jueves, 3 de enero de 2019

San silvestre

Me vas a odiar.
Bifrontismo que no me deja sacar de mi mente un recuerdo para meter otro. Los dos se conjugan y se pelean por entrar sin saber que lo único que quiero es que salgan. Que no se conozcan, que se olviden de sí mismos, y de mí.
Me vas a odiar porque cuando te cansas de perseguirme apareceré preparada para correr la maratón. Y entonces, 10 metros antes de llegar a la meta, después de una carrera asfixiante en la que no pararías de animar, me daré la vuelta y dejaré de correr.
Ignoraré tus gritos y tus súplicas sin un atisbo de pena ni de crueldad, sin sentir absolutamente nada. Ni por ti, ni por mí.

Tú constancia vestida de ilusión me quitó la ropa en el pistoletazo de salida, me desnudó sin clemencia ante una multitud ávida de ver, de saber.
Y yo no supe qué hacer, cómo tapar esos sentimientos que no dejabas de sembrar. No supe mover un músculo entonces, y tú lo interpretaste como un acercamiento. Tú solo necesitabas que no echara a correr, al menos no así.
Me gritaste -cobarde- y una infinitud de apelativos, todos correctos, antes de que me girara otra vez, ya la última. Te miré y me vi en ti, vi la habitación que me habías construido con tus ganas, las paredes decoradas, el salón repleto de gente queriendo conocerme. Les vi a todos.
Y como en un espejo, al final me vi a mí. Vi todo eso que tú no eres capaz de ver, mis dudas, mis miedos, mis inseguridades vestidas de celos...
Y pensé entonces que cada vez que te viera solo vería esa parte de mí en construcción. Ese era mi castigo. Cada vez que volviera a verte, vería otra persona distinta con mi cuerpo, una que no reconocería como propia y que me haría romperme en pedazos, romperme ante una realidad ruin, directa, avasalladora.
Tuve que huir. Espero que lo entiendas. Siempre fue por mí, fui egoísta pensando que al irme se iría esa persona gris que solo yo veía cuando te miraba.
Ahora sé que al irme esa persona desaparecía en ti y me acompañaría a mí en cada visita que mi corazón preparara. Como una lección.
Ahora sé, por ti, por lo que aprendí en ese noviembre fugaz en tus ojos, que combatir conmigo misma sería la batalla más dura que enfrentaría.

Lo sé porque aún no la he ganado. Pero ya no corro, al menos no en dirección contraria.

Me vas a odiar. No lo vas a entender. Me vas a ver en otras manos y en otras miradas y te vas a morir. Lo sé porque es ese recuerdo contra el que lucho yo. Pero mi recuerdo se irá como vino, rápido y sin hacer ruido, y entonces dejarás de odiarme.

Ya solo me odiaré yo un poquito.