martes, 30 de junio de 2015

En nuestro retrovisor.

En un hospital se ven muchas cosas.
Mis ojos grandes buscan "nefrología" en los carteles de señales. Pero en vez de verlo, solo veo "capilla" y pienso en todos los que rezan, en todos los que se despiertan en el sofá frío de una habitación desnuda, silenciosa y triste. Y alternan "capilla" y "cafetería" sin más descanso que cerrar los ojos entre suspiro y suspiro.
Veo médicos con batas largas blancas que se pasean con los ojos pequeños y las instrucciones en la boca, muy muy pequeña también.
Veo camillas y veo personas sentadas en sillas de ruedas con la mirada perdida, o con los ojos en mí y la intención de sonreír. Veo angustia en los que hablan por teléfono, temerosos. Veo muchísimos ojos cansados, con "sombras" llamadas "ojeras". Veo surcos en las mejillas y no oigo gritos, pero si huracanes internos.
Veo niños que no comprenden qué hacen allí y que preguntan todo el tiempo por sus madres.
Veo gente pasearse todo el rato de un lado a otro, con la mirada clavada en el suelo, los brazos detrás de la espalda y los ojos preocupados.
Veo gente leer libros que no había visto en la vida y me pregunto si estos hablan de la muerte o la enfermedad. Ojalá no lo hagan.
Veo paredes claras, sillas empotradas, salas de espera abarrotadas y carteles que rezan "se necesitan donantes".
Veo gente trajeada y gente en zapatillas, y es que claro, da igual quién seas porque el hecho de tener un millón en el banco no te libra de sufrir cáncer.
Veo personas con la cita entre las manos, con las manos nerviosas haciendo papiroflexia con las recetas.
Y escucho "me gustaría mucho que me vinieras a ver" de una chica joven, joder, que podría ser yo en un par de años, hablando por el móvil con un pañuelo morado sobre la cabeza. Y veo mi corazón hecho añicos. "Nada nada, no pasa nada. Si quieres puedes llamarme. Pero bueno, sí, sí, ya sé que estás muy liado. Vale. No puedo hablar ahora. Vale. Adiós, te quiero."
Y la señora que tengo al lado, que no le faltan recetas y de todo entre las manos, le suena el móvil. Lo abre y sonríe. "Hola, cariño. Claro, si tú controlas. ¿Ves como iba a salir todo bien? Si tú eres muy espabilada. Vale, bueno, adiós. Muy bien, mi reina. Tú has llegado al límite, corazón. Adiós cariño."
Lo último que veo, aguantando mi corazón en el pecho porque late desbocado de pena, es a mi madre. Que me sonríe. Se ha quitado las gafas y me sonríe con las comisuras levantadas. Tiene el ebook en una mano y el móvil en otra, y arruga los ojos. Está sentada en ese aparato rojo bendito. La gente la mira de reojo cuando pasa por su lado y por el mío. Yo solo les sonrío. Pero cuando yo no miro, mi madre frunce un poco el ceño y baja las comisuras y veo sus ojos brillar. Guarda el móvil y la oigo suspirar entrecortado. Quizá tiene miedo de otro puto diagnóstico.
Lleva las gafas de sol colgadas, el pintalabios rojo, pero un rojo carmín suave, las manos arrugadas y venas marcadas. El pelo echado hacia un lado, blusa, pantalones y sandalias. La cara un poco bronceada y los ovarios más grandes del mundo. Y cuando me mira siempre sonríe. Me sonríe.
Mi madre se sabe todas las plantas del hospital y sabe cuál de los doce ascensores tenemos que coger para ir a la primera, y luego a la tercera planta. Pero duda sobre la acción de medicamentos de nombre largo e indescifrable, y se lo pregunta al médico con toda la calma. Me mira como diciendo, "escucha escucha" y yo lo hago embobada.
"Yo creo que es la carencia de alguna enzima" me dice. Y yo me río. Ay, mamá. Pero siempre sonríe. Pese a que esa enzima maldita le haga perder un tercio del calcio en los huesos. Pero da igual.
Ella me dice "gracias por acompañarme, cariño" y se me cae el alma a los pies. Y al fin del mundo también te acompañaría, joder.
Y yo me pregunto por qué vemos al médico dos veces por semana. Y el inmenso por qué que me ha estado acompañando toda mi existencia. Pero el médico se limita a poner cara de circunstancias y no preguntar. Es el enfermero quién pregunta qué pasa. Bueno, no pasa nada.
"La sonrisa de una madre, eso es felicidad" dice Shotta, y yo no puedo estar más de acuerdo.
Algún día, me gustaría prometerte, todo va a ser diferente. Por ti.

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