Por alguna extraña razón llegué a pensar que esa noche serías tú el borracho que canta a la luz de la farola que titila en la penumbra de la noche. El que, agarrado a la botella, acaricia los primeros rayos de sol con unas gafas oscuras en el portal de mi casa. Pegado a una sonrisa.
El que se ha vestido con una camisa azul cielo y lleva la corbata en la cabeza. El que no deja de tararear alguna canción de los noventa.
Por alguna extraña razón siempre pensé que serías tú el que odiaba el ron y bebía dios sabe qué. Que su toque dulzón era demasiado para ti, decías entre susurrros enfermizos, que ni siquiera echabas azúcar al yogurt natural.
Siempre te imaginé con una barba frondosa y espesa y quisiste entrar en mi muro afeitado. Ni siquiera bigote.
Siempre te imaginé marcando un gol y besándote algún tatuaje. Mirando a una grada vacía. Discutiendo con algún defensa y gritándole al árbitro.
Besando algún escudo pegado al corazón y cantando en la parte más baja del estadio. O en la barra de algún bar.
Siempre pensé que te gustaría la música de guitarra y no la de discoteca. Decías que ambas eran compatibles como lo son dos personas opuestas. Como el Madrid y el Barsa. Como el PSOE y el PP. Decías que todo era música y que todos estaba en quién la escuchara. Que Elvis estaba bien pero que Nicky Jam también. Todo eran momentos, y no te faltaba razón.
Siempre te imaginé durmiendo tres horas de siesta y sin pegar ojo hasta las tres o las cuatro. Luego me di cuenta que no pasabas de las once. Quizá a ti las noches reflexivas no te habían hecho daño aún. Quizá era el primer síntoma de inteligencia.
Nunca te imaginé sentado frente a mí en un torneo de ajedrez, apuntando tus jugadas en una hoja rasgada mientras tocabas el reloj con furia. Quizá fuera el segundo síntoma de inteligencia.
Siempre soñé con que fueras el espectador que aplaude tras el espectáculo de sombras que se mueven enfundadas en kimonos blancos con cinturones de colores. Que gritan en japonés ciegos de concentración. Siempre soñé verte tras la cámara que grabara cada uno de mis movimientos. Aunque a decir verdad, me hubiera gustado más verte con uno puesto. Pero para blancas tenías otras camisetas.
Nunca te soñé siendo el tipo duro de todas mis historias. Pensé que dejarías de lado la fachada de Lucas Fernández y directamente me dirías cuánto iba a llover. Pero tú no eras así, por supuesto. No sabrías ni siquiera quién era él.
Siempre me imaginé a alguien que devorara tan precioso fruto del olivo como yo, aunque soñé despierta. Si no te gustaran, sería plato único y exclusivo.
Te imaginé en el campus de la complutense bajo la sombra de algún árbol en alguna facultad cochambrosa, y soñé con que no fuera filosofía. Con un bocadillo entre manos y una coca cola abierta al lado.
Te soñé en un concierto.
Te soñé en la playa por la noche.
Te soñé en la final del Mundial.
Te soñé en mi restaurante favorito.
Te soñé leyendo poesía.
Te soñé y no me quise despertar.
Y abrí los ojos y empecé a soñarte otra, y otra vez.