En el momento en que me lo preguntaste, sentí cómo se esfumaba mi inocencia. Tú preguntabas imaginando una respuesta que yo no te podía dar. Que ni siquiera había pensado todavía. Y tu pregunta no era más que la respuesta que nunca había buscado y tanto necesitaba.
Y me cerré en banda a cualquier sentimiento que quisiera aflorar porque sabía que tu pregunta no era más que la punta del iceberg. Mi barco aún no estaba preparado para chocar, al menos no así, no para hundirse tan de repente. Varado en una playa que ya no reconocía como propia, una arena demasiado caliente por el Sol, tu Sol.
Fuiste la cerilla, la mecha, el fuego, la mascletá entera de Valencia. Un día que bastó para darme cuenta con una pregunta tan inocente como lo era en ese momento.
Y después vino la calma, la marea volvió a bajar y volviste a apearte en mi playa. Pero yo ya no era la misma. No te habría dado la mano con esa facilidad de las primeras veces. Pero tampoco entonces me atreví a mirarte a los ojos y contestarte. Estaba demasiado ocupada ordenando y manejando mis emociones para que no salieran disparadas tras de ti. Estaba segura de que me ahogarías. Lo que no sabía es que yo solita tenía ya el agua hasta el cuello.
Ya no te veo en el horizonte, ni pisando mi arena, ni guardando las conchas. Estoy trabajando en una respuesta pese a que a ti no te importe lo más mínimo escucharla. No ahora. Lo entiendo. Te entiendo.
Hoy ya tengo la respuesta pero aún se me queda en la punta de la lengua. Necesito que vuelvas a preguntar y yo pueda rebobinar esa escena en mi cabeza y está vez hacerlo bien. Esta vez no separarme y darte un beso.
lunes, 26 de marzo de 2018
Tu pregunta
Suscribirse a:
Entradas (Atom)