martes, 31 de octubre de 2017

Tarde para cambiar

Mi mundo interior le está ganando la partida al exterior y cada vez son más difusos los límites. Me paso demasiadas horas soñando despierta y cada vez es más difícil hacer click y conectar de nuevo. Cada vez me encierro más tras una puerta con llave de la que solo abro la mirilla para ver lo que ocurre desde el otro lado. Pero la puerta está cerrada para la gente que, muy ocasionalmente, llama. Y está cerrada sin a veces tener yo la llave, o eso me parece; es como si no me permitiera abrirla.
A veces pasan por el descansillo recuerdos que me permití vivir y que ahora solo dejaría que pasaran detrás de la puerta. A veces, en esa habitación tras la puerta hay un poco de luz y música y puedo descansar y dejar de huir.
Supongo que, cuando estoy detrás de ella, hago todo lo posible por simular la vida que querría tener fuera. Y como el placebo que resulta ser, acabo conformándome.
Y es que la expectativa de vivirlo ya es de por sí meritoria de cualquiera de mis devaneos.
A veces, sin querer, me dejo la puerta abierta y alguien se intenta colar, pero entonces suenan tantas alarmas que incluso esa persona se asusta y sale corriendo. Y yo huyo de mi huída todo el tiempo, incluso cuando tomo aliento para poder correr otra vez.
No me permito ni un momento de duda - pese a todas las mentales- ni de error. Y, al fin y al cabo, ese acaba siendo el mío, el que me consume lenta pero inexorablemente las ganas de seguir.
Supongo que en algún momento la puerta dejará de abrirse porque las bisagras (de mi vida) se habrán oxidado lo suficiente como para querer chirriar más. Y yo sé que me quedaré impasible viendo como eso pasa, de igual manera que se consume un cigarrillo encendido.
Mi fuego está muy vivo, y si temo quedarme atrapada para siempre en estas cuatro paredes tras un manillar, casi temo aún más tirar la puerta de una patada y echarme en los brazos de cualquiera que me quiera consolar.
Porque deseo tanto que ocurra que las ganas ganan a todo lo demás y se acaban quedando con mi capacidad de discernir entre a quién sí y a quién no.
Igual esta continua pesadez en la cabeza me aletarga lo suficiente como para dejar de darle importancia y llega el momento en el que no puedo demorar más dejar que mi mundo interior me consuma. Lo está haciendo de forma implacable; y, si te fijas un poco, ya no puedo mantener socialmente la careta.
Tengo un pánico atroz a que llegue alguien que me mire a los ojos y me lea en un segundo todo lo que escribo tras la puerta. Que quiera entrar y no sacarme, sino quedarse a vivir ahí lo suficiente como para querer yo salir acompañada. Me da miedo que me miren a los ojos y me devuelvan una mirada que lo sea todo, que sea la llave, el reloj marcando la hora exacta de esa nueva explosión de big bang de mi corazón.
Y me da miedo porque sé que ya me he cruzado a esa persona y no he querido levantar la cabeza para no enfrentar su mirada, porque entonces todas mis expectativas querrán morirse de realidad.

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