En un hospital se ven muchas cosas.
Mis ojos grandes buscan "nefrología" en los carteles de señales. Pero en vez de verlo, solo veo "capilla" y pienso en todos los que rezan, en todos los que se despiertan en el sofá frío de una habitación desnuda, silenciosa y triste. Y alternan "capilla" y "cafetería" sin más descanso que cerrar los ojos entre suspiro y suspiro.
Veo médicos con batas largas blancas que se pasean con los ojos pequeños y las instrucciones en la boca, muy muy pequeña también.
Veo camillas y veo personas sentadas en sillas de ruedas con la mirada perdida, o con los ojos en mí y la intención de sonreír. Veo angustia en los que hablan por teléfono, temerosos. Veo muchísimos ojos cansados, con "sombras" llamadas "ojeras". Veo surcos en las mejillas y no oigo gritos, pero si huracanes internos.
Veo niños que no comprenden qué hacen allí y que preguntan todo el tiempo por sus madres.
Veo gente pasearse todo el rato de un lado a otro, con la mirada clavada en el suelo, los brazos detrás de la espalda y los ojos preocupados.
Veo gente leer libros que no había visto en la vida y me pregunto si estos hablan de la muerte o la enfermedad. Ojalá no lo hagan.
Veo paredes claras, sillas empotradas, salas de espera abarrotadas y carteles que rezan "se necesitan donantes".
Veo gente trajeada y gente en zapatillas, y es que claro, da igual quién seas porque el hecho de tener un millón en el banco no te libra de sufrir cáncer.
Veo personas con la cita entre las manos, con las manos nerviosas haciendo papiroflexia con las recetas.
Y escucho "me gustaría mucho que me vinieras a ver" de una chica joven, joder, que podría ser yo en un par de años, hablando por el móvil con un pañuelo morado sobre la cabeza. Y veo mi corazón hecho añicos. "Nada nada, no pasa nada. Si quieres puedes llamarme. Pero bueno, sí, sí, ya sé que estás muy liado. Vale. No puedo hablar ahora. Vale. Adiós, te quiero."
Y la señora que tengo al lado, que no le faltan recetas y de todo entre las manos, le suena el móvil. Lo abre y sonríe. "Hola, cariño. Claro, si tú controlas. ¿Ves como iba a salir todo bien? Si tú eres muy espabilada. Vale, bueno, adiós. Muy bien, mi reina. Tú has llegado al límite, corazón. Adiós cariño."
Lo último que veo, aguantando mi corazón en el pecho porque late desbocado de pena, es a mi madre. Que me sonríe. Se ha quitado las gafas y me sonríe con las comisuras levantadas. Tiene el ebook en una mano y el móvil en otra, y arruga los ojos. Está sentada en ese aparato rojo bendito. La gente la mira de reojo cuando pasa por su lado y por el mío. Yo solo les sonrío. Pero cuando yo no miro, mi madre frunce un poco el ceño y baja las comisuras y veo sus ojos brillar. Guarda el móvil y la oigo suspirar entrecortado. Quizá tiene miedo de otro puto diagnóstico.
Lleva las gafas de sol colgadas, el pintalabios rojo, pero un rojo carmín suave, las manos arrugadas y venas marcadas. El pelo echado hacia un lado, blusa, pantalones y sandalias. La cara un poco bronceada y los ovarios más grandes del mundo. Y cuando me mira siempre sonríe. Me sonríe.
Mi madre se sabe todas las plantas del hospital y sabe cuál de los doce ascensores tenemos que coger para ir a la primera, y luego a la tercera planta. Pero duda sobre la acción de medicamentos de nombre largo e indescifrable, y se lo pregunta al médico con toda la calma. Me mira como diciendo, "escucha escucha" y yo lo hago embobada.
"Yo creo que es la carencia de alguna enzima" me dice. Y yo me río. Ay, mamá. Pero siempre sonríe. Pese a que esa enzima maldita le haga perder un tercio del calcio en los huesos. Pero da igual.
Ella me dice "gracias por acompañarme, cariño" y se me cae el alma a los pies. Y al fin del mundo también te acompañaría, joder.
Y yo me pregunto por qué vemos al médico dos veces por semana. Y el inmenso por qué que me ha estado acompañando toda mi existencia. Pero el médico se limita a poner cara de circunstancias y no preguntar. Es el enfermero quién pregunta qué pasa. Bueno, no pasa nada.
"La sonrisa de una madre, eso es felicidad" dice Shotta, y yo no puedo estar más de acuerdo.
Algún día, me gustaría prometerte, todo va a ser diferente. Por ti.
martes, 30 de junio de 2015
En nuestro retrovisor.
viernes, 12 de junio de 2015
Tan fuerte.
Continuamente pienso que el hecho de estar buscando a mi media naranja es un error. Porque mi media naranja nació dos años antes que yo y desde entonces y hasta hoy no he conocido a nadie que se le parezca. Y probablemente no lo llegue a conocer y he ahí el error de la búsqueda.
Porque no hay nadie que me defienda tan innatamente como él, incluso cuando no le toca.
Nadie que cuando entre por la puerta venga corriendo a ver qué tal el examen.
Nadie que le hable de mí a sus amigas.
Nadie que me de a cada hora un abrazo que me haga sentir llena y que me llene. Como la leche en ayuno.
Nadie que ponga a T. Swift y la imite cantando mientras yo revoluciono a gritos la melodía.
Nadie que admire tanto como yo Los Hombres de Paco.
Nadie que sienta con tanta pasión el amor de Lucas y Sara como lo sentimos nosotros.
Nadie que ponga esa sonrisita tonta cuando sale Michelle Jenner hablando.
Nadie que haya vivido el origen de Crónicas Vampíricas y lo continúe ahora otra vez.
Nadie que haya ejercido con tanta naturalidad como él. Mi mejor pareja de inglés.
Nadie que me coja la mano en una película y juegue a pasar su dedo por mi palma.
Nadie que me ponga la piel de gallina con solo rozarme y nadie a quien le guste tanto hacerlo.
Nadie que vuelva a verse una serie conmigo solo para explicarme las partes extrañas y que yo no me pierda.
Nadie que se descargue películas de disney para verlas otra vez conmigo.
Nadie que me haga pedorretas en el ombligo.
Nadie que me deje dormir en su cama.
Nadie que huela mejor que sus camisetas recién lavadas.
Nadie que se levante a las 5 de la mañana para llevarme a la estación.
Nadie que note tras un mes sin vernos que me he cortado un milímetro del flequillo.
Nadie que me deje los calcetines blancos y me queden gigantes.
Nadie que se levante a las 8 pero que se espere a desayunar hasta las 11 por hacerlo conmigo.
Nadie que me haya regalado un disco de Fran Perea.
Nadie que haya parado a Alvaro Benito por la calle para hacerse una foto con él y me la haya dedicado. Las dos sonrisas más bonitas de Madrid.
Nadie que me achuche a las dos de la mañana y se quede hasta que me duerma, y que al irse, lo haga con un beso.
Nadie que se levante a las 7 solo para abrazarme y darme suerte.
Nadie que me aguante tantas horas diarias.
Nadie que se pique conmigo echando un futbito.
Nadie que me saque a hombros del mar porque en la orilla hay muchas algas.
Nadie que me deje acariciarle la barba cuando está a puntito de dormir.
Nadie que se ponga a bailar conmigo porque no quiere tonterías con el pesado de turno.
Nadie que me diga que soy la puta ama y que se lo diga a todo el mundo.
Y tantos nadie, nunca nadie. Excepto él. Él es ese nadie hecho carne.
Porque mi zumo de naranjas se hizo hace mucho tiempo y él se encargó de que nunca se le fueran, y se me fueran, las vitaminas. Y porque él es la mía diaria.
Cómo diablos se puede quererte tan fuerte.