. Mi hogar.
Me llena el corazón cuando le digo que se tumbe y a la primera ya está en su lado de mi cama esperando a que le abrace. Que lo primero que haga, incluso antes de hacerme cosquillas, sea ponerme la piel de gallina soplando en mi cuello. Y que sea instantáneo. Y que me diga "no ha cambiado nada", y note su emoción y su alegría al hacerlo.
Y que me cuente de forma resumida sus últimos días, que se tumbe a mi lado para contármelos. Es su forma de decirme que me echa de menos. Y yo lo sé. No nos hace falta decir "te quiero" para demostrar nada, porque sobran las palabras.
Y que me diga que si le he echado de menos por teléfono. Antes de llegar. E imaginarlo con esa carita medio afeitada y su media sonrisa, y sus ojos grandes color café. Ay.
Y que me diga "friego y nos tumbamos", y me deje en su cama, como si fuera la rutina más guay del mundo. Y que ésta huela a recién puestas. A él, un poquito a él. Que me espere mientras me lavo los dientes porque me ha dado antojo de drácula de madrugada. Le quiero todo el rato, joder.
Que me enseñe "las chicas que son muy sociales" pero que yo le diga que no, que solo le tiran la caña. Y él no lo ve, eso es lo más bonito. Que me cuente cosas de sus amigos y pensar que yo le querría como amigo también. Y como persona favorita también. Que me cuente que ha ido a ver a una chica con cáncer al hospital, y "se me han puesto los pelos como escarpias al ver que andaba con la prótesis, me he emocionado y todo". Y yo le quiero a reventar.
Que me diga que está buscando los apuntes de este año para dejarlos a sus amigos, "ovejitas descarriadas". Porque él es el tío más bueno de la faz de la tierra.
Que me enseñe conversaciones con su novia y se ría conmigo de lo que dice. Esa mirada de complicidad.
Que me cuente que se siente desplazado porque yo me llevo el cariño de todos mientras que a él no le defiende nadie. Y se pone tonto mientras lo hace, y claro, yo sólo me derrito y le beso hasta que no puede más.
Que juegue conmigo a adivinar canciones. Las canciones que a mí me gustan, porque sus gustos y los mios son tan parecidos que le gusta descubrir mi música. Y que yo ponga los primeros segundos de "te entiendo", pare le canción antes de que suene la voz y le diga "¿sabes cómo empieza?" y él responda, apenas sin afinar, "puede que esto dure tanto como una noche lunar". Y siga a lo suyo como si yo no me hubiera derretido. Como si no hubiera cantado Pignoise para mí. Y que luego me diga que un concierto de ellos ahora no, pero que ya se vería.
Que sea la persona con la que menos vergüenza tengo para cantar y bailar. Que cante siempre con él. Que él me saque a bailar. A bailar mal, a saber quién peor.
Ese cosquilleo cada vez que roza mi cuello y yo, a la vez, lo intento con el suyo y le regalo un chupetón instantáneo. Que me chupe a todas horas, y diga "ups, perdón, sin querer" y ponga la carita de buenazo que le sale.
Que me deje morderle la barba y él se vengue con mi flequillo.
Que beba ron con cocacola siempre conmigo, que controle cada gota, que no se junte con chusma y que se levante pronto para irse a dormir a mi cama. Que cuando yo no estoy en casa y estoy de viaje, duerma en mi cama. Llegar a casa y ver las sábanas echas un burruño y él trate de explicar por qué duerme ahí.
Y que yo piense que cuando él no está, su habitación es mi bote salvavidas.

Que me haga la persona más feliz del universo.

sábado, 1 de agosto de 2015

Algunas noches tontas.

Por las noches pienso que si existes y vives en mi misma ciudad puedas estar haciendo lo mismo que yo. Dar vueltas en la cama para despegarte del calor mientras esperas a que el móvil suene y que sea la persona adecuada la responsable. Y entonces me pongo nerviosa porque sí, podrías estar haciendo justamente eso. Y entonces pienso en si te gustaría compartir costumbres con alguien que se acostumbra fácil. Si te gustaría compartir miedos antes que cama. Si te gustaría quedar antes que hablar, leer un libro antes que ver una peli, el jazz antes que la bachata, el ron antes que el whisky, la coca cola antes que cualquier otro refresco, las películas de risa antes que las de miedo, el fútbol en un bar antes que en casa, la playa antes que la montaña, y todas esas cosas insignificantes que hacen en sí su propio significado.
Pasear por la playa por la noche porque así no vemos nuestras huellas.
Entrar en un pub con música en directo en vez de en una discoteca ratonera.
Leer por la noche.
Comer helado de madrugada.
Pararte en medio de una calle abarrotada de gente y sentirte libre.
Algo así.
Y sí, puede que a mi sí me apetezca hacer algo así contigo.

Esperanza

Quizá la esperanza sea lo último que se pierde. Quizá lo sea de verdad.
El hecho de que una persona genéticamente defectuosa piense que sus descendientes nacerán sanos y fuertes no es si no la esperanza que habita en el corazón, marchito, del padre o madre en cuestión.
Quizá sea la esperanza lo único que nos hace ver el golpe con menos perspectiva, esto es, el hecho de que exista una posibilidad entre mil de que algo ocurra no significa, ni por asomo, que merezca la pena intentarlo, y el hecho de pensar que sí lo hace, convierte a la caída en menos llevadera. Ello no significa tirar la toalla ante imposibles o improbables, ello significa saber nuestras posibilidades de éxito en todo momento para que así tengamos presentes todas las que no lo son. Quizá ese resquicio a la esperanza es el resquicio al golpe. Saber que las cosas pueden salir mar y no resignarnos fatalmente ante los acontecimientos.

La esperanza es, sin embargo, lo último que se pierde. El hecho de pensar que las cosas van a cambiar sin nosotros hacer algo de forma física hace que dichas posibilidades nos parezcan dudosas y pensemos que en vez de una, tengamos cien. Algo así como soñar sin cerrar los ojos. Volar con la mente al lugar donde tenemos ese triunfo e imaginar las consecuencias. Lo que no solemos valorar, lo que no solemos plantearnos es el resultado de que las cosas vayan mal.
Un mal examen, un accidente, una discusión... La caída duele algo más de lo que merece la pena intentar.
Quizá la esperanza se confunda muchas veces con la fe, con la diferencia de que esta hay que buscarla o crearla, que no es innata. De ahí la esperanza, la fe en las personas. Todo se resume a lo mismo.